Las formas humanas o antropomorfas se manifiestan metamorfoseándose en figuras fantásticas, como hermes, cariátides o figuras aladas durante el periodo manierista fantástico. A medida que avanza el siglo XVII con la introducción de las doctrinas trentinas en el denominado periodo contrarreformista, el repertorio ornamental humano se centra en temas de origen religioso, como angelotes alados, querubines, miniaturas de Cristo, la Virgen, Padres de la Iglesia, etc.
Las formas vegetales o fitomorfas son las más recurrentes, y se desarrollan prácticamente en todos los periodos artísticos. Se basan en modelos procedentes de la flora natural, reproduciéndolas con mayor o menor fidelidad, o basándose en ellas para crear modelos figurados. Como motivos individuales destacan las representaciones florales en todas sus manifestaciones, y como motivos vertebradores del espacio destacan las formas propiamente vegetales formando rameados o ascedentes[64], más o menos estilizados, de entre los que destacan los zarcillos de acanto.
Fig. 14. Detalle de distintas huellas de esgrafiados.
Un motivo concreto o esquema compositivo compuesto por varios motivos se repite reiteradamente sobre el espacio polícromo, distinguiendo entre las distintas ropas, y/o entre cenefa y vestido. En las representaciones más sobrias, el traje se exhibe en tonos lisos, reduciéndose la ornamentación a los orillos. A menudo, se encuentran ejemplos de obras en las que la ornamentación inunda todo el espacio volumétrico, a excepción de las encarnaduras. La ausencia o existencia de ornamentación en una obra, su presencia de forma masiva en toda la indumentaria o exclusivamente en las cenefas, imprime un factor estético y visual fundamental en su estudio. En estas últimas, la percepción visual de los motivos dependerá directamente del contraste tonal y/o cromático de los distintos elementos y del trazado de sus contornos. La ornamentación se organiza o distribuye en torno a un esquema compositivo preestablecido previamente por el pintor. La composición ornamental puede variar entre obras de un mismo retablo, así como en las distintas vestimentas que cubran a un personaje. Las cenefas u orlas de las indumentarias no son ajenas a la composición ornamental, presentando normalmente estructuras ordenadas o geométricas. Habitualmente, el programa decorativo atiende al valor estético de la simetría, compuesto por motivos que se repiten y distribuyen en torno a un eje imaginario en sentido vertical y horizontal, adaptando sus formas a los volúmenes de la talla, como por ejemplo los candelieri.
7.3.Técnica en los motivos decorativos
Otro de los aspectos más relevantes a tener en cuenta, a la hora de abordar el estudio de los motivos decorativos, lo implica la técnica artística con la que se ejecuta dicho ornato, es decir, el conjunto de procedimientos y recursos de los que se sirve el arte de la policromía para recrear la imitación de tejidos, ornamentación de las imágenes de bulto doradas y policromadas. Las técnicas que se van a referir son las siguientes: esgrafiado, a pincel, incisos, relieves, punzonados, corlas.
El esgrafiado es una técnica basada en un método de dibujo, que permite sacar a la luz una capa subyacente (normalmente, dorado pulido) mediante la acción de rascar, rayar o rajar la capa directamente superior (capa de color al temple o al óleo). Mediante el instrumento denominado grafio[65], se saca el oro contorneando el dibujo, o bien, extrayendo planos del motivo. También, se utiliza frecuentemente para decorar los fondos de los tejidos. A veces, modulados acorde a los volúmenes de la talla, resultando más concentrados y profusos en los salientes, acentuando así la sensación de mayor luminosidad, y en los entrantes menos abundantes y separados proyectando mayor sombra. Las huellas que resultan de esgrafiar una superficie entre otras son: rajado o rayado, zig-zag, moaré, escamado, damero, moteado o picado, ojeteado, roleos o trazos de dibujo[66].
Las decoraciones esgrafiadas han sido recurrentes desde finales del siglo XV hasta el XVIII. En las policromías de estilo hispano-flamenco, de principios del siglo XVI, suponían la técnica decorativa de estofas por excelencia, mientras que en los siglos posteriores se combinó con las técnicas de estofados a punta de pincel y punzonados. El efecto visual que genera esta práctica ofrece policromías eminentemente planas, en donde la luminosidad transferida por los dorados subyacentes compite con los tonos planos cromáticos superiores.
Técnicamente, las decoraciones a punta de pincel son un método de pintura basado en un sistema aditivo, que nace de la superposición de sucesivas capas de color sobre una superficie, alcanzando efectos de tridimensionalidad e imitación de las telas labradas, en el caso de las indumentarias. La terminología que se utiliza en sus distintas acepciones está relacionada con la herramienta con la que se aplica el color, el pincel, o con el efecto de imitación de telas, estofa o estofado. La aplicación de color a pincel lleva intrínseca una intención plástica por parte del artista que la produce, cuya característica fundamental es proporcionar efectos de volumen y tridimensionalidad con cierta rapidez y de modo efectista. Al utilizar esta técnica en la ejecución de los motivos decorativos se observan distintos efectos, clasificados en torno a manchas que rellenan de color el motivo; a base de tintas planas, degradadas o superposición de capas. O bien, siluetean y/o contornean los volúmenes del motivo, creando efectos de sombra/luz, cuando se alterna tono claro y oscuro para acentuar la proyección de la luz, o proyectando la sombra del motivo[67] (Fig. 15).
La recreación de la ornamentación con esta técnica va tomando protagonismo con la introducción de los motivos al estilo romano o grutescos del periodo renacentista, ganándole la partida a la hasta entonces hegemonía de los estofados esgrafiados. Durante dicha etapa, se favoreció una mayor libertad creadora que derivó en la ampliación de la gama de matices cromáticos, en detrimento de la luminosidad transferida por los dorados esgrafiados.
Fig. 15. Detalle de indumentarias ornamentadas a pincel.
Los punzonados son decoraciones incisas efectuadas sobre los dorados. La técnica está basada en un método mecánico, por el cual, mediante un punzón se practican hundimientos secuenciales en la lámina metálica, normalmente pulida, con un dibujo determinado por la forma de la cabeza del punzón. El resultado es una superficie dorado-pulida con una serie de huellas rehundidas que crea efectos de contraste entre brillo y mate. Se aplica sobre zonas reservadas de oro o plata, decorando los fondos de las indumentarias o los contornos e interiores de los motivos decorativos. La herramienta que se utiliza son los punzones, instrumentos que, aplicados por presión o percusión, dejan la huella de su cabeza impresa en la superficie sobre la que se aplican. Implican una acción de golpear para estampar. La huella queda rehundida o en realce según cómo esté grabada la figura en la cabeza del punzón. Según la forma de la huella matriz se denominan: rectangular embotada, rectangular, trama, ojeteado, moteado o picado de lustre, flor, soles, etc.[68] Estas decoraciones se suelen combinar con las técnicas antes mencionadas, contribuyendo decisivamente en los efectos de tridimensionalidad y volumen en las indumentarias (Fig. 16).
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