No tardé en responde con una sonrisilla en los labios.
No va a ser fácil aparentar ser tu pareja, intentaré hacerlo lo mejor posible. Estaré en el hotel Gran Vía. Respecto a tu pregunta, no me quejo jajaja. Las compras me han agotado. ¿Sabes lo complicado que es ir a comprar a una tienda
de lujo cuando solo tienes 22 años? ¡Nos han echado de todas! Has tenido suerte de que mi amiga sea una cabezota de mucho cuidado, si fuese por mí no hubiese tocado el dinero de tu tarjeta.
Estoy seguro de que lo harás genial, Lucía, tú eres la única que puede hacer esto. Mañana te recojo en el hotel a las ocho de la tarde. Te lo aseguro. XD Ya veo que no te entusiasman mucho las compras, pero te propongo ir algún día conmigo para vengarnos de esas tiendas que os han echado. A lo Pretty Woman, ¿qué te parece?
Me reí para mis adentros. Alejandro, a pesar de ser más adulto, tenía unas ideas muy divertidas. Nunca lo hubiese imaginado poniendo la típica carita de Equis De en un mensaje.
Quizá algún día podamos ir a ver a esas brujas que llevan bótox hasta en el codo. Se parecían al Jóker. XD Me gustaría ver sus caras cuando aparecieras a lo Richard Gere. ¡Estupendo! Te esperaré en el hotel. Buenas noches, Alejandro, que descanses.
Te tomaré la palabra, Lucía. Hasta mañana, que descanses. Espero que no sueñes con esas dependientas estilo Jóker XD
Alejandro 
Haber recibido el mensaje de Lucía me tomó desprevenido. ¿Sabes esa sensación cuando el móvil se ilumina y al ver su nombre el corazón se pone a latir a mil por hora? Me encontraba ya en casa, después de un duro día de trabajo en el bufete. La llamada de esa misma mañana me había puesto de muy mal humor, pero ese enfado había desaparecido al recibir el mensaje de Lucía. El simple hecho de intercambiar algunas palabras con ella, aún a través de un sistema informático, había hecho desaparecer todo ese mal humor que llevaba carcomiéndome toda la jornada laboral. ¿Cuánto hacía que no ponía en un mensaje esa típica carita hecha con letras? ¿Años? Me parecían siglos. No obstante, con Lucía había retrocedido a mi juventud. Me sentía vivo después de años en un abismo de amargura que me consumía día tras día.
Con Lucía era todo extraño, me sentía joven de nuevo. Feliz.
¿Por qué me estaba pasando esto? ¿Qué me había hecho esa pequeña chica? Me encantaba estar en su compañía, pero solo habíamos quedado dos veces. Debía admitirlo, me había impresionado desde el minuto cero y no ocurría muy a menudo eso. Era exigente, así me había hecho la vida. Así me habían obligado a ser.
—¿Te encuentras bien, Alejandro? Pareces ido.
Giré sobre mis talones para encontrar a Fer mirándome con una ceja alzada. Se me había olvidado por completo que hoy iba a quedarse en casa por un problema de goteras en la suya.
—¿Con quién estabas mensajeándote? Tenías una sonrisilla de tonto… —comentó riendo.
—No seas imbécil. —Reí—. Era Lucía.
—¿Y qué te dice?
Fer fue dirección al frigorífico, como si estuviese en su propia casa, y sacó dos cervezas y una pizza que metió al horno.
—Hablábamos del evento de mañana —dije—, me comentaba que habían encontrado un vestido y que esperaba estar a la altura.
Dejé caer el cuerpo en el sofá, cansado bostecé. Fer no tardó en seguirme, ambos habíamos tenido un día de mierda.
—Mañana por fin la conoceré, estoy entusiasmado por ello. Hacía tiempo que no te veía así.
—¿Así cómo? —pregunté bebiendo de la cerveza.
—Feliz.
Resoplé.
—Es que con Lucía me siento joven. —Volví a beber de la cerveza—. Con ella es fácil hablar, es inteligente y guapísima. Sabes que la belleza nunca ha sido algo en lo que me fijase, pero… ¿Qué quieres qué te diga? Lucía tiene esa mezcla que tanto me gusta, inteligencia y belleza a la vez. —Me rasqué la nuca—. Sin embargo, me siento un pederasta al pensar en ella de esa forma. Me llevo casi diez años con ella…
—Mis abuelos se llevaban quince años, no creo que eso sea una excusa.
