¿Qué es lo primero para nosotros? Para un cristiano lo primero es Dios. Un Dios Trino que es comunitario y personal al mismo tiempo. En Dios, las personas y la comunidad son inseparables. Dios es una comunidad perfecta, porque está formada en base a personas infinitamente perfectas. Y, por otro lado, las personas que hay en Dios son perfectas, porque se dan perfectamente las unas a las otras, en una solidaridad total, completa, que llega a la unidad. Ese es nuestro Dios. ¿Qué es entonces lo primero para el cristiano? Nuestra fe nos dice que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y si ese Dios es personal y comunitario simultánea e indivisiblemente, quiere decir que el hombre hecho a imagen y semejanza suya fue llamado al mismo tiempo a una vocación personal y a una vocación comunitaria. Es imposible separar, decir qué es lo primero. Lo más propio de la persona, del individuo es la libertad. Pero nuestra libertad fue hecha a imagen de la de Dios. ¿Y cómo usa Dios su libertad, por así decir? Cada una de las tres Personas la usa para darse enteramente a las otras. La libertad de Dios es libertad para el amor. Y Dios también dio la libertad al hombre para que la use al servicio del amor y de la solidaridad. Libertad y solidaridad no son dos cosas opuestas. La libertad le fue dada al hombre para la solidaridad y se perfecciona como tal en la medida en que se emplea para aquello a que Dios la destinó: para la unidad, para la solidaridad. Y la solidaridad, por otro lado, es auténtica en la medida que se base en la libertad, de lo contrario no es humana, no es solidaridad a imagen de lo que existe en la Trinidad.
Hoy encontramos muchos artículos cristianos aparecidos en distintas revistas que sostienen: antes teníamos una concepción individualista del hombre, partíamos de las personas y después se llegaba a la sociedad; ahora hay que partir de la sociedad para llegar a las personas. Las dos cosas son falsas si se absolutizan. Nuestro punto de partida es un Dios en que los dos aspectos son simultáneos e inseparables. Si uno parte de cualquiera de los dos, dándole prioridad, corre el peligro de no llegar nunca al otro. Por eso, hay que partir poniendo a los dos en un mismo plano (por lo menos en lo que a valor objetivo se refiere), pues otra cosa es la presentación pedagógica que debe adoptarse a la perspectiva de interés de cada época.
Uno lo ha visto en la práctica: el capitalismo defiende la libertad porque así cree que llegará mejor a la solidaridad, pero no llega. El marxismo parte de la solidaridad queriendo llegar a una sociedad más libre y la experiencia histórica nos muestra que también le ha costado bastante arribar a su meta.
Para el capitalismo, el marxismo es el diablo en persona. Entonces nos exige escoger: “o u o”. Para el marxismo, el capitalismo es el pecado original concentrado, por lo tanto, también plantea esa disyuntiva. Esto no lo podemos aceptar nosotros. Hemos de partir rompiendo cualquier esquema que nos impongan personas de fuera. En primer lugar, nosotros somos cristianos y para nosotros el único Absoluto, es Cristo. Por lo mismo el único que puede decir “o conmigo o contra mí”, es Cristo. Nadie que no sea Él tiene derecho a ello, porque fuera de Él, de su Evangelio, todo lo demás es relativo y será bueno en la medida en que siga la línea de Cristo y malo en la medida en que se aparte de ella. Pero nada, ninguna ideología, ningún sistema socioeconómico, coincide plenamente ni con Cristo ni con el Evangelio. Por lo mismo nadie puede decir: o esto o lo otro.
Tenemos que romper esa mentalidad dualista, ese esquema simplista. Es típico de las mentes infantiles caer en el dualismo. La realidad es compleja, pero es típico del niño vivir en un mundo semejante al de las películas de cowboys donde los hombres se dividen entre buenos y malos de manera tajante.
