P. Hernán Alessandri M. - Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo

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Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro es un esfuerzo editorial dirigido a todas las personas que deseen conocer un poco más del pensamiento del P. Kentenich y ahondar en los grandes retos del futuro que como sociedad tenemos. Pretende ser una excusa para detenernos y prestar atención a un tema de enorme actualidad, particularmente por los momentos que Chile y el mundo están viviendo. El libro contiene las charlas que fueron dadas en la «Jornada de Montahue» en mayo de 1971, en Concepción (VIII Región, Chile) por el padre Hernán Alessandri. Estas charlas exponen, aplicado a lo social y económico, la misión que el P. Kentenich proclamara desde el Santuario de Bellavista: la Misión del 31 de mayo, el cómo vencer el mal del colectivismo a fin de llevar a la Iglesia hacia los nuevos tiempos. El Padre Fundador, al afirmar que lo más grave de las amenazas de hoy para el hombre y para el mundo es el colectivismo, nos está señalando que el mundo, considerado como un todo, padece de una crisis de gran calado. Vivimos una época caracterizada por la incertidumbre, por el miedo y por la inseguridad como destino colectivo. Debemos preguntarnos: ¿Qué puede aportar el mensaje del P. José Kentenich en esta coyuntura? No es sostenible una sociedad que se oriente a buscar, únicamente, el máximo beneficio y al mínimo costo. La crisis que sufrimos no es ajena a la crisis de valores ni independiente del olvido de ciertos principios básicos. Debemos repensar una economía a escala humana. ¿Cuál es el fin último del libro? El Padre Fundador nos llama a regalar nuevamente un hogar, un intenso hogar, al hombre moderno carente de hogar, que lo necesita y que no es otra cosa que un país donde todos puedan caber, donde todos tengan algo que decir.

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Puede haber gente que tenga ideas muy bonitas, que conozca toda la doctrina cristiana y que no la viva, que esté en pecado, son cristianos que conocen la fe, pero no la viven. El Concilio dijo que también puede ocurrir lo contrario, o sea, que haya gente que no conoce las verdades cristianas y que las vive, son los que el Concilio llama “cristianos anónimos”. Hoy se acepta que puede haber personas que no conozcan a Cristo y que, sin embargo, lleven en su alma la vida de Cristo. A la Iglesia del Concilio no le interesa en primer lugar que se aclaren las ideas, que todo el mundo tenga las ideas de Cristo, sino que la vida de Cristo penetre cada vez más la humanidad. Las ideas sirven a la vida, las ideas (y la fe) se defienden porque ayudan a la vida y no al revés.

Lo mismo pasa con la institución. También antes del Concilio, la Iglesia era una gran institución. Existía gran celo porque se cumplieran todos los detallitos de la organización y de las actas y del derecho canónico. La Iglesia del Concilio no niega lo anterior, pero dice que al igual que las ideas, este aparato institucional está al servicio de la vida y que no sacamos nada con tener claras todas las ideas o tener la parroquia o el Movimiento maravillosamente organizados si no hay vida. La gente puede conocer las ideas, puede cumplir los horarios y reglamentos, pero si la vida anda mal, esa parroquia, ese Movimiento, no serán imprescindibles ni determinantes en la vida de sus integrantes.

El Padre Fundador sigue totalmente esta línea. El P. Kentenich es realista y por eso a él le interesan los problemas vitales, reales del hombre de hoy, por eso en Schoenstatt decimos que un schoenstattiano anda bien cuando de hecho lo está. Puede ser que haya alguien que sepa poco de Schoenstatt, pero eso no nos importa tanto, y puede ser que haya alguno que siempre llega atrasado a las reuniones de grupo y que no cumple otras cosas de este tipo, eso tampoco nos importa tanto si es que de hecho anda bien. ¿Y qué significa que ande bien? Que es un schoenstattiano que está viviendo la Alianza de Amor, aunque no tenga ideas claras y organizativamente esté un poco desorientado.

Esta es la perspectiva según la cual el Padre Fundador ha enfocado el problema de nuestro tiempo, una perspectiva realista. El P. Kentenich mira el mundo de hoy desde ese ángulo, que es ángulo del Concilio y que, al menos en la intención, es también lo que quieren los marxistas, ver los problemas reales.

