El secreto
del elixir mágico
Óscar Hernández-Campano
Colección
Albores
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El secreto del elixir mágico
© Del texto: Óscar Hernández-Campano
© De esta edición: Editorial Sargantana 2019
Email: info@editorialsargantana.com
www.editorialsargantana.com
Primera edición: Septiembre, 2019
Impreso en España
Los papeles que usamos son ecológicos, libres de cloro y proceden de bosques gestionados de manera eficiente.
ISBN: 978-84-17731-26-7
Depósito legal: V-2480-2019
A la memoria de los maestros Jules Verne y Emilio Salgari.
A mis padres.
Prólogo
La historia que me dispongo a narrar ocurrió a finales de los años ochenta del pasado siglo XX. Mis amigos y yo éramos, en aquel entonces, unos chavales llenos de sueños y sin miedo a nada, como todos los adolescentes. Nuestra vida era bastante normal: íbamos al instituto, salíamos los fines de semana, veíamos películas y, en general, nos divertíamos de manera despreocupada. El tiempo discurría así hasta que, un verano, mientras disfrutábamos de las vacaciones, empezaron a ocurrir cosas misteriosas a nuestro alrededor. De la noche a la mañana nos vimos inmersos en una aventura que cambió nuestras vidas. Aún hoy, tantos años después, recordar lo que pasó me sigue poniendo los pelos de punta. Vivimos algo extraordinario, nos enfrentamos a fuerzas sobrenaturales y pagamos el precio de salvar el mundo.
Lo que ocurrió, aunque hayan pasado muchos años, sigue tan reciente en mi memoria que a veces me despierto por las noches y me parece que todavía está pasando. Por eso he decidido ponerlo por escrito y compartirlo. Creo que contándooslo conseguiré dormir al fin sin sobresaltos.
Narraré lo que ocurrió desde el principio, aunque el principio que recordamos no siempre es el verdadero comienzo de las cosas porque, como suele ocurrir en la vida, cuando tenemos conocimiento de algo, en realidad es como si montáramos en un tren en marcha o como si nos sumergiéramos en un río cuyas aguas nunca se detienen…
Pasa la página y lee con atención. Si eres un chaval de más o menos la edad que yo tenía cuando viví aquella aventura, me entenderás en seguida; si eres un adulto, como yo lo soy ahora, deja que quien lea sea el adolescente soñador que llevas dentro.
Capítulo Uno
Un amanecer muy movido
La explosión fue tremenda. Los fragmentos de piedra atravesaron a gran velocidad la nube de polvo que se formó tras la detonación. Yo permanecía acurrucado tras una enorme roca a varios metros de distancia. Tenía los ojos cerrados y me protegía la cara con los brazos. Me costaba bastante respirar; comencé a toser. Aunque me tapaba la boca y la nariz con un pañuelo, sentía que me asfixiaba. Casi a ciegas, saqué de mi mochila una cantimplora, la abrí torpemente y, tras beber un poco y refrescarme la garganta, me tiré el resto por encima para lavarme la cara con el pañuelo.
Poco a poco, el aire del exterior fue haciendo respirable el lugar, se llevó el polvo y permitió que la luz del día iluminara la gruta.
Los nervios me empujaron a salir de mi refugio de forma temeraria. Como buen aventurero debía haber esperado a que cesara el continuo caer de piedras y cascotes que, aunque no muy grandes, sí resultaban peligrosos. Me sacudí el polvo y la arena de los hombros, de los brazos y del sombrero. Miré a mi alrededor. El fascinante juego de luces y sombras que provocaban los recovecos de la cueva y los continuos entrantes y salientes de la pared me impedían ver con claridad. Rebusqué entre mis cosas hasta que di con una linterna que iluminó la gruta. Satisfecho, observé el resultado de la explosión de la dinamita que le había comprado a un comerciante muy poco recomendable de la ciudad.
Tal y como esperaba, en el lugar exacto donde señalaba el mapa, apareció la galería. Había permanecido oculta durante milenios tras un grueso muro de piedra. Aquel era el lugar. Después de tanto tiempo, investigaciones y peligros, lo había encontrado. Un escalofrío me recorrió el cuerpo; los nervios no me permitían pensar con claridad. El tesoro tenía que estar allí. El mapa era auténtico, había seguido las pistas y había encontrado la cueva secreta.
Con cautela y paso firme, me encaminé hacia la entrada de la galería. Movía la linterna de izquierda a derecha y de arriba abajo, escrutando un lugar que nadie había visto desde tiempos remotos. De repente, algo llamó mi atención. Me pareció que había algo oculto entre las sombras. Enfoqué la luz hacia aquel punto. Me quede sin respiración, sin poder siquiera pestañear. Era lo más hermoso que jamás había visto. Con sumo cuidado, aunque hecho un manojo de nervios, me acerqué, dejé la linterna sobre una roca, cogí el tesoro con las dos manos y, tras admirar su belleza un momento, lo introduje en la mochila. Sonreía nervioso. Creo que incluso me temblaban las manos. Cerré los ojos un instante y me obligué a calmarme. Encontrar el tesoro solo era el primer paso. El peligro no había pasado. Tenía que ser cauto, actuar con frialdad y pensar con detenimiento.
Cuando me disponía a marcharme, más tranquilo y con la mente fría, sentí que algo me rozaba los pies. Miré hacia abajo y sentí una especie de descarga eléctrica. Una enorme zarpa de color salmón, repleta de escamas y con afiladas garras, reposaba sobre una de mis botas. Salté hacia atrás y enfoqué con la linterna hacia lo que fuera que me había tocado. Entonces vi algo que me heló la sangre: una bestia enorme, cubierta de escamas anaranjadas y ojos del color de las esmeraldas. Su mirada era gélida y demoníaca. Balanceaba su enorme cabeza, en la que destacaban tres pares de cuernos y sus afilados dientes. Exhalaba una especie de humo que no hacía presagiar nada bueno.
Sentí pánico. Entonces vi que la bestia se disponía a abalanzarse sobre mí. Adivinando sus intenciones, le arrojé la linterna a la cabeza y salí corriendo. El monstruo, desconcertado por mi arrojo, no tardó en perseguirme. La entrada de la cueva se me antojó entonces muy lejana. Corría sobre aquella roca húmeda aferrándome a la mochila y a la esperanza de que la luz del sol se aliara conmigo contra aquel ser, guardián milenario del tesoro que me llevaba. Me habían hablado de la bestia, pero pensé que era un mito, una leyenda para timoratos. Sin embargo, era real, sus garras eran reales y el fuego que lanzaba también. Mis piernas se movían como jamás lo habían hecho, aunque no fui lo suficientemente rápido. La bestia se acercaba a gran velocidad. Miré hacia atrás y la vi casi encima, dando enormes saltos sobre sus tres o cuatro pares de patas. Sus fauces, abiertas, mostraban un par de hileras de amenazantes colmillos. Sus garras, tan afiladas como bisturíes, destrozarían mi cuerpo como si rasgasen papel, el fuego de su esófago me calcinaría.
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