El relojero como amo del tiempo
Lo titulamos de esta manera porque consideramos que esta concepción del “hombre” de Descartes-Bacon-Newton contribuyó a la creación de los mitos antropocéntricos en los cuales “el hombre”, que por medio de la razón científico-técnica, puede dominar la naturaleza en su tridimensionalidad (largo, ancho, profundidad), se lanza también hacia la conquista del tiempo. Es así como el relojero de la modernidad no pretende solo controlar el reloj, sino el tiempo mismo. Para eso la modernidad es una pretensión de conquista sobre el espacio y el tiempo.
La ciencia mecánica clásica manifiesta su antropocentrismo racionalista en la colocación de este sujeto cartesiano como el dueño de la historia, que concibe el tiempo como una línea que va de pasado a futuro. La concepción del tiempo lineal —como un continuum de acontecimientos ordenados mecánicamente en pasado, presente y futuro— va ligada a una concepción de la ciencia como el camino para lograr hacernos amos del futuro. Los esfuerzos humanos en el campo científico nos llevan “hacia adelante”, significan “progreso”.
Esta visión teleológica de la historia nos hace pensar que éticamente nuestra responsabilidad reposa en hipotecar nuestro presente por el bienestar en el futuro. El juego de la libertad y la elección se circunscribe dentro de la mentalidad del progreso: el fin humano siempre es algo que está más allá y se da como efecto de nuestro lugar y papel en el relato del progreso.
Si atendemos al imperativo kantiano del deber por el deber (como una expresión de la moral de la modernidad), solo es mediante el cumplimiento de este deber que podemos llegar a ser libres; por lo tanto, la forma como expresamos nuestra libertad (en la elección, la decisión) siempre está situada en el horizonte de lo que estará por venir, de ahí que palabras como “progreso” y “desarrollo” sean sinónimos de “porvenir” y devengan un sujeto apostado al futuro y que en ese horizonte plantea realización moral, su libertad.
Existe un determinado ethos de la modernidad que consiste en que el ser humano sea capaz de dominar la naturaleza para su beneficio futuro. La ética de la responsabilidad con el progreso es signo de un ser que utiliza bien la responsabilidad y que ojalá sea capaz de imponer el ritmo que esa máquina denominada “naturaleza” pueda tener.
Por lo tanto, el ideal máximo del progreso está situado en el dominio del tiempo, “la conquista del futuro” que nos permitirá hacer que el mundo-máquina funcione como queremos, que podamos marcar su aceleración o desaceleración, que podamos descifrar sus misterios, a fin de hacerlo productivo de acuerdo con nuestras necesidades y que genere días de abundancia para todos. Sin embargo, lo que ante nuestros ojos ocurre —y a través de nuestros ojos nos envuelve totalmente— es que este proyecto de progreso “es una promesa incumplida” como dirían los posmodernos (Lyotard y Vattimo, por ejemplo) o, quizá no hemos logrado comprender y generar las condiciones que le hubiesen permitido desarrollarse plenamente, como dirían los neomarxistas (desde Adorno hasta Habermas). En el escenario más probable que es el de que ambas corrientes tengan razón ineludiblemente necesitamos un antirrelojero.
Charlotte o la actitud del antirrelojero
Queremos utilizar una metáfora que, conscientemente, pretende hacer una crítica al mundo-máquina desde la estética. Se podría considerar que en el cine de Chaplin se pueden encontrar elementos que nos permiten leer con otros ojos lo que nos rodea. Esta vez escogemos como elemento iluminador el filme Tiempos modernos, escrita y dirigida por Charles Chaplin en 1936.
