La idea de universidad católica se funde con los orígenes y desarrollos de la universidad occidental en el siglo XII, hace presencia en Latinoamérica y el Caribe desde el siglo XVI, y continúa haciendo parte del sistema universitario colombiano del siglo XXI, con gran fuerza y vitalidad. No obstante, los nuevos escenarios históricos dentro de los cuales ejerce su tarea formadora, le están demandando con urgencia una reflexión rigurosa sobre sí misma, para que desde un posicionamiento identitario nuevo, pueda continuar dialogando con proficiencia, con propuestas universitarias estatales y laicas, con la cultura, con la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo. ¿Qué hay de común?, ¿qué de diferente?, ¿dónde se encuentra la impronta católica de la formación? Responder a estas preguntas, es condición sine qua non para poder continuar enrumbando con pertinencia su tarea educadora, a partir de su ideario axiológico específico, dentro de la nueva sociedad que se está construyendo en el país.
Dados los anteriores presupuestos, la pregunta que podría guiar nuestro interés reflexivo podría formularse así: ¿cuáles son los rasgos fundamentales que configuran la formación como tarea institucional de una universidad católica? Pensar en una idea de formación específica, para una institución educadora en lo superior y para lo superior, como lo es la universidad, la cual llegó de Europa, se implantó en América, se enriqueció con los desarrollos norteamericanos y rusos, y que busca su derrotero futuro hacia el siglo XXI en un país como Colombia, no es otra cosa que aceptar el reto de dejarse cuestionar y desafiar por la sociedad a la cual sirve y por el Estado que garantiza su autonomía, con el fin de responder a las novedosas, crecientes y complejas demandas del mundo contemporáneo.3
Construir una idea de formación particular para la universidad católica, apropiada para nuestro momento histórico, no es otra cosa que recrear la secular idea de universidad. Esta idea perenne de universidad se ve cuestionada por los nuevos desafíos, los cuales llevan a buscar transformaciones radicales del ser y del quehacer del ecosistema universitario. En tal sentido, las universidades se ven confrontadas por las cuestiones fundamentales que sacuden de un modo u otro al mundo de la educación, entre otras, los nuevos contextos culturales, los desarrollos científicos y tecnológicos, los diversos estilos de vida sociales, las búsquedas de los Estados de nuevas formas de gobernanza, y, en primerísimo lugar, el modo de ser de los estudiantes que llegan a sus aulas (la generación pantalla). Ante estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la reconsideración de los objetivos y de las funciones de las universidades. Todos estos cambios hacen necesario redefinir la idea clásica de la tarea formadora de la universidad.4
Tradiciones universitarias
Para responder a las preguntas planteadas debemos comenzar por acudir a nuestra historia. La tradición universitaria latinoamericana es producto de la fusión, hoy diríamos del diálogo, entre diversas tradiciones universitarias recibidas como herencia-patrimonio. Siguiendo nuestro discurrir histórico, podemos identificar tres momentos paradigmáticos: la tradición fundante, del ciclo colonial de los siglos XVI y XVII, producto de la herencia universitaria española (Salamanca); la tradición clásica europea, del ciclo republicano de los siglos XVIII y XIX, producto de la herencia universitaria francesa (París), alemana (Berlín) e inglesa (Oxford, Cambridge); y la tradición moderna, del siglo XX, producto de la herencia universitaria norteamericana (Harvard, Princeton) y rusa (Universidad de la Amistad de los Pueblos, Patricio Lumumba de Moscú)5 ( figura 1).
Figura 1. Diálogo entre tradiciones universitarias
Fuente: elaboración propia a partir de Ojeda (2013) y Mondragón (2014).
A continuación, vamos a reseñar en una apretada síntesis aquellos elementos más relevantes que caracterizan el ideal de formación de las distintas tradiciones universitarias.
Tradición universitaria española
En el erudito estudio, a la fecha no superado, de Rodríguez (1973, 1992) se señala la común raíz salamantina de las fundaciones universitarias hispanoamericanas, comenzando con la de Santo Domingo en 1538 y siguiendo con las de México, Santiago de Chile, La Plata, Córdoba, Bogotá, Perú, Quito, La Habana y Caracas, entre otras. Hasta 1812, es posible registrar la creación de unas treinta universidades a lo largo y ancho de la América española, las cuales forjaron a los intelectuales, profesionales y líderes de la independencia. Todas ellas prácticamente calcaron su estructura, organización y estilo formativo de la Universidad de Salamanca.
Así es como, durante décadas, las universidades latinoamericanas serán centros de enseñanza y de capacitación profesional donde se harán vida divisas como: “Aquí a nadie se le imponen ideas ni opiniones en asuntos meramente políticos. Solo se exige tolerancia, patriotismo, caballerosidad y buenas maneras”,6 sin olvidar aquello muy propio de la época colonial “del respeto al rey y el acatamiento a las autoridades legítimamente constituidas”, que para nuestra sensibilidad contemporánea raya en el servilismo, la total sumisión y dependencia.
Tradición universitaria francesa
Hace referencia a la universidad profesional o profesionalizante, es decir, la formadora de las élites profesionales al servicio funcional del Estado. Su objetivo fundamental era formar a los funcionarios para la Francia posrevolucionaria: enseñar el saber hacer, transmitir conocimientos y preparar el desempeño excelente de la profesión. Es una universidad disciplinar y memorística. Una universidad en la cual impera lo formal y su organización está muy estructurada y muy reglamentada desde el Estado, lo que limita fuertemente su autonomía. En ella el estudiante se siente discípulo de la institución más que discípulo del profesor.
El ideal de formación gira en torno a dos ejes que dan toda la impronta a la grandeur française, hacer parte de una escuela de “altos estudios” y así ingresar a la “élite”. El estilo monárquico de Versalles y el imperialismo napoleónico dejaron su huella en la formación gala, con su típica bina hecha de politesse —cortesía, galantería, zalamería— y esprit de finesse —sutileza de espíritu, vivacidad, ingenio, inteligencia—, con un cierto toque de no disimulado orgullo por todo lo que tiene que ver con la cultura francesa. Para hacer honor a la verdad, hay que agregar aquí que, como consecuencia de la desaparición del eurocentrismo de la cultura global y las constantes olas de migrantes a Europa de la última década, todo su sistema universitario experimenta una fuerte mutación de impredecibles consecuencias.
Tradición universitaria alemana
Se caracteriza por el pensamiento filosófico profundo y la investigación científica innovadora, no separada de la docencia. Al focalizarse en la creación de saberes, renovará la universidad, dándole la impronta a dicha institución que llega hasta nuestros días como científica-educativa-investigadora. En esta tradición, la enseñanza, la docencia y el propio aprendizaje deben emerger de la fuente inextinguible de la investigación creativa y del espíritu científico liberado de las preocupaciones utilitarias e inmediatas. La ciencia debe ser comprendida y presentada como algo inacabado e ilimitado.
La enseñanza misma queda unida de manera solidaria a la investigación científica, de forma que, en su esencia, no se concibe la enseñanza sin la investigación, ni la investigación sin la enseñanza. Se trata de una universidad interdisciplinar y filosófica (forja el razonamiento y la crítica). Aboga por la autonomía, a la cual ve como garante de libertad y fuente de creatividad. El ideal de formación se centra en garantizar y ejercer dos tipos de libertades: la primera, “aprender la libertad”, lo cual es un derecho del estudiante, este no tiene ninguna coerción administrativa en su proceso de aprendizaje; y la segunda, la libertad de cátedra y de investigación del profesor.
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