Así las cosas, la comunicación es más que un espacio interdisciplinar para las ciencias humanas y sociales; es un fenómeno que, de acuerdo con esta lógica borrosa, sorprende cuando como sujetos somos conscientes de las posibilidades de la comunicación, aunque no utilicemos los mismos términos para decir las mismas cosas. En este sentido, el significado no aparece como el efecto proveniente de la correspondencia del significante con la cosa (que quizá llamaríamos realidad objetiva), sino como una dimensión indispensable para una nueva visión de la vida; es decir, un principio.
En relación con lo expresado en el párrafo anterior, la comunicación bien podría ser comprendida como la textura de lo social. Esta es el resultado de todos los intentos por comprendernos, pero a la vez nos precede. Para que sean posibles fenómenos sinérgicos como la vida, el amor y el comportamiento, la comunicación nos precede como un fenómeno de nuestra herencia evolutiva. No es apenas una construcción cultural de nuestro poder cerebral, ni siquiera los comportamientos comunicativos excepcionales y aparentemente inteligentes están ligados a un excepcional poder del cerebro humano (Margulis y Sagan, 2005, p. 119). Si todo ser autopoiético es consciente (cognoscente del mundo exterior), la comunicación adquiere sentido desde una perspectiva termodinámica; es decir, degrada energía inútil para ponerla al servicio del orden; sin embargo, la forma de ser-en-el-mundo no es precisamente seguir el principio termodinámico —por el cual el sistema tiende a buscar su equilibrio en un estado final—, sino precisamente “bifurcarse”, abrirse a nuevas reconfiguraciones del sentido. Como diría Paulo Freire, la comunicación es transformadora.
Los sistemas humanos, entendidos como sistemas vivos, responden a un modelo de estructuras abiertas en lugar de estructuras entrópicas (Najmanovich, 2008). Esto significa que, como señala Dennise Najmanovich, los sistemas vivos/humanos siempre son abiertos y se desencajan de los modelos de la termodinámica clásica y se asemejan a los modelos de la termodinámica no-lineal que formula el químico belga Ilya Prigogine:
En la termodinámica clásica un sistema podía evolucionar hacia un solo estado final: el equilibrio, y el proceso era lineal. En la tnlpi [termodinámica no lineal de los procesos irreversibles] este no es el caso, ya que no podemos determinar absolutamente la trayectoria evolutiva de un sistema, sino que aparecen distintas opciones, los caminos se bifurcan y en la vecindad de las bifurcaciones interviene el azar, nuestras leyes no nos permiten deducir cuál camino tomará un sistema al llegar a una bifurcación […] los seres vivos pueden ser considerados estructuras disipativas sujetas a fluctuaciones que pueden amplificarse hasta implicar una reorganización total en un nivel más complejo (una nueva especie). (Najmanovich, 2008, pp. 43-44)
Una totalidad que signifique la agregación de humanos y sus dispositivos, lo que Margulis y Sagan (2005, p. 189) llamarían “super humanidad”, no en su sentido etimológico, sino como el resultado de la comunicación entre sistemas, puesto que si las especies no se comunicaran (interactuaran), las personas no fueran más que la suma de sus células. Es la comunicación la que hace posible que el todo sea distinto a la suma de las partes. Nuestro mundo global amplía cada vez más las redes comunicativas (por ejemplo la relación entre sistemas en la naturaleza) para poder generar esa nueva realidad que solo es posible en una relación de las partes provista de significado.
Como señalamos con la cita de Najmanovich, el camino evolutivo de su disipación no se puede prever. El significado se manifiesta en que el orden generalizado que percibimos está lleno de “coevolución” y “cooperación” (Briggs y Peat, 1999, p. 78) no solo es resultado de la selección natural y ni de un sistema determinado al equilibrio, por el contrario, está impulsado por la multiplicidad de reconexiones entre sistemas vivos y comunicantes. Nadie hace a nadie pero nadie se hace solo, al estilo de lo manifestado por Freire en su Pedagogía de la autonomía en relación con el carácter constitutivo del diálogo en la educación.
