Me giré hacia su persona y lo miré mal.
—Sí, ¿pasa algo? —Me crucé de brazos.
—¡Oh, no, no! Solo que ya comienzas a cambiar a ese viejo por tus amigos. Roberto se estaba pasando tres pueblos.
—¿No te has parado a pensar que lo que encuentro en él no lo hice en ti? —Roberto abrió los ojos. No iba en serio, Alejandro era un hombre amable, pero no lo conocía tanto como para asegurar algo así.
—Roberto, deberías callarte la boca, Lu puede hacer lo que quiera con su vida. —Paula salió en mi defensa.
No quise seguir escuchándolos y decidí irme hacia mi última clase, dos horas seguidas con la misma profesora de japonés. Naomi, como siempre, salió corriendo para pillarme. Ambas entramos a clase y charlamos hasta que la profesora entró. Naomi me puso nerviosa con tanta pregunta sobre Alejandro. Al final, acabé mirando la hora del móvil cada dos por tres, esperando a que fuera la una y media para que viniese a recogerme. Necesitaba eso que Alejandro me daba, amabilidad y alguien maduro con quien hablar.
La profesora de japonés dio por finalizada la clase y salí pitando hacia el lugar donde había quedado con Alejandro. Estaba todo lleno de estudiantes, Naomi se colocó a mi lado. Comencé a mirar de un lado a otro para buscarlo.
—Mira, está ahí. —Naomi señaló con la cabeza un coche negro de alta gama—. Madre mía, qué pedazo de coche que tiene el tío.
—Nos vemos mañana, Naomi, luego te llamo —le dije, respirando para tranquilizarme.
Agarré mi bandolera y me dirigí hacia el coche. En una esquina vi a Roberto mirándome con los ojos entrecerrados. Pasé de él y llegué a la puerta del copiloto del coche. La ventanilla tintada se bajó. Retuve todo el aire en mis pulmones cuando lo vi con unas gafas de moda y el pelo revuelto. Me sonrió y sentí que me moría.
—Buenas tardes, Lucía, ¿vamos?
—¡Claro! —Me subí al coche y me abroché el cinturón. Alejandro cogió la bandolera y la puso detrás.
—Hoy vas muy guapa —dijo, encendiendo el coche.
Me sonrojé y respondí con voz tenue.
—Gracias.
Alejandro condujo hasta el restaurante. El viaje fue corto y ameno. Alejandro me preguntó por las clases. A la hora de salir, me ayudó a bajar de forma caballerosa y me guio hasta nuestra mesa. Nos sentamos y pronto vinieron a pedirnos la comanda. Me sentía un poco incómoda, toda mujer que estaba a mi lado iba con ropa fina y cara, me miraban por encima del hombro y tenía que morderme la lengua para no decirles cuatro cosas.
—Ignóralas, vas preciosa —habló Alejandro.
—¿Qué? —Estaba tan distraída que no me percaté de que Alejandro estaba pendiente de mí. Él rio por lo bajo y levantó la mirada de su carta.
—Que vas preciosa, Lucía, ignora a las otras mujeres.
Asentí un tanto sonrojada y fijé mi mirada en la carta. El maître vino a tomarnos el pedido y nos dejó solos entre la multitud de mesas que se encontraban en el restaurante.
—Tenemos que concretar el evento del sábado —dijo, bebiendo de su copa.
—Es verdad —susurré—. ¿Qué tipo de evento será?
—Un cliente dará una fiesta benéfica para recaudar dinero para una ONG, será un evento formal y estarás rodeada de gente muy importante. De ahí que quiera que vayas con lo mejor. Las mujeres de ese entorno pueden ser muy crueles y hablarán más de la cuenta, lo último que quiero es eso —me explicó. Bebí de mi copa mientras asentía—. Serás mi pareja, mi novia.
El líquido se me atragantó en la garganta y comencé a toser. Su novia había dicho. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no salpicar ni escupir el vino. Pensaba que solo iba a ser su acompañante, no su pareja. En el contrato no ponía nada de actuar. ¿Desde cuándo había pasado a ser actriz? Esa nunca había sido mi vocación.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Sí, me ha tomado por sorpresa, nada más.
—He sido muy brusco, lo siento —se disculpó.
