Jorge Daniel Vásquez Arreaga - Resignificar la educación

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Resignificar la educación constituye una propuesta que en este libro está articulada de tres maneras: epistemológica, cultural y política-pedagógica. En esta obra se desarrollan en el plano netamente conceptual, por cuanto se asume que hacer teoría es una forma de acción. La separación entre teoría y práctica se la dejamos a los que aún asumen que el dualismo es el trascendental filosófico desde el cual se comprenden todas los emprendimientos humanos. ¿Acaso es posible hablar de comunicación sin asumirse como sujeto de koiné ¿Es posible pensar la comunicación abstrayéndonos de nuestro ser-en-diálogo? Se parte de una respuesta negativa a estas preguntas para asumir la crítica en el plano conceptual, como un proceso que desencadena reflexiones que se extienden prolongadamente hasta el infinito o el ciberespacio. En las tres secciones de este libro se hallarán interlocutores distintos. En la primera están más presentes los que se podrían denominar teóricos y divulgadores del nuevo paradigma científico; en la segunda, los que se podrían denominar críticos del presente, y en la tercera, los que se podrían identificar como filósofos de la sociedad alternativa. El desafío es no entender los aportes como piezas superpuestas, sino como los hilos de un mismo tejido, lo cual, a su vez, significa que la tarea de hilvanar los tres hilos no es una operación acabada, sino que implica la voluntad de quien se acerca al texto con la pretensión de encontrar una experiencia compartida.

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Contemplación: pensar con imágenes

En la sociedad contemporánea, bien catalogada como “mundo de imágenes”, es por nuestro ojo que el escenario se construye en forma de cuadro, foto o mosaico: el ojo no es ojo porque ve, es ojo porque nos ve, como diría el poeta Antonio Machado.

Sobre la apreciación del arte hace ya muchos años sabemos que la obra está ahí para ser gozada y provocar (o ayudarnos a crear) el placer de la experiencia estética. Ese placer estético que es, como dirían los filósofos de la modernidad, la más alta expresión del espíritu. Las ciencias sociales que cobraron cuerpo con la modernidad incorporaron esta idea mediante el principio de reflexividad. Los estudios de la etnometodología de Garfinkel dieron cuenta de un observador que no podía diferenciarse de las circunstancias. Sociológicamente no se podía dejar de reconocer que la relación sujeto-objeto basada en el “distanciamiento” del observador (sujeto) era una abstracción. Garfinkel retomó a Heidegger en la idea de suponer un “ente” que al “estar ahí” nos convertía a nosotros en sujeto de observación (Lash, 2005, pp. 276-279). Fue un intento por superar la descontextualización del sujeto que observa.

A pesar de los esfuerzos de las ciencias sociales por reconocer que es el observador el que crea la realidad, no logra abandonar la visión de un paradigma mecanicista en el cual el mundo no puede ser concebido como una sola unidad, sino como varios sistemas en interacción para cuyo análisis es necesario estudiarlos por separado. Cada sistema —en el caso que se llegue a denominarlos así— implica desarrollar una “disciplina” diferente. Cada sujeto separado del objeto.

La ruptura con este paradigma se dio gracias a los avances de la física cuántica con base en la cual se podría perfilar una mirada más integradora (Capra, 1998; 2003). Pensamos que es legítimo un punto crítico inicial que considera un paso muy azaroso el hecho de trasladar un conocimiento proveniente de las ciencias exactas, aún con todas las dificultades de este término; en el común se sigue agrupando en esta categoría a la física, las matemáticas, la lógica —como lo es la física cuántica, a otras áreas de la ciencia, como lo son las ciencias sociales—. A esto se le puede argumentar como ejemplo los traslados que se hicieron de los descubrimientos y la formulación de la teoría darwiniana a los campos de explicación y análisis de la sociedad, que arrojó como resultado el darwinismo social iniciado por Herbert Spencer y que posteriormente se convirtió en el tronco de muchas otras teorías sociales: ramas extensas de este tronco. Dicho en otras palabras, los postulados de la física cuántica y de la teoría holográfica (principio de incertidumbre y la representación del todo en cada una de sus partes) no podrían ser trasladados a las formas de “conocer” la sociedad, según dice la crítica. Sería cometer el mismo error del discurso científico del darwinismo social que trató de aplicar el principio de selección natural al desarrollo de la raza y posteriormente de las clases sociales.