El mundo no está hecho en base a contradicciones absolutas, como lo sostienen los marxistas. El método de análisis marxista –al que volveremos después– parte de esa tesis, pero es algo absurdo. Esta teoría se encuentra en Hegel, en quien se inspiró Marx. Hegel hablaba de ideas y en las ideas es claro que existen oposiciones así. La idea de bondad con la idea de maldad no tiene nada que ver, y la idea de blanco con la idea de negro son totalmente contradictorias. Pero en la realidad no existe ningún ser que sea enteramente blanco o enteramente negro, todo bueno o todo malo. En la realidad no existen contradicciones absolutas. La mayor contradicción que se puede imaginar es entre Dios y la nada, en el plano del ser y entre Dios y el pecado en el plano de lo moral. Pero bajando al plano de lo real (pues el pecado no existe en sí mismo) ni siquiera el demonio –a pesar de estar lleno de pecado– es mal puro, porque tiene existencia y eso ya es un bien que lo asemeja parcialmente a Dios. La única contradicción absoluta que parece quedar es entre Dios y la nada, pero la nada no existe, por lo tanto, tampoco esta contradicción absoluta es real.
El P. Kentenich habla de un mundo construido no en base a contradicciones absolutas sino en base a tensiones. Las tensiones son contradicciones parciales, relativas, bajo un aspecto. Pueden ser a veces perjudiciales, destructivas, pero, por otro lado, toda la vida que hay en el mundo es fruto del juego creador de dichas tensiones.
Las mentalidades simplistas cuando encuentran dos cosas que están en tensión –ya sean persona o sociedad, naturaleza y gracia, Iglesia y mundo– tienen la tendencia a pensar que, de esos dos valores que están en tensión, uno de los dos es absolutamente más importante. ¿Y cómo resuelven la tensión? Escogiendo uno, absolutizando uno, y en tal forma que no solo eliminan al otro, sino que terminan perdiendo también aquél que escogieron. Por ejemplo, en la tensión “persona-sociedad”, se coge cualquiera de los dos extremos –la persona o la sociedad– y se le absolutiza de tal modo que al final no queda nada. De tanto absolutizar la persona se destruye la sociedad, se crea una sociedad tan egoísta e inhumana que esas personas no pueden vivir en ella como verdaderas personas. Y viceversa: si se absolutiza la sociedad, se le da tanto peso que termina aplastando a las personas y destruyéndose a sí misma. Lo que resta es una agrupación de individuos, pero no una sociedad con solidaridad humana, porque no se trata ya de una solidaridad personal.
Todo simplismo que plantee las tensiones como contradicciones y que escoja y absolutice uno solo de los extremos, al final se queda sin nada. En el fondo, la mentalidad simplista es dualista. Porque ve dos cosas en oposición, escoge solo una de ellas y pasa así de dualista a monista, empieza a absolutizar un extremo. Y al final termina siendo nihilista porque no le quedó ninguno de los dos.
Generalmente los problemas del mundo moderno están planteados según mentalidades dualistas, simplistas, infantilistas, las que –en el plano religioso– corresponden a la herejía maniquea que perturbó considerablemente a la Iglesia en los primeros años de su desarrollo. Los maniqueos oponían cuerpo y espíritu. Todo lo que venía del cuerpo era malo y todo lo que provenía del espíritu era bueno. Muchos problemas de los cristianos con relación a la moral sexual, a la valorización de lo natural, y del cuerpo, nacieron de esa herejía.
Los principales problemas que ocupan a la humanidad de hoy han sido planteados también dentro de esta mentalidad. Y no solo porque quienes los proponen eran simplistas y a veces intelectualmente un poco infantiles (al no percibir la complejidad de los problemas) sino que, también, porque existe un simplismo conscientemente buscado por personas de eficacia estratégica. No se trata de que los capitalistas o los marxistas sean tan simples que no vean la complejidad de la realidad. La cosa es que muchas veces les conviene simplificar, porque es mucho más fácil combatir al enemigo si se simplifica y se concentran todos los defectos del mundo en el otro. Esta es la estrategia que se usa normalmente en política: tratar de mostrar las tensiones como contradicciones. Los marxistas lo hacen también en la teoría, doctrinariamente ellos ven el mundo lleno de contradicciones. Pero los que no son marxistas, en la práctica llegan a lo mismo: tratan de mostrar las cosas como totalmente contradictorias. Como blanco y negro, para ser más eficaces en sus luchas y poder concentrar mejor las fuerzas. Nosotros queremos romper ese esquema dualista. Trataremos de partir por abordar los temas desde una perspectiva abierta, no simplista entre los dos extremos, para así plantear los problemas a nuestra manera.
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