Bernardo Olivera - Monjes mártires de Argelia

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El verdadero relato de lo que vivieron los monjes trapenses de Argelia y cómo comprendieron poco a poco el sentido de su permanencia en un lugar de amenaza de muerte en medio del diálogo y la amistad con el mundo islámico y su testimonio de entrega y martirio. Un relato en el que el autor como partícipe de los acontecimientos, nos permite captar la profundidad de la experiencia vivida por sus hermanos en la donación de sus vidas.

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Acerca de este tema, si lo rezo y busco comprenderlo, para ajustar mi corazón y mi inteligencia a lo que digo, a lo que el Espíritu quiere decir en mí: Tú sobre el rostro de todos los vivientes, hago un primer descubrimiento: portador de Tu rostro (envisagé de toi), entre todos, elegido, mirado, amado, soy yo, si verdaderamente quiero ajustar. ¿Y, entonces, los otros? Para que todos se transformen en rostro, Tú no puedes hacer otra cosa que mirar los rostros y asumirlos.

Todo esto tiene su relación con la estrofa final del testamento de Christian:

Y tú también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, también para ti quiero este Gracias, y este “A-Dios” en cuyo rostro te contemplo (en-visagé de toi).

Le explico al Padre T.B. cómo entiendo yo el testamento de Christian. Me escucha con lágrimas en los ojos y dice luego: “Sí, es así”.

~ El Testamento comienza: Cuando un A-Dios se vislumbra; es decir, ante la perspectiva de una partida y cuando a Dios apenas se lo ve.

~ Continúa: Desearía, llegado el momento (...), perdonar de todo corazón a quien me hubiera herido.

~ Llegado el momento de la muerte será por fin liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré (...) hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a sus hijos del Islam tal como Él los ve (...) inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.

~ Pero esa contemplación se anticipa al momento de la muerte. Por eso Christian podrá encontrar al amigo del último instante (su asesino) reflejado en el rostro de Dios: en cuyo rostro te contemplo (en-visagé de toi).

~ Todo concluye cuando el perdón ha producido la transformación y restablecido la semejanza. El Padre Dios y el hermano humano han sido conjuntamente encontrados. ¡Misterio profundo del amor!, prolongación del Amor de Cristo que expiró diciendo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.

A las 12:30 salimos para los “Glycines” (Centro cultural diocesano) a fin de almorzar con Monseñor, el nuncio y el Cardenal Arinze. Aprovecho la visita para revisar, junto con el Padre A.G. (director del Centro), el cuarto en donde han guardado en depósito muchas pertenencias del Monasterio: archivos del prior, papeles personales de los hermanos, imágenes sagradas, báculo, cáliz y patena, etc. Tomo algunas cosas de las tres cajas del hermano Christophe a fin de entregarlas a sus dos hermanas y hermanos: un sobre de fotos de familia, una carpeta con recuerdos de la ordenación sacerdotal, un Nuevo Testamento (TOB), dos Biblias de Jerusalén (una de bolsillo y otra de gran formato). A las 14:00 estamos de regreso en la Casa diocesana.

