En México, el 22 de noviembre las oficinas postales censuraron cualquier periódico americano que hiciera referencia a la Revolución mexicana, lo cual fue calificado como evidencia de la crisis en la que estaba inmersa la administración porfirista. Para disipar los rumores, algunos voceros del gobierno mexicano argumentaron que las medidas restrictivas sólo pretendían el control total de las comunicaciones telegráficas para su coordinación. Con el paso de los días crecieron las sospechas de que “la situación en México es tan seria que el gobierno mexicano dio los primeros pasos para prevenir noticias sobre la rebelión de la mirada del mundo exterior” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
Aun frente a cualquier explicación, la censura aumentó la incertidumbre entre la prensa estadounidense, por lo que sus páginas se nutrieron con experiencias y declaraciones de estadounidenses y mexicanos que cruzaban la frontera. Los rumores protagonizaron los relatos acerca de la guerra, debido a que la información sobre México era escasa. Los primeros anuncios sobre grandes cantidades de muertos en México —más de trescientos— fueron reportados por “A. G. Springer, un hombre de negocios que llegó esta mañana [21 de noviembre] de Gómez Palacio” (The Rock Island Argus, 22 de noviembre de 1910: 1). Al ser entrevistado declaró: “la nación entera que he recorrido está en armas y en muchos lugares el terror prevalece” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). En otros diarios se publicaron noticias en las que Springer aseguró que “todo está cerrado en Torreón, bancos, tiendas, bares y los negocios están parados” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).
Pero así como algunas voces desestimaron la trascendencia del movimiento revolucionario, otros diarios publicaban que México estaba “en pleno proceso de disturbios y los rebeldes balean trenes de soldados” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). Se reportó un ataque a un tren de pasajeros que iba de Chihuahua a Madera, con saldo de 67 muertos (la mayoría civiles); las víctimas estaban a bordo del vagón de segunda clase, el cual fue incendiado, y aunque algunos soldados repelieron el ataque, no pudieron hacer gran cosa. Sin embargo, la información sobre esta tragedia fue limitada pues el control telegráfico impidió que fluyera información al respecto.
Un día después se confirmó la muerte de casi trescientos combatientes, como consecuencia de un ataque con dinamita al puente ferroviario de Madera en la ruta del noroeste.22 Aun cuando nadie se responsabilizó del hecho, se les adjudicó el ataque a los maderistas. Con el paso de los días se magnificó el miedo a la violencia revolucionaria en las ciudades fronterizas, y desde Washington se ordenó que los rangers y “tropas americanas acudieran apresuradamente al río Grande para estar preparados para cualquier emergencia” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
La vigilia en que vivían los pobladores al sur de Estados Unidos fue consecuencia de los múltiples informes que aludieron a un sentimiento antiestadounidense en México. La revolución amenazó con convertirse en una guerra entre naciones, cuyas primeras víctimas eran los habitantes en los puntos fronterizos. La situación revolucionaria en México se convirtió en una crisis insostenible; ello generó que algunos estadounidenses decidieran abandonar el país. En algunas localidades fronterizas los “oficiales mexicanos permitieron a los extranjeros portar armas para protegerse a sí mismos” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
El 22 de noviembre en El Paso, Texas, se reportó la llegada del primer grupo de estadounidenses que huían de México, quienes declararon ser testigos de una situación de anarquía, además que percibían desesperación en el gobierno mexicano, ya que nutrió su ejército con criminales y exconvictos. Los mexicanos no tenían la capacidad de controlar un movimiento armado de tales magnitudes, que “como bola de nieve” parecía no terminar (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2).
La percepción de emergencia aumentó cuando en la prensa estadounidense se reportó la muerte de dos estadounidenses a manos de maderistas, sin embargo, la junta revolucionaria declaró que esas historias buscaban desacreditar el levantamiento contra Díaz. Madero insistió en que los revolucionarios eran respetuosos de las propiedades y los derechos de los extranjeros, y el único incidente del que se tenía noticia era “malos tratos a americanos de parte de servidores gubernamentales […] así como de seguidores de Díaz” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1). La controversia diplomática ya había empezado, por lo que el objetivo principal para México fue evitar un conflicto político con Washington.
Aun cuando se desarrollaron intensos combates en algunas poblaciones donde había importantes asentamientos estadounidenses, como Gómez Palacio, Lerdo y Torreón (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2), no se reportaron víctimas fatales hasta el 25 de noviembre de 1910.23 Tanto revolucionarios como el ejército federal garantizaron el respeto a la vida de los extranjeros; en la prensa estadounidense se reportó que “oficiales de la armada mexicana y americana están trabajando mano con mano para prevenir que la situación asuma proporciones más serias a lo lago de la frontera” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).
A pesar de todas las garantías, la intervención del ejército estadounidense fue un tema latente y los preparativos iniciaron con la disposición de una estrecha vigilancia militar de la frontera; sin embargo, ni el gobierno de Taft, Díaz o los maderistas consideraban que la intervención solucionaría los conflictos en México. La situación al sur del río Bravo era incierta: por un lado, se recibían informes de batallas, matanzas y acciones violentas; por otro, la censura y el control de las comunicaciones generó aún más rumores que los silenció.
Para garantizar la seguridad de los pobladores en la frontera, el gobierno federal anunció la declaración de la ley marcial, con la que los “reportes oficiales de estado informan que la quietud prevalece a lo largo del país, y que ningún problema ocurrió en ningún lugar hoy. Las autoridades de cualquier manera están vigilantes” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). Pero ni esta o alguna otra medida lograron disuadir las movilizaciones y propaganda antiyanqui, especialmente porque en Estados Unidos se registraron ataques antimexicanos.
En la madrugada del 24 de noviembre, en Denver, Colorado, se registró un ataque a la casa de Miguel Castanen; la turba justificó su ataque con la posibilidad de que fuerzas mexicanas invadieran Texas. Según algunos testigos, “todos con palos y rocas y otros misiles se apresuraron hacía ellos mientras huían […] Castanen fue notificado de que su casa sería quemada si no dejaba la ciudad” (The Marion Daily Mirror, 24 de noviembre de 1910: 8). Pese a todas las advertencias, este mexicano permaneció en su domicilio. El temor a una posible invasión generó que todos los mexicanos en Denver fueran perseguidos, por lo que se refugiaron en las oficinas del vicecónsul mexicano para que les brindara protección.
Los militares y las fuerzas policíacas contribuyeron al caos al reportar el arresto de algunos mexicanos por violar las leyes de neutralidad después de “importantes decomisos de armas reportados por la comisaría de Estados Unidos en el territorio del Alto Río Grande” (The Washington Herald, 24 de noviembre de 1910: 1). El temor a una posible invasión exacerbó la violencia en ambos lados de la frontera.
Los mexicanos representaron una potencial amenaza al usar al territorio estadounidense como refugio, armería y campo de reclutamiento, por lo que se temió que, en su afán combativo, atrajeran la violencia a su país. El 24 de noviembre la prensa estadounidense fijó su atención en Washington, ya que el revolucionario Gustavo A. Madero llegó a la Casa Blanca “como agente confidencial para el partido revolucionario, pero hasta el momento no ha sido llamado por el Departamento de Estado” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Su llegada fue considerada como una respuesta al reclamo del Departamento de Justicia en el que responsabilizaba al maderismo de usar el territorio estadounidense como base militar.
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