José Kentenich - María si fuéramos como tú
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MARÍA, SI FUÉRAMOS COMO TÚ
P. José Kentenich
Editorial Schoenstatt S.A Chile
Instituto Secular de Schoenstatt Hermanas de María La Concepción 7626 La Florida - Santiago
Telef. 223619685 - 223619656
ISBN Edición Digital: 978-956-759-865-6
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
Con las debidas licencias.
Derechos reservados.
Índice
Capítulo I • María, Reina de la fe
Capítulo II • María, espejo de la mujer
Capítulo III • María, en la tradición bíblica
Capítulo IV • María en la Iglesia cristiana oriental y occidental
Capítulo V • María, Compañera y Colaboradora de Cristo en su obra redentora
Capítulo VI • Nuestra alianza de amor con María
Capítulo I
María,
Reina de la fe
María,
nuestra Contrayente de la Alianza
¿Aquién nos referimos al hablar de contrayente de la Alianza? El término empleado puede parecernos extraño pero no lo será la persona que lo ostenta. Durante las prédicas dominicales, recordaremos que hemos sellado una Alianza con María, pero también entre nosotros. Desde entonces, hemos entrado en sociedad: María con nosotros, nosotros con ella, y toda nuestra vida se desenvuelve en esa Alianza con María. Nosotros pertenecemos a ella en forma espacialísima; somos hijos predilectos suyos, y ella se nos ha entregado del mismo modo. Por la Alianza de amor, ella es nuestra Madre, nuestra reina, nuestra educadora, nuestra guía.
¿Por qué hablamos del resplandor de las glorias de nuestra Aliada? Nació entre ustedes el deseo de profundizar nuestra Alianza de amor con María. Con gusto accedo a hacerlo. Y para cumplirlo es necesario que conozcan mejor a aquélla con quien sellamos la Alianza y aprendan a amarla con mayor ternura. Si en nuestros negocios firmamos un contrato, nuestro socio de ningún modo nos es indiferente. O si contraemos matrimonio, ¿no damos especial valor a comprender mejor y a amar más al esposo o a la esposa?
Algo similar ocurre en relación a nuestra nueva aliada, a la otra parte en la Alianza. Por ello quisiéramos empaparnos, lo más perfectamente posible, de su imagen y alegrarnos de corazón de su inmensa gloria.
Iremos analizando uno a uno los rayos de su esplendor hasta que la aureola entera de su hermosura y dignidad, de su poder y bondad, de su sabiduría y amor nos haya iluminado y haya intensificado nuestra relación con ella.
Sí, hágase en mí tu voluntad
En este mes celebramos la fiesta de la Anunciación y en ella vemos a María en una grandeza inigualable. El Padre eterno eligió a una sencilla y humilde niña de Nazaret para ser Madre de Dios, Madre del Redentor y Madre de los redimidos. Es en relación a esta triple maternidad que la llamamos Madre tres veces Admirable.
Dice la Sagrada Escritura que Dios le envió a un ángel portador de su saludo: «¡Ave María!¡Dios te saluda, María; llena eres de gracia, el Señor es contigo!». El Padre saluda a su hija con el Ave. ¡Cuánto debe haberse alegrado María al ser así llamada por el Padre Eterno, poseedor de la plenitud de poder y bondad! ¡Ave María! Y luego, la gran petición, la trascendental pregunta de cuya respuesta dependía el destino de toda la humanidad: ¿Quieres ser la Madre de mi Hijo?
Sabemos su respuesta. Después de haberse informado con sencillez cómo podría ser aquello y luego de habérsele hecho notar con delicadeza que para Dios no hay cosa imposible, ella dio una respuesta de redención: "Sí. Soy la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra". Dijo su simple "sí, Padre".
Éste es el rayo que ella quiere mostrarnos hoy.
María siempre conservó el saludo del Padre en sus oídos y el sí en sus labios. No sólo en la hora de la Anunciación sino durante su vida entera y sobre todo en el Gólgota. En todo momento y en todo lugar, también en las horas más amargas y pesadas, ella escuchaba el saludo del Padre, meditaba con sencillez qué podría significar, y contestaba luego con un sí.