—No sé fingir, Alejandro. ¿Cómo voy a hacerme pasar por tu pareja? —le pregunté en un tono bajo.
El maître nos trajo los platos.
—Porque sé que eres tú la indicada, Lucía.
Alejandro metió la mano en uno de los bolsillos internos de su chaqueta y sacó un sobre pequeñito. Lo puso en la mesa y lo deslizó hasta mí. Miré el sobre, luego lo miré a él y así repetidas veces.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Es la tarjeta que te dije. Quiero que la utilices cuando lo necesites.
—No pienso aceptar esto, Alejandro —me negué.
—¿Entiendes que quiero que vayas espléndida? —Sonrió de lado —. Lucía, eres preciosa, pero a este tipo de eventos va gente muy sofisticada, por no decir pija. —Me hizo reír—. Quiero que vayas a las tiendas más caras y te compres lo que creas necesario.
—De verdad que esto es demasiado, Alejandro.
—Por favor, deja que comparta mi dinero contigo.
Estaba decidida a devolverle el sobre, pero su mano se posó sobre la mía y me lo negó.
—Esto no es compartir, Alejandro. Me estás pidiendo que gaste una cantidad indecente de dinero en algo que solo me voy a poner una vez.
—Viéndolo así, es verdad —dijo, dubitativo—. Aún así, quiero que te quedes la tarjeta. Es tuya, no tiene límite. Puedes gastar lo que quieras y necesites.
—¿Cómo qué no tiene límite? —pregunté un tanto exaltada—. No, no. Quiero que pongas un límite.
De repente, nos quedamos mirándonos a los ojos. Alejandro los achinó y me miró por unos segundos que se me hicieron eternos. Cogí mi copa y bebí, mirando hacia otro lado.
—Eres diferente, me gusta.
Su sonrisa me deslumbró. Suspiré, era muy atractivo.
—¿De qué límite estamos hablando? —preguntó, comiendo.
—Un límite razonable.
—Está bien, la tarjeta tendrá un límite de cinco mil euros, ¿qué te parece? —preguntó, comiendo.
—Mil —dije, probando el primer bocado.
—Tres mil y es mi última oferta.
Alejandro 
Pensé en desistir en mi búsqueda de la candidata perfecta. A toda mujer que conocía le faltaba algo, no terminaba de convencerme. Era exigente. La vida me había hecho así por desgracia. A mis treinta y un años no debería ser complicado encontrar a una mujer, en realidad no me costaba encontrar un ligue para pasar la noche, pero esto era aún más complejo.
Había probado de todo para encontrar a la mujer perfecta, pero a todas las mujeres que conocía les ponía un pero. Fer, mi mejor amigo, estaba harto de mí. Él era el único que sabía de mi situación crítica y fue quien me recomendó la web. Me hizo pensar en que quizá podría ayudar a alguna chica en su vida con la cantidad de dinero que ganaba yo. No me parecía mal, el problema llegó cuando las chicas mentían para conseguir la pasta. No hay cosa que más odie que las mentiras. Hasta que Lucía llegó de forma sorpresiva. Era diferente a las otras, así me lo demostró en su foto de perfil. En ella no mostraba su cuerpo sino que se centraba en sus expresivos y bonitos ojos. Tenía una sonrisa preciosa. Leí su descripción y me atrajo de inmediato. Una chica que, al parecer, estudiaba idiomas. Era muy bella, eso no cabía en discusión, pero ¿sería todo fantasía para cazar a un ricachón? Le hablé, esperando su respuesta. Estuve día y medio esperando, algo desesperado y entrando cada dos por tres en su perfil para ver su foto. Era joven, tenía solo veintidós años. Sin embargo, esos ojos azules como el mar Caribe se incrustaron en mi mente. No podía dejar de mirar su foto embobado.
Ese día y medio fueron una tortura. Fer estaba que me mataba en el bufete. Él más que nadie sabía que estaba bastante desesperado, pero que no iba a confirmarme con quién fuera. De cierta forma, antes de investigar y meterme en el mundo de los Sugar Daddy y Babies pensaba que era una especie de prostitución camuflada. No obstante, me había dado cuenta de que había chicas jóvenes que no tenían otra opción para pagarse los estudios.
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