¿Cómo se ven los problemas reales? El Padre Fundador prescinde de las ideologías, de las instituciones, de los partidos políticos, de todo lo que sea aparato, directamente va a la gente, al hombre. A él le interesa ver cuáles son los efectos profundos que la vida del mundo está causando hoy en la mentalidad y en la actitud de la gente, cuál es la mentalidad profunda que tiene el hombre de hoy, independientemente del país en que viva, el partido político al que pertenezca, de las ideas que tenga. La gente puede tener todas las ideas que quiera y no vivir de acuerdo con ellas. O puede tener ciertas ideas y en la práctica vivir según otras, como les sucede a muchos cristianos que lo son en la teoría, pero niegan a Cristo en su vida diaria. Esto es algo generalizado, alguien puede ser también marxista en la teoría y no serlo en la práctica, protestante en teoría y no en la práctica, etc. Por eso, el P. Kentenich se despreocupa de las teorías, las ideas, y parte de los efectos que se pueden observar en la vida del hombre, en su mentalidad y en su actitud.

4. El mal de fondo: el colectivismo

Ahora bien, el Padre Fundador desde un comienzo pone el dedo en una misma llaga, y dice que el problema del mundo actual es el colectivismo. ¿Qué entiende el P. Kentenich por colectivismo? A los jóvenes, en el año 1912, les habla del hombre-masa, de la masificación. Es el gran problema que el Padre Fundador discierne al iniciarse esta nueva época de la humanidad, que la mayoría de los historiadores coincide en hacer comenzar con la Primera Guerra Mundial. El P. Kentenich se da cuenta que la humanidad está frente a un desafío gigantesco, desafío que se manifiesta especialmente en la situación del hombre moderno ante la técnica. El Padre Fundador pone a los jóvenes en el Acta de Prefundación ante esa disyuntiva. ¿Qué hemos de hacer, decidirnos por la técnica o por el hombre? La técnica es una especie de monstruo que se está escapando de las manos del hombre. En vez de convertirse en una herramienta que le permita al hombre hacer el mundo más humano, está pasando al revés, no es el hombre el que con la técnica está haciendo el mundo a su semejanza, sino que es la técnica, la máquina, la que está haciendo al hombre a semejanza de ella. Y es la máquina la que está imprimiendo a la persona y a la sociedad humana un ritmo inhumano de vida, tan inhumano que lleva a plantear esa disyuntiva. ¿Se podrá encontrar la solución renunciando a la técnica y volviendo a la Edad Media? ¡No! No se puede, tenemos que seguir adelante, tenemos que aceptar este regalo de Dios que es la técnica y que, evidentemente, tiene muchísimo de positivo, pero también hemos de educarnos para aprender a usarla. Y el P. Kentenich plantea el gran problema del hombre de hoy y de la sociedad de hoy, como un problema de educación. Se necesita un gigantesco esfuerzo de educación para que el mundo que el mismo hombre está creando no lo devore, para que el hombre siga siendo dueño del mundo, de ese mundo técnico, y no termine siendo su esclavo, copia de la máquina.

El Padre Fundador llama colectivismo o masificación a los efectos que está produciendo en la sociedad la amenaza de la técnica. La máquina le imprime a la sociedad su propio ritmo y la sociedad moderna se convierte a su vez en una gran máquina en la que cada hombre deja de ser persona y pasa a ser un tornillo, un átomo al servicio de este gran aparato productivo que es la sociedad de hoy. El hombre es manipulado y es instrumentalizado según las necesidades de esta gran máquina. Por ejemplo, si hoy día se construyen grandes edificios de departamentos, no es para fomentar la solidaridad humana, no es para que haya más espíritu de familia entre los hombres, es por la necesidad de la técnica, porque técnicamente son más baratos, porque también es más económico que la gente viva en edificios grandes cerca del lugar donde trabaja y no necesite gastar tanto en medios de locomoción. Todos son motivos técnicos. En el mundo técnico en que vivimos, los hombres habitan cada vez más juntos, cada vez más cerca unos de otros y, sin embargo, cada vez se ve menos solidaridad, cada vez se cae en una mayor soledad. El problema de la incomunicación es el tema de todas las películas y novelas modernas. El hombre de hoy, viviendo en rebaños de millones, yendo en un autobús con el prójimo casi dentro del propio cuerpo sufre, no obstante, de una angustiosa soledad. Vivimos en medio de grandes apreturas, en medio de grandes concentraciones humanas, por eso ya no es sociedad humana: eso es masa.

La sociedad es algo articulado, es algo orgánico. La sociedad es un conjunto de personas con ciertos vínculos entre ellas, no es un montón de gente. El Metro es aglomeración de personas, pero, justamente por ello, no es un modelo de organización social (sobre todo en las horas de mucho tráfico).

La sociedad en que vivimos hoy es una especie de Metro, en que todo el mundo va apelotonado. Eso no es una sociedad, eso es masa, es una mazamorra humana, donde cada uno pierde totalmente su individualidad, su personalidad, y es usado en función de otras cosas, en función de la economía, en función de la política. La sociedad moderna va produciendo sobre el hombre este efecto de neutralizarlo como persona, convirtiéndolo en átomo de una gran masa y, en el fondo, matando lo que tiene más propio de persona.

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