Leandro Fernández de Moratín - El sí de las niñas
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Leandro Fernández de Moratín
El sí de las niñas
PERSONAS
• DON DIEGO.
• DON CARLOS.
• DOÑA FRANCISCA.
• DOÑA IRENE.
• RITA.
• SIMON.
• CALAMOCHA.
La escena es en una posada de Alcalá de Henares.
El teatro representa una sala de paso, con cuatro puertas de habitaciones para huéspedes, numeradas todas. Una mas grande en el foro, con escalera que conduce al piso bajo de la casa. Ventana de antepecho á un lado. Una mesa en medio, un banco, sillas, etc.
La accion empieza á las siete de la tarde, y acaba á las cinco de la mañana siguiente.
Imp. de El Porvenir, á cargo de J. Medina, Tallers, 51.
ACTO PRIMERO
ESCENA I
( Sale D. Diego de su cuarto. Simon, que está sentado en una silla, se levanta. )
¿No han venido todavía?
No Señor.
Despacio la han tomado por cierto.
Como su tia la quiere tanto, segun parece, y no la ha visto desde que la llevaron á Guadalajara…
Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas, estaba concluido.
Ello tambien ha sido estraña determinacion, la de estarse usted dos dias enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir… Y sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del Hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversacion ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.
Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos… El Corregidor, el señor Abad, el Visitador, el Rector de Málaga… ¡Qué sé yo! Todos… Y ha sido preciso estarme quieto y no esponerme á que me hallasen por ahí.
Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues ¿hay mas en esto, que haber acompañado usted á Doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del convento á la niña y volvernos con ellas á Madrid?
Sí, hombre, algo mas hay de lo que has visto.
Adelante.
Algo, algo… Ello tú al cabo lo has de saber y no puede tardarse mucho… Mira, Simon, por Dios te encargo que no lo digas… Tú eres hombre de bien y me has servido muchos años con fidelidad… Ya ves que hemos sacado á esa niña del convento y nos la llevamos á Madrid.
Sí, señor.
Pues bien… Pero te vuelvo á encargar que á nadie lo descubras.
Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.
Ya lo sé, por eso quiero fiarme de tí. Yo, la verdad, nunca habia visto á la tal doña Paquita; pero mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella: he leido muchas de las cartas que escribia, he visto algunas de su tia la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear, acerca de sus inclinaciones y su conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos dias, y á decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.
Sí, por cierto… Es muy linda y…
Es muy linda, muy graciosa, muy humilde… Y sobre todo, ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí… Y talento… Sí, señor, mucho talento… Con que, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es…
No hay que decírmelo.
¿No? ¿Por qué?
Porque ya lo adivino. Y me parece escelente idea.
¿Qué dices?
Excelente.
¿Con que al instante has conocido?…
Pues ¿no es claro?… ¡Vaya!… Dígole á usted que me parece muy buena boda. Buena, buena.
Sí, señor… Yo lo he mirado bien y lo tengo por cosa muy acertada.
Seguro que sí.
Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté hecho.
Y en eso hace usted bien.
Porque no todos ven las cosas de una manera, y no faltaria quien murmurase y dijese que era una locura, y me…
¿Locura? ¡Buena locura!… ¿Con una chica como esa, eh?
Pues, ya ves tú. Ella es una pobre… Eso sí. Porque, aquí entre los dos, la buena de Doña Irene se ha dado tal prisa á gastar desde que murió su marido, que si no fuera por esas benditas religiosas y el canónigo de Castrojeriz, que es tambien su cuñado, no tendria para poner un puchero á la lumbre… Y muy vanidosa y muy remilgada, y hablando siempre de su parentela y de sus difuntos, y sacando unos cuentos, allá, que… Pero esto no es del caso… Yo no he buscado dinero, que dineros tengo; he buscado modestia, recogimiento, virtud.
Eso es lo principal… Y sobre todo, lo que usted tiene ¿para quien ha de ser?
Dices bien… Y ¿sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo?… Siempre lidiando con amas, que si una es mala, otra es peor: regalonas, entremetidas, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas como demonios… No señor, vida nueva. Tendré quien me asista con amor y fidelidad, y viviremos como unos santos… Y deja que hablen y murmuren, y…
Pero siendo á gusto de entrambos, ¿qué pueden decir?
No, yo ya sé lo que dirán, pero… Dirán que la boda es desigual, que no hay proporcion en la edad, que…
Vamos que no me parece tan notable la diferencia. Siete ú ocho años, á lo mas…
¿Qué, hombre? ¿Qué hablas de siete ú ocho años? Si ella ha cumplido diez y seis años pocos meses ha.
¿Y bien, que?
Y yo, aunque gracias á Dios estoy robusto y… Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.
Pero si yo no hablo de eso.
Pues ¿de qué hablas?
Decia que… Vamos, ó usted no acaba de esplicarse, ó yo lo entiendo al revés… En suma, esta Doña Paquita, ¿con quién se casa?
¿Ahora estamos ahí? Conmigo.
¿Con usted?
Conmigo.
¡Medrados quedamos!
¿Qué dices?… Vamos, ¿qué?
¡Y pensaba yo haber adivinado!
Pues ¿qué creias? ¿Para quien juzgaste que la destinaba yo?
Para D. Cárlos, su sobrino de usted: mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias… Para ese juzgué que se guardaba la tal niña.
Pues no señor.
Pues bien está.
¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la habia de ir á casar!… No señor, que estudie sus matemáticas.
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