En la vida adulta, “para acceder al otro sexo hay que pagar el precio de la pequeña diferencia [simbólica] que pasa engañosamente a lo real a través del órgano” (56), como efecto del significante impar –el falo– que distingue presencia y ausencia. (57) Lacan lo califica de “error común” o “natural” del ser hablante por el cual el órgano deja de ser tomado por tal y, en el mismo movimiento, revela lo que significa ser órgano, como bien indica la etimología, organon : instrumento; porque un órgano no es instrumento más que por mediación del significante.
Ahora bien, ese “error natural” inducido por el lenguaje es el replicado por los niños y niñas que se reinvindican transgénero. Ellos reclaman una verdad sobre su ser que la anatomía no dice y que el sujeto encarna desde la convicción de “haber nacido en un cuerpo equivocado”. Bernard Lecoeur desarrolla en profundidad este tema en su conferencia “Nacer en el buen cuerpo” (58) a partir de la pregunta ¿qué significa estar alojado en un error? ¿cómo pueden el ser y el cuerpo estar en buen entendimiento?
Estas cuestiones convocan un planteamiento ético debido a la lógica de la exclusión en la que se enmarca la desarmonía, que juzga la repartición sexual inadecuada y actualiza los enigmas existenciales: ¿tengo derecho a vivir? El documental sobre el recorrido de la pequeña Sacha expone claramente este trasfondo.
Porque, ¿qué quiere decir ser chico o chica? ¿qué quiere decir querer serlo? No se trata en este caso de una división que pudiera vincularse a una elección inconsciente, una alternativa del ser, sino de una disyunción entre el ser y el cuerpo, a raíz de un fatum insoportable que impulsa la voluntad de remediarlo. En el caso de Sacha es claro, ser una chica es querer vestirse como tal, jugar a las muñecas, estudiar danza y bailar junto a las demás niñas, es decir, presentarse a los demás según los cánones de la “mascarada femenina” (59).
En el caso de Michel, el personaje de la película Tomboy dirigida por Céline Schiamma, se destaca la relevancia de la “parada viril”: aprovechando la mudanza de su familia a otra ciudad se atreve a presentarse con nombre de chico a una vecina que cae bajo sus encantos. Poco a poco va arriesgándose a mostrar un semblante más varonil, aunque ocultando su carencia, llega incluso a fabricarse un pene con plastilina para acceder a bañarse con su pandilla.
A sus diez años, próximo a la entrada en la pubertad –“la más delicada de las transiciones”–, una época en que se interroga de manera particular la presencia del Otro (encarnado, en este caso, en la figura de la madre), y a raíz de un altercado con sus pares, llega a desenmascararse para ella el alcance de lo que hasta el momento no parecía tener ninguna relevancia, a pesar de que el comportamiento de Michel mostraba un marcado contraste con el semblante femenino de su hermana pequeña y, antes, era admitido sin más en la familia.
Lacan introduce el concepto de “sexuación” del ser hablante para acentuar su carácter de una elección. Evidentemente, no se trata de una deliberación consciente sino de una posición subjetiva que subraya al decir que, en lo relativo al sexo, el sujeto “se autoriza de sí mismo… y de algunos otros”. A este respecto es notable la incidencia que ejercen los testimonios y experiencias que circulan en el mundo virtual y su impacto en las identificaciones imaginarias; el saber que antes se suponía y se buscaba con la mediación de los adultos está, gracias a Internet, a disposición de niños y adolescentes, lo tienen “en el bolsillo” afirma Miller (60).
Lecoeur refiere el caso de Sade, una chica de quince años que se consideraba lesbiana hasta descubrir la disforia de género en una web y llegar a captar que lo suyo era más complicado, “fue como un segundo nacimiento”, explicaba, “sobre todo porque no estaba sola”. Antes de iniciar su tratamiento mantuvo unas entrevistas con un psicólogo, pero sin convicción, alegando que ella no padece ningún problema mental, sabe quién es y también lo que es. “Esta certeza es validada por el discurso. Lo cual comporta el riesgo de clausurar el espacio donde el sujeto pueda interrogar el enigma del sexo de una manera distinta que a partir de las figuras impuestas del género”. (61)
¡Un respeto por los enigmas!
