Para Javi, Adela y Elena:
porque los tres
juntos me inspiráis.
Me llamo Jack. Jack Mullet de los Siete Mares. Mi apellido es tan largo porque tengo dos padres y, cuando me adoptaron, ambos querían que su apellido fuera primero. «Mullet» viene de mi padre John Mullet, el pirata más feroz del mar Caribe. «De los Siete Mares» viene de mi padre James de los Siete Mares, el pirata más valiente de las Bahamas.
Los dos están retirados.
Vivimos en isla Cangrejo. Después de asaltar tantas ciudades y pueblos en el mar Caribe, mis padres no encontraron un lugar donde asentarse, así que cruzaron la jungla de Panamá a pie, robaron un velero en un pueblo costero y navegaron por el océano Pacífico hasta que una gran tormenta de olas como ballenas los arrojó a la playa. A la mañana siguiente, se despertaron sobre la arena dorada. El velero estaba varado en la orilla y yo, abrazada a un coco.
O al menos eso es lo que cuentan.
Mi isla está dividida en dos, bajo la nube y sobre la nube, y en el centro hay un volcán tan alto que sube por encima de la nube. Cuando comprobaron que estábamos a salvo, mis padres sacaron el velero del agua, lo instalaron al final del dique de roca volcánica y construyeron un tejado de hojas de palmera. Desde allí se ve la nube enganchada al volcán a 1.000 metros de altitud, como un anillo esponjoso de algodón. Con las velas confeccionaron tres fuertes hamacas, tres edredones que rellenaron de plumas de gaviotas y un montón de vendas para cortes y accidentes. Si la noche está despejada, dormimos en las hamacas. Si sopla el viento o llueve, dormimos dentro del barco. No necesitamos cocina, ni sala de estar, ni salón con sofás. Cocinamos en una hoguera en la playa y echamos siestas en las dunas. En cuanto al baño, digamos que tenemos arena. Estoy segura de que tú te puedes imaginar el resto.
La aventura que voy a contarte comenzó una mañana soleada en medio de la estación seca. Habíamos pasado la noche en las hamacas. Mi padre James dormía en la hamaca de arriba; mi padre John, en la de abajo, y yo, en la hamaca con vistas al mar.
Mis padres me estaban educando para ser una buena pirata y navegar por el océano Pacífico saqueando islas y robando tesoros. A mí me gustaba la parte de navegar, pero no estaba tan segura de la parte de asaltar y robar. Creo que prefería visitar las islas pacíficamente y aprender sobre la cultura y la fauna local.
−Bébete la leche de coco −me dijo mi padre John−. Si no te acabas el desayuno, no te harás una pirata fuerte.
−Usa las manos, Jack −me dijo mi padre James−. ¿Cuándo has visto a una pirata comer huevos de gaviota con la yema de los dedos?
Sorbí tan maleducadamente como pude el resto de mi desayuno y me fui corriendo a buscar a Kraken, que ya me estaba esperando junto a las rocas.
Kraken es mi mejor amigo. Es un sireno y vive en una cueva bajo el dique de roca volcánica. Kraken mola. Tiene el pelo largo y azul. Muy azul. Tan azul que, cuando estás nadando con él, parece fundirse en el agua. Si hay nubes, se vuelve gris, de color tormenta. Si el sol brilla o buceamos por zonas poco profundas, tira hacia verde claro. Todas las mañanas viene a buscarme y vamos juntos al mar, o se convierte en humano y corremos hacia las dunas. Dentro del agua, Kraken es como un pez. No necesita ropa, ni zapatos, ni horquillas para el pelo. Fuera, se seca y se transforma en un niño. No tengo ni idea de cómo lo hace; simplemente, cambia de una forma a otra sin mayor problema. Cuando es un niño, viste con una larga túnica turquesa que le protege la piel del sol, y lleva sandalias de algas para no cortarse con las rocas. Su cabello es más oscuro cuando está seco. Casi de color azul marino.
Lo bueno de bucear con él es que no necesitas respirar. Es uno de los misterios de mi isla. Si voy sola o con mis padres, debemos tener en cuenta las corrientes, la marea, el viento y el oleaje. Sin embargo, cuando voy con Kraken, nada de eso importa. El mar me acepta como si fuera un pez más.
Kraken y yo nos sumergimos bajo las olas. Por las mañanas, siempre hay mucha agitación en la bahía de las Sirenas. Llegan bancos de sardinas y caballas que buscan refugio tras largas travesías en mar abierto; los delfines hacen piruetas e intentan llamar la atención de las sirenas, y los leones marinos molestan a todo el mundo. Nosotros nadamos hacia las cuevas del dique de roca volcánica. El coral crece en la roca y da hogar a miles de criaturas: anémonas rosadas, peces payaso naranjas, pargos de rayas azules, peces ángel plateados, caballitos de mar dorados y gobios de color amarillo brillante, pequeñitos y supergraciosos.
Estábamos a punto de ir a visitar a dos anguilas que habían dado calambres a un grupo de pulpos, cuando oímos un ruido tan fuerte que pensamos que una ballena había chocado con el acantilado. Todo el mar tembló. Las sardinas huyeron aterrorizadas hacia aguas más profundas y las quisquillas se quedaron quietas, paralizadas.
Subimos a la superficie. De la cima del volcán salía una columna de humo denso y gris. Una ola enorme nos empujó a la playa, casi hasta lo alto de las dunas. La ola borró todas nuestras huellas en la arena, unos dibujos que mi padre James había hecho para explicarme la diferencia entre proa y popa, y la letra de una canción pirata que mi padre John me había estado enseñando sobre naufragios, sirenas y monedas de oro. Mientras todavía daba vueltas dentro de la ola, también vi una lista de recolección que mi padre John debía de haber escrito por la mañana. Decía:
– berberechos
– vieiras
– queso fresco
A mi padre John le gusta escribir listas de recolección para que no se le olvide nada, así que la playa siempre está llena de notas. Sus listas de recolección son así:
– tres cocos
– un racimo de bananas
– una langosta
– seis huevos de gaviota
O bien:
– liquen para ensalada
– sardinas
– lechuga de mar
– mejillones
O también:
– ¾ de litro de agua de papaya
– higos chumbos (que están buenísimos, pero hay que tener cuidado al pelarlos porque pinchan)
– caracoles terrestres
En cualquier caso, la ola borró todo lo que estaba en la arena, y cuando se retiró al mar, Kraken y yo nos levantamos en una playa perfectamente limpia. Por un momento, pensé que la ola se habría llevado mi barco también. Pero no: aún estaba en las rocas. Mis padres hicieron un buen trabajo cuando lo instalaron allí.
Kraken recuperó su forma humana y ambos corrimos hacia el dique. Llamé a mis padres a gritos:
−¡Papá John! ¡Papá James!
Como tengo dos padres, debo usar su nombre de pila. De lo contrario dirían: «¡Te está llamando a ti! ¡No, en absoluto, te está llamando a ti!», y ninguno de los dos se bajaría de la hamaca.
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