Figura 1. Afiche Tiempos modernos (1936)Fuente: More or Less@wordpesee.com. |
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Si leemos con detenimiento el Punto crucial, de Fritjof Capra, nos veremos en la necesidad de volver a leer el Discurso del método que Descartes escribió en 1637. Efectivamente, el mundo cartesiano era una máquina que podía ser comprendido, analizado y sometido por la razón como único método para la certeza del conocimiento. El mismo Descartes así lo afirma cuando habla acerca de las distintas ocupaciones de las personas de su época:
[…] pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en lo mismo en que me encontraba, es decir, emplear toda mi vida en cultivar mi razón, y avanzar, tanto como pudiera, en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método que me había prescrito… todo mi proyecto no tendía más que a asegurarme, ya a tirar la tierra movediza y la arena por encontrar la roca o la arcilla. (Descartes, 1637, pp. 46-48)
Esta actitud que está presente desde los albores de la modernidad hasta nuestros días es quizá uno de los postulados más fuertes del paradigma mecanicista y su símbolo puede ser este reloj que aparece al inicio de Tiempos modernos, película ambientada en la época de la crisis económica de los años treinta conocida como la Gran Depresión.
Como lo diría Capra, el sujeto en el paradigma mecanicista, el relojero del mundo o sujeto cartesiano, está dentro de una preferencia por el comportamiento competitivo y no por la cooperación como una de las principales manifestaciones de la tendencia autoafirmativa de nuestra sociedad (Capra, 1998, p. 48). El protagonista de Tiempos modernos es Charlotte, un trabajador de una fábrica cualquiera que representa no solo la trágica repetición mecánica de los procesos de producción, sino incluso la maquinización de las cosas que nos diferencian radicalmente de las máquinas. Esto se puede apreciar en la secuencia en la cual el personaje tiene que probar la eficiencia de una máquina de comer que se vuelve contra él. Al igual que en muchos relatos de ciencia ficción, la máquina termina peligrosamente volviéndose en contra de su creador.
Por lo tanto, el hombre pasa de ser el relojero del mundo a ser una simple pieza del gran reloj. Incapaz de crearlo y recrearlo es tragado por ella. La imagen de Charlotte (el personaje del vagabundo protagonista de las películas mudas de Chaplin), dentro de la máquina sugiere esa disolución del sujeto en la concepción del mundo-máquina. El hombre es presa de su propia razón instrumental; el hombre se convierte en una pieza de ese engranaje. Charlotte, tragado por esa máquina, que bien es la gigantografía de un reloj, denuncia esa condición por la cual el mundo-máquina genera y devora lo humano. Reduce la compleja dimensión de lo humano a un Homo faber.
Charlotte puede ser considerado la representación de un sujeto que logra subvertir el orden del mundo-máquina desde una visión caótica de la vida. Por eso podríamos considerarlo como el antirrelojero del mundo, ya que es un personaje creativo que, mediante las artes, hace de cada decisión un acto de creación; solo la emoción lo puede liberar. En Tiempos modernos, el personaje de la fábrica sufre un delirio y comienza a “sembrar el caos” haciendo pasos de danza y actos circenses como expresión contracultural a la estructura de la fábrica que representa la unidimensionalidad a la que se reduce la razón. En el delirio de Charlotte, el Homo faber como construcción reduccionista de lo humano a la producción, saca aquí su par complementario e innegable: el Homo ludens. El antirrelojero constituye ese momento de la existencia en que se expresa la irreductibilidad de lo humano, su condición, no contradictoria, sino compleja de lo faber/ludens.
De la confrontación entre los dos personajes (i. e. el relojero de Descartes y el antirrelojero de Chaplin) no queremos deducir que uno sea la superación del otro. No se trata de relacionarlos dialécticamente, sino de asumir a Charlotte como algo más que una determinada forma de ser, como una actitud que evidencia la complejidad que supera la unidimensionalidad del mundo-máquina. Una actitud que incorpora la vivencia plena de las emociones y con ellas nos permite recrear constantemente nuestro escenario actual. Por esto, hablamos del espíritu del antirrelojero como una actitud que nos libera de ese “progreso” acreedor de todos nuestros actos creadores.
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