Frente a la aplicación de los protocolos de transición cuyo uso ha sido adoptado en muchos países, y que, como su nombre lo indica, ofrece una solución universal (para todos) nos parece fundamental tener en cuenta algunas de las implicaciones de esta intervención política en la esfera de la intimidad a través de la cual las democracias intentan hacer frente a la marginalidad preservando los derechos de las personas. Porque las experiencias singulares exigen una reflexión más profunda, como nos sugieren una serie de niños y adolescentes atendidos por una clínica de Chicago, al introducir algunas cuestiones éticas de máxima importancia, como el caso de Ryan, de once años, en proceso de transformación de chico a chica. Su madre dice que “se siente niña en su corazón y niño en su cabeza”, que se busca a sí mismo en una “zona gris”. Contrariamente a muchos niños transgénero; no rechaza su sexo, y aunque sus padres están dispuestos a sostenerle en su elección, ésta no podrá permanecer en suspenso, deberá optar por un sexo u otro porque ya ha iniciado un tratamiento que bloquea la pubertad inhibiendo las hormonas. En tanto que individuo de derecho el niño dispone de la capacidad de una elección. Pero es unilateral, advierte Lecoeur, a distancia de “las vacilaciones fantasmáticas, las cuales, lejos de ser simples dudas, son auténticos experimentos mentales”.
Cierto es que lo insoportable del sufrimiento infantil y el desamparo de los padres ante una realidad desconcertante debe encontrar una respuesta de protección y cuidado, así lo expone el documental La petite fille ; gracias a la intervención de la psiquiatra infantil y la firma del certificado correspondiente consignando el inicio del protocolo de transición, se concedió a Sacha la libertad de asistir a la escuela vestida de chica. Pero las insuficiencias del protocolo en cuanto al tratamiento de la subjetividad son elocuentes. Como el momento de la primera entrevista en el servicio de psiquiatría a la que asisten Sacha y su madre, quien confiesa entre lágrimas ante la mirada atónita de su hija la culpabilidad que resiente, se pregunta hasta qué punto puede haber influido su deseo de tener una niña. La doctora responde categóricamente que en ningún caso es culpabilidad de los padres y solicita a Sacha decirle algunas palabras que reaseguren a su madre en este sentido. El silencio de la niña es una lección de humanidad.
Como lo es también su respuesta negativa ante la oferta de entrevistas a solas, o su demanda, ante el requerimiento de relatar las experiencias de exclusión, de que sea su madre quien refiera la humillación que ha soportado en las clases de danza, al ser obligada a vestirse de niño contrariando su deseo y el compromiso asumido por la escuela. No menos tremendo es el forzamiento que se refleja en su rostro angustiado ante la imposibilidad de responder a la psiquiatra cuando la incita a expresar su cólera, sus sentimientos negativos motivados por el maltrato de sus compañeros y compañeras.
Un conjunto de prejuicios se abre camino bajo la pancarta de la defensa del niño y su libertad cuyos efectos deberían funcionar como una seria advertencia para los clínicos que son llamados a intervenir en estas situaciones. Así nos lo enseña también la película Girl del realizador Lukas Dhont. Lara, su protagonista, una belleza recatada y silenciosa de quince años, quiere estudiar danza en una prestigiosa escuela donde es aceptada aún con reticencias; no le falta talento, sus dificultades se presentan fundamentalmente en las posturas en punta de pie. Se encuentra en tratamiento hormonal con la perspectiva de realizar dos años más tarde una cirugía de reasignación sexual. El psicólogo la anima a no esperar para vivir la vida “yo te veo una mujer, ¡y muy guapa!” Su mensaje, sin ninguna consideración por la turbación que despierta en su joven interlocutora, es: ¡goza! (62) A esta desgraciada e impúdica injerencia se añade la falta de consideración por la subjetividad de Lara por parte de los médicos, que le reprochan estar demasiado delgada y perturbar así la marcha del tratamiento.
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