Miré a Fer con los ojos como platos.
—Mejor dejemos la conversación, no quiero ni debo pensar en ella de esa forma —aclaré—. Esto es como un trabajo, negocios. Nada más. Nunca ocurrirá nada con Lucía.
Fer se echó a reír y dijo:
—Nunca digas nunca, amigo.
Seguido, se levantó y fue a ver la pizza. Cenamos viendo la televisión, comentamos un poco el evento de mañana y nos fuimos a dormir. Aún en la cama, seguía con el recuerdo de lo que había hablado con Lucía. De cierta forma me inquieta sentir algo por ella más allá de lo que habíamos estipulado. Ella era una niña con mucha vida por delante como para perder el tiempo con un viejo como yo. Un estúpido viejo de treinta y dos años que necesitaba su ayuda para librarse de aquello que más temía.
Parecía algo totalmente irreal. ¿A qué le podría temer un abogado de prestigio que ganaba millones con cada caso? Aunque parezca mentira, mi gran pesadilla tenía nombre y apellidos. Pero yo la conocía como mamá. Michelle Bernabéu, mi madre, siempre nos había exigido más de lo que, en ocasiones, podíamos dar y ahora no iba a ser diferente. De cierta forma, iba a utilizar a Lucía para que mi madre se olvidase de mí por completo; algo rastrero en mi opinión pero necesario. Su cinismo y ansia de control llegaban a límites infranqueables.
Conseguí dormir ocho horas del tirón, no siempre ocurría, y, a la mañana siguiente, estuve trabajando con Fer en el nuevo caso que habíamos adquirido en el bufete. Lo bueno de tener a mi mejor amigo conmigo eran las risas que nos pegábamos en el trabajo. Ambos éramos los jefes, él era mi mano derecha e izquierda. Mi segundo al mando. Siempre había sido así, Fer siempre había estado ahí. Al final, más que trabajar, no paramos de mofarnos de las estúpidas causas de aquel divorcio entre dos personas muy adineradas. Mi especialidad, entre otras, era coger casos de este tipo. Divorcios de famosos, sobre todo. Según mi madre era el trabajo que más dinero me iba a hacer ganar, estaba en lo cierto. Pero no me metí a la carrera de Derecho para llevar divorcios. Sentía un gran vacío en mi interior cada vez que llegaba al bufete. Teníamos varios especialistas en diferentes temas y cada vez que veía un caso criminal o sobre agresiones hacia la mujer se me saltaban las lágrimas de la impotencia. ¡Yo quería esos casos! Pero mi madre no lo aceptaría. ¿Cómo voy a estar yo, un Arias, rodeado de criminales o defendiendo a una cualquiera que ha sido maltratada por su marido? Era impensable para ella. ¿Se podía odiar a una madre? ¿A la mujer que te dio a luz? Porque yo la odiaba. Odiaba que controlase mi vida de aquella forma, que me controlase a mí con sus sucios juegos mentales.
—Tío, ¿comemos y nos preparamos para irnos al evento? No sé si te has dado cuenta de la hora, pero solo faltan cuatro horas y yo tengo que ir a la peluquería —dijo, cerrando su portátil.
Reí con ganas.
—¿Es que no puedes arreglarte tú el pelo o qué?
—Sabes que no. —Rio él.
—¿Qué quieres para comer? —le pregunté, caminando hacia la cocina.
—Cualquier cosa que me llene la tripa, luego voy a pasar un hambre que te cagas con esa comida que nos van a poner. —Hizo una mueca de asco.
Saqué la bolsa de pan de molde y comencé a hacer muchos, uno tras otro, y colocándolos en una bandeja. Tuve que reír por las palabras de Fer. Él no era mucho de la comida pija de este tipo de eventos.
—Vamos a un evento de lujo, ¿qué quieres? ¿Que pongan pizza? —pregunté, llevando la bandeja hacia la mesita del comedor. Encendí la televisión y me llevé a la boca el primer sándwich.
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