Incorporaciones
Además de ver el principio como un fundamento y como un criterio de explicación considero que, en tercera instancia, puede referirse también a un eje transversal de todo acontecer y algo que da cuenta de todo aquello a lo que nos referimos. Por eso, una implicación de las rupturas paradigmáticas en comunicación es la revisión o la ampliación de los propios principios. Precisamente porque la física cuántica ha transformado la forma de “conocer” la realidad es que los principios que poseía dejaron de ser suficientes. Si, como dijo el premio Nobel de Física, Niels Bohr: “Los que no se sorprenden cuando se topan con la teoría cuántica por primera vez, de ninguna manera pudieron haberla entendido”, los principios del nuevo paradigma suscita, en palabras de Paulo Freire (2006) una curiosidad epistemológica.
La dificultad para que los principios vigentes en el paradigma mecanicista pudieran servir para explicar los sistemas humanos y su comunicación como posibilidad de invención de nuevos escenarios (de socialización, políticos, estéticos, etc.) lleva a replantear si la concepción maquinicista de la realidad no anula al sujeto. Yo sostengo que el mecanicismo reifica y desubjetiviza. El sujeto desaparece subsumido por los principios de la máquina, tanto si comprendemos el sujeto como el efecto de la articulación significante (sujetado al lenguaje, prendido del deseo), como si lo consideramos actor o agente social. El paradigma newtoniano usurpa la teoría social y secuestra al sujeto hasta que nos olvidemos de buscarlo.
No se trata de hacer un planteamiento que ponga la comunicación como el centro de todos los procesos humanos, sino de asumirla como la entrada para apropiarse individual y colectivamente de nuevos principios si miramos más allá de la propuesta habermasiana de construir acuerdos racionales (Habermas, 2002). El acuerdo racional está detrás de las emociones que preceden al acto de habla. Si bien la propuesta de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort (cuyo representante es Habermas) en relación con una ética comunicativa incluye la valoración del mundo de la vida, la razón (desligada de otras formas de conocer y legitimar al sujeto en el escenario social) sigue siendo el centro de la persona y de la comunidad a la vez que es fin. La comunicación solo se hace tangible en la consecución de un consenso racional que soporte las pruebas de validez que la razón crítica hace a los argumentos. En la actual crisis de civilización es necesario ampliar la mirada hacia racionalidades (en cuanto formas de ordenar el mundo) que podrían tener parte de un sentido común o pensamiento no-ilustrado, como centro dimensiones que son, desde el punto de vista del mecanicismo.
Aun contando con la incorporación de la inteligencia emocional (por ejemplo, David Goleman), la crisis actual parece desbordar la reflexión de la que somos capaces. Incorporar una perspectiva emocional en nuestra forma de aprehender la realidad fue ya un paso; aunque aún no se haya logrado desplazar a la medición del coeficiente intelectual del privilegio que ocupa a la hora de determinar nuestra inteligencia. Seguimos preguntándonos por una inteligencia que nos permita la posibilidad de explicar la realidad como conexiones neuronales en serie (es el caso del coeficiente intelectual [CI]) o las redes de organización neuronal que nos permiten reconocer pautas o crear hábitos, que son expresión de nuestra inteligencia emocional.
En consecuencia, resulta un desafío epistemológico hacer conciencia que las oscilaciones neuronales unificadoras de mi mente permiten cultivar una nueva forma de inteligencia espiritual, según la formulación de Danah Zohar (2001). Esta inteligencia espiritual que plantea Zohar es clave para entender que la comunicación es acto de creación profundamente intuitivo de significado. Rompe, por lo tanto, con la visión positivista de la comunicación y trasciende su comprensión como una acción racional que integra el mundo de la vida. Si hay una inteligencia espiritual, se entiende que esta permite comprender la comunicación o la capacidad de concebirnos como seres comunicantes porque en ello está nuestra integralidad. Por ende, la comunicación es un acto (no el único) por el cual nos ejercitamos en la tarea de abarcar la complejidad del mundo, porque nos abre la posibilidad de abrir nuevos escenarios.
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