¿Qué nos quiere enseñar María con esto? ¿Nos saluda el Padre en nuestra jornada diaria? ¿Nos pide o requiere algo? ¿No lo hace por medio de su conducción paternal, de sus disposiciones sabias? ¿Y cuál es nuestra respuesta?
María repitió alegremente y practicó ese fiat, ese sí, Padre, en todos los momentos de su vida. Nosotros acostumbramos a decir: el Poder en Blanco que ella otorgó en la Anunciación lo cumplió perfecta y continuamente hasta el fin de su vida. Esto le significó un heroico sí de la razón, de la voluntad y del corazón.
El heroísmo del sí de María
A su razón le fue exigida un heroico sí, porque tanto su vida como la de su Hijo estaban rodeadas de una profunda oscuridad. El mensaje del ángel no fue claro: "concebirás y darás a luz un hijo..." Ella no entendió, no podía entender cómo se conciliaría esta maternidad con su virginidad, la que evidentemente apreciaba grandemente. Su pregunta: "¿Cómo sucederá esto, pues, yo no conozco varón?», recibió la sola y abstracta respuesta: «para Dios no hay cosa imposible". Y nada más. Con eso, el caso estaba resuelto. María no sigue preguntando ni discurriendo, repite su sí, Padre. "Tu Hijo será grande y le dará el Señor Dios el trono de David, su Padre... y su reino no tendrá fin".
Grandes expectativas se despiertan en ella. ¿Y cuál es la realidad? Todo lo contrario: el desvalimiento absoluto del Niño, la huida a Egipto, 30 años de vida oculta y silenciosa en Nazaret, su detención, su flagelación y crucifixión. ¿Dónde está, pues, el trono que él ocuparía y el reino que no conocería fin? Para los ojos naturales todas son sombras, nubes oscuras... Pero María jamás vaciló en su fe. No sólo está erguida, de pie junto a la Cruz de Cristo; siempre creyó en él y en su misión universal. Por eso el Espíritu Santo la alabó por medio de su prima Isabel: "Dichosa la que ha creído porque se cumplirá todo lo que se le ha dicho de parte del Señor".
Y especialmente oscuro e incomprensible fue para ella el comportamiento de su Hijo de 12 años, en el templo. Parece infringir todas las leyes naturales. Erguido y distante está ante ella, y a su reproche suave y maternal, genuinamente humano: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¿No ves que tu padre y yo apenados andábamos buscándote?», recibe como única respuesta: ¿Por qué me buscan? ¿No saben acaso que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?»... Un abismo parece abrirse entre él y su Madre. La inaccesibilidad divina alza una sensible distancia.
Esto fue tan inconcebible para el pensar sano y natural de María, se oponía tan fuertemente a su instinto maternal que, literalmente, se le cortó la respiración. La Sagrada Escritura sólo dice: «Ella no comprendió lo que él dijo». Pero no olvidó estas palabras: "las conservaba en su corazón". Es decir, trató de captar, a la luz de la fe, el misterio que encerraban; las elaboraba en su corazón para llegar a una visión más profunda de los planes ocultos del Padre.
Algo similar atestigua de ella la Sagrada Escritura en otra circunstancia. Con ello pretende evidenciar una vez más, cuán firmemente se mantuvo María en su fe, - la Madre creyente, es decir la Madre y el modelo de la fe- ante la ley del salto mortal para la razón.
Este heroísmo llega a su punto culminante bajo la cruz. Su Hijo es tratado como escoria de la humanidad por las autoridades y por el pueblo. La mayor parte de sus discípulos le ha abandonado, pero ella, acompañada de un ínfimo número de fieles, no vacila en su fidelidad. El corazón puede estallar de dolor, ella no lo deja y forma espiritualmente con su Hijo una bi-unidad indisoluble. María es semejante a una elevada montaña a cuyos pies se arremolinan tempestuosos vientos, pero cuya cima brilla en perpetua calma e irradia una paz bienaventurada.
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