Enumeraba cada uno de esos elementos golpeando el dorso de su mano derecha contra la palma de su mano izquierda. Quizá reconsiderando su exaltación, guardó silencio hasta que su respiración volvió a acompasarse.
—Supongo que eso le suena demasiado, por desgracia. Que no le engañe la espesura de esta llanura —indicó dibujando con su brazo un círculo en el aire, como si abarcara todo el paisaje—. No se distingue demasiado del gris de sus ciudades. Lo de menos es el contexto. Lo importante es la lucha. De eso se trata, precisamente: de globalizarla. Unirnos en pos de un beneficio mutuo, ¿comprende?
Asentí de nuevo, sintiendo los vapores dulzones del brebaje mezclándose en mi nariz con el picor de la agobiante humedad del lugar. La vidriosa turbación de mis ojos por tan calórico desayuno no pasó desapercibida para Omar, que sacó un bloc de notas de su bolsillo y se inclinó sobre la mesa tras revisar unas páginas.
—Supongo que sus jefes le habrán advertido que su estancia en el campamento está prevista para dos semanas. Durante ese tiempo le proporcionaremos comida y alojamiento. El camarada Gualdrapa le pondrá al corriente de las cuestiones más cotidianas. Las jornadas se iniciarán con dos horas de instrucción física. Tras un breve descanso se impartirán dos más de instrucción ideológica. En esta última no es imprescindible su presencia, pero agradeceremos lo que generosamente quiera aportarnos. Después pasaremos a la parte táctica, con un alto para el almuerzo, y continuaremos hasta el atardecer, que acá sucede bien temprano.
Cuando volví a mirar mi vaso comprobé que me lo había rellenado sin que yo me diera cuenta. El embotamiento que sentía me quitó las ganas de discutir. Lo cogí entre mis dedos y a la luz del amanecer observé la oscura mezcla ambarina.
—¿Cuál será mi papel? ¿Pretende que les dibuje en la pizarra las partes de un arma y simulen un tiroteo gritando «pum»?
—¡No sea duro, compadre, deme chance! —volvió a reír, divertido, al comprobar los efectos del alcohol en mi estómago vacío—. Tenemos a su disposición la última remesa de armas que hemos adquirido. Más tarde podrá echarles un vistazo, si lo desea.
—¿Y los alumnos?
—Todos competentes. Llegados del Bloque Sur, del Bloque Caribe, del Magdalena Medio... Dispuestos a recibir su instrucción y regresar posteriormente a sus respectivas unidades para ponerla en práctica.
Diciendo esto, Omar tomó un bolígrafo y atravesó con una raya contundente la última página escrita de su bloc, como si diera por zanjado el asunto que le había traído hasta la mesa. Acto seguido se levantó, imitado por Marcela, a la vez que nos concedía con un gesto a Jaime y a mí el mantenernos sentados.
—Por cierto —añadió—, Gualdrapa nos ha comentado sus habilidades al piano. Por desgracia, aquí no tenemos ninguno, pero al conocerlas no pude evitar acordarme de aquella frase de las películas del Oeste: «No disparen al pianista». Supongo que, en su caso, de pretenderlo, habría que dispararle antes de que lo haga usted.
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