A las 14:50 hs. vienen a buscamos en la camioneta blindada de la Embajada para ir al Hospital militar a buscar y acompañar los siete féretros hasta el Santuario de Nuestra Señora de África. Vamos juntos: el P. Amédée, Armand, el Padre G.N. y yo. Llegamos en veinte minutos. Nos esperaba el señor coronel, quien nos recibió muy amablemente. Nos dirigimos todos juntos al departamento de medicina legal. Una guardia de treinta cadetes militares con brillantes cascos fue depositando los restos en cuatro ambulancias amarillas. Todo fue hecho con gran respeto y dignidad. A las 15:35 horas salimos para el Santuario acompañados por un impresionante dispositivo de seguridad (tres motocicletas, tres patrulleros, dos camionetas militares, una autobomba). El tráfico había sido cortado a lo largo de toda la ruta. Durante los veinticinco minutos de trayecto el P. Amédée rezaba devotamente su rosario. A las 16:00 horas entrábamos en el Santuario. Aguardaban en el mismo gran cantidad de periodistas, radio y TV. Gran emoción durante el traslado de nuestros siete hermanos al interior de la basílica. Pocos minutos después llegaron el Cardenal Lustiger y tres obispos franceses, entre ellos Monseñor Duval, sobrino del Cardenal. En la sacristía me encuentro con los padres Jean Pierre y Robert, llegados hace un momento de Fez y de Tibhirine respectivamente. Dado que las autoridades (cinco ministros representando al gobierno) llegaron un poco antes, se decidió comenzar inmediatamente la misa de exequias del Cardenal Duval y de nuestros hermanos, eran las 16:40 horas. Los ocho ataúdes llenaban el presbiterio, sobre cada uno de ellos una gran corona de flores y una fotografía tamaño oficio: Duval y los monjes estaban nuevamente unidos; no en vano el Cardenal había impedido a inicios de los años ’60 la clausura del monasterio por parte de la Orden. Presidía el Cardenal Arinze, delegado papal, a su derecha e izquierda estaban Monseñor Teissier y Monseñor Duval, inmediatamente después yo, Armand y los padres Amédée y Jean Pierre. No poca emoción al ver sobre el altar el cáliz y la patena del monasterio, cáliz y patena adornados con pulseras de coral provenientes de Kabyle. La ceremonia se desarrolló según el plan previsto, salvo que el mensaje del presidente Chirac por la muerte de los monjes fue sustituido por un telegrama de condolencia del Papa por la muerte del Cardenal.

A las 18:30 horas todo estaba concluido. Muchísima gente, con lágrimas en los ojos, se acercó a saludarnos. Uno de los encargados de seguridad del Hospital militar (musulmán) me estrechó con efusión la mano diciéndome: “los monjes son también nuestros hermanos”. Varias personas nos pedían perdón por lo sucedido; por mi parte solo podía decirles: gracias. Me encuentro con el embajador argentino, resultó ser Jerónimo Cortés-Funes, compañero de colegio de mi hermano mayor. ¡Pequeño mundo! Junto con Armand damos una última bendición a los restos de nuestros hermanos y hacia las 19:00 horas salimos de regreso hacia la Casa diocesana.

Hacia las 19:30, Armand parte para la Embajada francesa a fin de participar en una cena con las autoridades eclesiásticas. Le encargo presente mis excusas al señor embajador. Prefiero quedarme en casa y cenar con los padres Amédée, Jean Pierre y la familia de Christophe. Terminada la cena comparto con la familia Lebreton lo que traje de los “Glycines” perteneciente a Christophe. El día ha sido largo y ha estado lleno de emociones contenidas.

Lunes, 3 de junio

A las 07:30 horas celebramos la Eucaristía presidida por el Cardenal Lustiger. Éramos unas 30 personas: el pequeño resto de la diócesis de Argel. Antes de la bendición final, el Cardenal agradece a todos los presentes la “fe de esta pequeña Iglesia local que mantiene viva y apoya la fe decadente de la vieja Europa”.

Después de la misa, le pido al P. Amédée si puede ir a los “Glicynes” a buscar las cajas con las pertenencias de Christophe. Deseo que su familia pueda revisarlas a fin de llevar a la señora Lebreton los recuerdos más personales. Terminado el desayuno me vuelvo a encontrar brevemente con el Padre T.B., quien me entrega el relato que le solicite hace un par de días; se trata de 6 páginas sobre todo lo vivido en el monasterio la madrugada del 27 de marzo y el día siguiente. Vuelvo a recordarles a los padres Amédée y Jean-Pierre que aún espero sus relatos.

Entre las 15:00 y 16:30 horas tuve un buen encuentro con los padres Jean-Pierre y Amédée. Había varios temas prácticos que tratar y algunas decisiones que tomar. Ajustamos el programa para la ceremonia del entierro en el monasterio. ¿Es posible asegurar una presencia en Tibhirine por dos o tres años con vistas a un regreso si la situación del país se normaliza? Les ofrezco los medios económicos necesarios a fin de buscar casa para M.M. y su familia en Medea, si es que él así lo desea. Le recuerdo a Jean-Pierre que como superior ad nutun de la comunidad tiene que venir a Roma para el próximo Capítulo general. Finalmente, hablamos del P. Michel OP, que desea hacer un tránsito a la Orden entrando en Fez.

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