El pensador de Rodin o la relación hombre-razón
A su propia obra de 1880, el escultor francés Auguste Rodin se refirió de la siguiente forma: “Un hombre desnudo sentado sobre una roca […]. Su cabeza sobre su puño, preguntándose. Pensamientos fértiles lentamente nacen en su mente. Él no es un soñador. Él es un creador”.
Figura 3. Auguste Rodin. Le Penseur, 1880Fuente: Piero d’Houin Inocybe (2005). |
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Hemos escogido esta imagen no solo porque fue realizada en un momento en que la modernidad alcanzaba un esplendor máximo, mediante el trabajo de aquellos que Paul Ricoeur denominó los “maestros de la sospecha”: Marx, Nietzche y Freud; asimismo, hay un desplazamiento interesante en relación con el fresco de Miguel Ángel que puede dar cuenta del desplazamiento de toda una concepción del sujeto.
El sujeto de Rodin, como el de finales del siglo XIX, es un creador. Dios es una hipótesis de la razón; se ha dejado atrás La creación del siglo XVI. La relación fundamental “hombre-Dios” a la que nos referimos con el cuadro de Miguel Ángel es desplazada por la relación entre el hombre y su razón. La relación “hombre-razón” es el fundamento de la realidad. El hombre es el centro del universo y la razón es el centro del hombre.
También podemos señalar la soledad en que se encuentra este sujeto de Rodin y sus acepciones en relación con la calificación que le confiere su autor: “Él es un creador”; sin embargo, la creación de El pensador es un acto de la soledad, una gimnasia mental que se practica en solitario. La meditación es una tarea ardua (se realiza sentado sobre una piedra) que pone al hombre ante el infinito de su propia mente.
Auguste Rodin se inspiró en la obra de Dante para hacer El pensador. Quiso representar La puerta del infierno mediante una trilogía de tres obras monumentales (a Le penseur se añadiría Le Baiser y L’Eternel Printemps) y consiguió hacer tres íconos de la escultura moderna.
El pensador de Rodin representa entonces una obra, a la que el poeta Rainer Maria Rilke se refirió así: “Todo su cuerpo se ha vuelto cráneo y toda la sangre de sus venas, cerebro”. De este modo, ese pensador, en ausencia de contexto, puede representar una razón que funciona como una abstracción aislada, que busca “conocer” la realidad mediante la comprensión de sus fenómenos y el desciframiento de sus misterios.
Al ver El pensador, podemos pensar en un sujeto que también se encuentra en la tarea de conocerse a sí mismo. La idea es quizá llegar a un grado de reflexión que permita “pensar sobre el acto de pensar”, “ser consciente de aquello que se es consciente” o “conocer las formas en que podemos conocer”. Es decir, podemos ubicarnos en el nivel de la epistemología o de la metodología, lo cual constituye un paso crucial en el desarrollo de la razón y el conocimiento, aunque no llega a ser un razonamiento holístico.
1969 o la propiocepción del sujeto
El Explorer VI fue la primera nave espacial que llegó a la luna y además la que obtuvo la primera fotografía de la Tierra. Hasta antes de ese momento habíamos aceptado (científicamente) que nuestro planeta tenía forma redonda, pero nuestra mirada no había podido contemplar tal afirmación. Nuestra radical convicción de la redondez de la Tierra, así como nuestra certeza de que estamos constantemente en movimiento sobre una superficie esférica se sostenía en un criterio científico que no se traducía para nuestra mirada.
Figura 4. Explorer VI. Primera fotografía del planeta Tierra desde la Luna, 1969Fuente: Nasa (1969). |
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Por eso, esta imagen presenta un salto inmenso en la concepción de la fotografía misma como forma de representación. En el siglo XIX, la fotografía había constituido un avance posible gracias al desarrollo tecnológico que creció tomado de la mano con el temor de los artistas ante la posibilidad de que este nuevo invento constituyese la muerte del arte. Sin embargo, consideramos que la foto de la Tierra en 1969 no solo es la obra de una tecnología en especial, sino también de toda una especie que buscaba la forma más compleja de representarse a sí misma.
La fotografía de 1969 es una obra colectiva al igual que las dos anteriores a las que hicimos mención. Tanto La creación como El pensador no son obras exclusivamente de sus autores, sino que son el resultado de todos los deseos e imaginarios de una época. Por lo tanto, son una obra colectiva de representación. Pero, la foto desde la Luna constituye quizá la consumación del anhelo de una humanidad que había desarrollado la tecnología espacial para transportarse (la nave espacial), la forma de sobrevivencia en entornos no naturales (las formas para respirar en el espacio) y la perpetuación de nuestra historia mediante la imagen (la fotografía). Todos estos esfuerzos están encaminados a tratar de explicar de cierta forma quiénes somos. La fotografía de 1969 abre las posibilidades para contestar esta pregunta que ahora solo se vería superada por la imagen del mapa completo del genoma humano.
Desde la perspectiva del sujeto esta foto abre las puertas para poder representar mediante una imagen lo que se denomina propiocepción (en el sentido anteriormente expresado por David Bohm). ¿Acaso podemos decir que la fotografía de la Tierra no es una foto de nosotros mismos? ¿Podemos negar que cuando se toma una fotografía del planeta de cierta forma no somos fotografiados también nosotros? Sabemos que en esa gran esfera estamos siendo fotografiados cada uno de nosotros y a la vez no. Porque no aparecemos como sujetos individuales sino como parte de un todo mucho mayor y que no es igual a la suma de sus partes: es una totalidad viva, un nuevo sujeto. Un sujeto que, como simple representación, podría acarrear el riesgo de que disolver la individualidad en medio de una totalidad invisibilizadora; sin embargo, la imagen de la Tierra es una imagen de nuestro hogar, de nuestros seres queridos, de la naturaleza y a la vez de nosotros. Es decir, en esa imagen estamos representados como parte de la realidad llamada Tierra. Precisamente se trata de ir más allá de buscar el carácter amenazante que la representación de la humanidad como parte de la Tierra acarrea en términos ideológicos, para asumir que somos la Tierra, somos nuestros seres queridos, somos la naturaleza y somos nosotros mismos. Difícil concepción en un entorno en que el antropocentrismo ha sido reducido a la instrumentalidad de todo lo existente.
El sujeto es parte de esa realidad que pretende conocer, de modo que su mirada es capaz de crear y su aporte radica precisamente en una perspectiva. Esta es lo que podemos denominar conciencia; una conciencia que nace en el momento que es posible la “suspensión” del sujeto. El ser humano aporta la conciencia que permite que todo lo que habita la Tierra pueda vivir una experiencia concreta en el transcurso del tiempo.
El acto de conciencia que el ser humano puede aportar a partir de la razón es justamente ser el sujeto reflexivo en una realidad que se manifiesta como un todo que lo abarca. Así como el astronauta Russel Scheickhart pudo contemplar la imagen del lugar que habitamos y donde está todo lo que conforma nuestra realidad, nuestros deseos y aspiraciones,{2} la mirada crítica del sujeto, o su propiocepción como diría Bohm, se da en cuanto puede devenir en una ética del cuidado de la vida a partir de su razonamiento holográfico. El razonamiento holográfico en relación con la imagen de la Tierra nos lleva a considerar la imagen de cada individuo como un punto en el cual se representa ese todo mucho mayor que nos abarca y nos trasciende.
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