Ante este riesgo, nuestra pretensión es hacer una opción ético-epistemológica que se expresa desde una visión holística, en la cual se trata de superar la fragmentación disciplinaria y darnos cuenta de que esto que hemos considerado ciencias duras son distintas perspectivas de un mundo que no es estático, sino cambiante. Es decir, la diferencia no está en las perspectivas, sino en el reconocimiento de que efectivamente hay mundos diferentes. Cada una de estas miradas/perspectivas crea un mundo distinto, porque “en realidad no existen cosas como la biología, la química o la física. Son meros constructos diseñados para facilitar el desarrollo y la articulación del conocimiento” (Dychtwald, 1992). Un mundo holístico necesita un razonamiento holístico que nos permita hacer una “segunda reflexividad”, en la cual el sujeto observador/creador pueda hacer el ejercicio de verse a sí mismo en el propio acto de ver.

El razonamiento holístico, como lo dice David Bohm en su Sobre el diálogo, es un acto de propiocepción, lo cual significa hacer una “suspensión” para lograr una percepción de uno mismo para contemplar el resultado de nuestro propio pensamiento (1997, pp. 53-54). Es contemplarse como sujeto cognoscente que se constituye a sí mismo. Así, no solo es que el sujeto sabe que su mirada afecta al objeto observado, sino que también el mismo hecho de mirar lo constituye como sujeto a la vez que conforma lo observado. Es un desplazamiento del antropocentrismo científico por una experiencia cognoscente que lo sitúa en constante relación con lo que lo rodea y consigo mismo.

Al concepto de propiocepción de Bohm consideramos pertinente hacer una especificación para lograr captar el valor del cambio del sujeto/observador/reflexivo a un sujeto contemplativo. Por su parte, la contemplación sitúa la mirada en una perspectiva holística. Consideramos que la contemplación es una actitud existencial que transforma la mirada porque se incluye a sí misma; es decir, la propia mirada es objeto observado. La contemplación sería entonces una metamirada. Por supuesto, para la exposición de nuestro argumento es importante saber que la contemplación de por sí no significa transformación de las circunstancias materiales, sino que, en cuanto forma de racionalidad, permite elaborar figuras que nos ayuden a comprender mejor los fenómenos que configuran lo humano y su relación con lo existente. Esto es, precisamente, lo que nos proponemos hacer con las tres obras de arte con las que queremos dar cuenta de tres imágenes del sujeto en esta transición o confluencia de paradigmas.

Los desplazamientos del sujeto

y la razón desde la mirada

La Creación de Adán o el sujeto del antropocentrismo

Este fresco de Miguel Ángel, pintado en el techo de la Capilla Sixtina en 1511, ilustra la creación del primer hombre. Aunque en el Génesis existen dos relatos de la creación (la fuente Yavhista y la fuente “P” o sacerdotal), el cuadro de La creación de Adán retrata los inicios de la modernidad o el pensamiento fundacional del antropocentrismo. Por lo tanto, no es una ilustración bíblica, por cuanto es el inicio de una representación del sujeto que la modernidad empezaba a construir como una salida del pensamiento de la Edad Media.

Figura 2 Miguel Ángel La Creación de Adán 1511 Capilla Sixtina Fuente - фото 3
Figura 2. Miguel Ángel. La Creación de Adán, 1511. Capilla Sixtina Fuente: Titimaster (2011).

Son múltiples los análisis que se han hecho sobre esta obra de arte desde su valor histórico, estético, filosófico, etc. No obstante, en una forma sencilla, podemos decir que el sujeto representado en esta obra es la de un hombre que se considera a “imagen y semejanza” de un Ser Supremo. En este sentido, el ser humano es revestido de una especie de poder divino que lo constituye como soberano de la naturaleza y todo lo creado.

La realidad es ontológicamente constituida por la voluntad de un Ser Supremo que lo ha hecho todo para ponerlo a disposición del hombre. El hombre tiene el deber, la misión, de nombrar la realidad y esa es su forma de colonizarla. Por lo tanto, las cosas —y todo lo que constituye el mundo o la realidad— es algo dado que está al alcance de la mano del hombre.

Este sujeto antropocéntrico al extremo expresa en su gesto perezoso para con Dios —nótese la ligereza con la que Adán extiende su mano ante el esfuerzo que Dios hace por tocarlo— una religión cansada que sirvió de base para que la modernidad erigiera la razón como nuevo dios. Sin embargo, la pintura también puede representar una visión de mundo; un mundo en el que no existe más que el hombre y Dios (y su corte de ángeles). La relación entre Dios y el hombre (como ser individual) es el elemento fundamental de la realidad en el paradigma antropocéntrico que empieza a formularse en el siglo XVI de nuestra era.

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