CUENTOS PARA QUINCEAÑERAS
BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS
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DIRECTORAS
Carme Manuel
(Universitat de València)
Elena Ortells
(Universitat Jaume I, Castelló)
CUENTOS PARA QUINCEAÑERAS
James Fenimore Cooper
Edición y traducción
Marcelo G. Burello y Alejandro Goldzycher
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
Universitat de València
© Marcelo G. Burello y Alejandro Goldzycher
Cuentos para quinceañeras , James Fenimore Cooper
1ª edición de 2020
Reservados todos los derechos
Prohibida su reproducción total o parcial
ISBN: 978-84-9134-645-6
Ilustración de la cubierta: Portrait of a young elegant lady, three-quarter length, in a red dress with an embroidered shawl, standing in a landscape (1824), Eduard Friedrich Leybold
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Publicacions de la Universitat de València
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publicacions@uv.es
Edición digital
J. F. Cooper y los orígenes de la narrativa breve norteamericana
CUENTOS PARA QUINCEAÑERAS
Prefacio
Imaginación
Corazón
James Fenimore Cooper
y los orígenes de la narrativa breve norteamericana
Marcelo G. Burello y Alejandro Goldzycher
De la novela al cuento
En el siglo XVIII, como se sabe, el “ascenso de la novela” –por usar la famosa fórmula de Ian Watt– obedeció mayormente a un doble factor promovido por el advenimiento de la sociedad burguesa: por un lado, el paulatino interés por las complejidades de toda alma humana, más allá de la formación o la posición económica del individuo en cuestión; por el otro, la creciente alfabetización de las capas medias y la compartimentación de la vida urbana en tiempo de negocio y tiempo de ocio (que en el caso de muchos ciudadanos se llenó de lectura). No es casual, en este sentido, que el fenómeno se haya dado fundacionalmente en Gran Bretaña, país que también comandó –no sin sucesivos baños de sangre– la democratización de la vida: a partir de la saga del náufrago Robinson Crusoe, pasando por el sentimentalismo de Richardson y la picaresca de Fielding, la novela inglesa supo aprovechar las nuevas condiciones y crear un nuevo tipo de lector, un lector al que quizás haya sido Rousseau con su Julia, o la nueva Eloísa el primero en saber apelar de forma programática y consciente.
A mediados del siglo XVIII, sin embargo, fue surgiendo otra necesidad, más infraestructural, si se quiere: la de narrativa de breve o mediana extensión, capaz de ocupar los espacios disponibles en diarios y revistas (y a la sazón, capaz de combinarse con otro tipo de textos como recetas de cocina y poemas didácticos para completar los gift-books y los “almanaques”). Casi de pronto, en muchas naciones se requería un cierto tipo de material que no existía. Los novelistas abundaban, pero no había cuentistas en el sentido en que hoy concebimos el “cuento” moderno: había fábulas, alegorías, parábolas, leyendas, chistes, anécdotas, cuentos de hadas, crónicas, pero estas formas comenzaban a resultar obsoletas o insatisfactorias por su tradicional apelación a una sensibilidad demasiado simple, y simplemente no existían las ficciones en prosa con menos pretensiones didácticas y más esmero estilístico, aptas para ser leídas de un tirón por los ávidos lectores dieciochescos; había que inventar algo nuevo, breve, intenso e interesante. Para los aspirantes a narradores de brevedades, el nuevo desafío era atraer durante un rato a un lector habituado a entregarse durante una quincena o un mes como mínimo, logrando en unas pocas páginas la emoción que se generaba en un extenso in crescendo novelístico, a lo largo del cual la clave era la mimesis del mundo “real” y la empatía con los personajes. Y los modelos de escritores exitosos contemporáneos eran todos novelistas… Por supuesto, los relatos de Boccaccio, Chaucer y Cervantes disfrutaban de prestigio universal, pero o estaban enmarcados en un ciclo, o seguían siendo demasiado extensos, o acaso abusaban del pudor expositivo y de las aspiraciones pedagógicas. O adolecían de todas esas cosas a la vez. Era preciso aligerar las pretensiones moralizantes, acortar las páginas, y crear pequeñas piezas autónomas, que pudieran leerse “en una sentada” (idea que de hecho invocaría Poe al elaborar explícitamente la poética del cuento moderno).
¿En qué consistía exactamente el desafío? Desde un punto de vista del efecto global, y simplificando mucho las cosas, puede decirse que la narrativa de mediana o breve extensión implica la prevalencia de los sucesos por sobre los protagonistas; la novela moderna, en cambio, había invertido la jerarquía: para el siglo XVIII, orgullosamente burgués, era mucho más importante el sujeto que el objeto, los personajes que los hechos. Pues si en las formas breves se contesta a la pregunta “¿qué le pasó a quién?”, en la narrativa larga se responde a “¿a quién le pasó qué?”. Por eso, subgéneros narrativos extensos tales como la épica antigua, el romance medieval e incluso la novela de aventuras moderna tienden a producir un efecto que el lector actual identifica más con el cuento que con la novela propiamente dicha: tanta exterioridad impide adentrarse de lleno en los personajes y empatizar a fondo con sus perspectivas y aspiraciones. En estos formatos, el héroe o los protagonistas son memorables en función de los hechos que les ocurren, y no tanto en sí mismos; su “subjetividad” –por usar un término clave en este contexto– no es una cuestión interesante desde el principio, su sensibilidad no es un manantial potencial y proverbial de entrada: se trata de personajes que tienen que actuar para suscitar interés.
James Fenimore Cooper, escritor
James Fenimore Cooper (1789-1851) pertenece a la segunda generación de escritores estadounidenses “profesionales” con una obra de cierta extensión y regularidad de publicación. Los primeros, aunque polígrafos como lo era casi toda persona aficionada a escribir en el siglo XVIII, habían sido novelistas, preferentemente, como Hannah Webster Foster, Susanna Rowson (nacida en Inglaterra), y Charles Brockden Brown, y en todo caso no siempre habían logrado –o siquiera pretendido– vivir en forma exclusiva de la escritura. En sintonía con la serie literaria europea, tocó entonces a la generación subsiguiente ensayar los primeros intentos en ficción breve, por supuesto que mezclada con anécdotas, parábolas, crónicas, bocetos, etc. Para estos autores las presiones y exigencias eran numerosas: desde un punto de vista económico, los nuevos medios de la opinión pública –los diarios y revistas, tan importantes para la guerra de independencia y la conformación de una identidad nacional– ofrecían espacios en blanco bien remunerados para llenar; desde un punto de vista cultural general, la sensibilidad romántica y su legitimación de la imaginación y de lo novedoso promovía la búsqueda de nuevos formatos y temas; y desde un ángulo netamente regional, los Estados Unidos querían grandes plumas que supieran describirlos, cantarlos e inmortalizarlos con obras originales y a la altura de sus pares del Viejo Continente.
Grosso modo , podemos periodizar la obra de Fenimore Cooper en una etapa de formación, que contiene los textos que incluimos en este volumen y que culminaría a comienzos de la década de 1820, y una de consolidación, cuando alcanzó una enorme repercusión mundial; desde un punto de vista estilístico y temático, se aprecia que en la primera prevalece el sentimentalismo (desde su origen mismo asociado a la forma epistolar), y en la segunda, la aventura (en tierra y en mar).
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