Manuel Alejandro Hernández Ponce - Diplomacia y revolución

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La diplomacia va más allá de sus representantes, es una cuestión económica, social y cultural compleja que requiere un análisis minucioso de las conversaciones, negociaciones y conflictos establecidos durante periodos de crisis, como lo fue la Revolución mexicana. Esta obra analiza los diversos episodios de intervención, conflicto y reclamos que sostuvo el gobierno de Estados Unidos frente a los distintos grupos revolucionarios que tomaron el poder de 1910 a 1923. El objetivo de esta obra es analizar cómo las relaciones entre México y Estados Unidos durante los años revolucionarios fueron resultado de una interdependencia compleja, pues ninguna nación logró imponer totalmente sus intereses aun cuando existieran importantes asimetrías en su economía, sociedad y poderío militar.

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Mientras tanto, la presencia de Gustavo A. Madero en Washington siguió causando controversia; su insistencia y algunas victorias del ejército maderista le permitieron entrevistarse con representantes de la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses le advirtieron que él y sus correligionarios violaron la neutralidad estadounidense “porque dejaron el país para liderar una revolución contra un gobierno con el que los Estados Unidos estaba en paz” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). Por ello, era imposible ofrecerle alguna relación formal, no obstante, se aclaró que su situación cambiaría sólo si su movimiento triunfaba y se negociaba una amnistía para los porfiristas. En caso contrario, únicamente obtendría “muerte, y la confiscación de sus propiedades” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). El todo o nada era lo que el hermano de Madero consiguió en su visita a Estados Unidos; su única victoria fue asegurar que los marines no invadirían el territorio mexicano, por lo menos no inmediatamente.

A finales de 1910 se perdió toda esperanza de que el movimiento armado en México se extinguiera. La situación parecía ir de mal en peor, no sólo por las noticias sobre los enfrentamientos armados, sino también porque el cuidado de los intereses extranjeros era retórico. Para la clase política y la opinión pública estadounidense no importó si Díaz podía sofocar la rebelión, lo realmente importante fue el impacto de la violencia a los intereses estadounidenses. Mientras algunos periódicos de las zonas fronterizas estaban a la espera de que la revolución contagiara a Estados Unidos, en otros diarios (de entidades alejadas de la frontera) se redactaron columnas de opinión que declararon cierto grado de apatía ante el conflicto:

La elección ha terminado [presidencial], el campeonato nacional de béisbol ha sido jugado y Yale y Harvard han tenido su combate anual. Así que, ante la falta de excitación, la Revolución mexicana parece muy oportuna. Sin embargo, el público ha sido bombardeado tan a menudo con levantamientos latinoamericanos que la guerra abajo del Río Grande puede no llamar mucho la atención, después de todo (East Oregonian, 22 de noviembre de 1910: 1).

Para diciembre de 1910, las noticias sobre lo sucedido en México ocuparon espacios marginales en la prensa extranjera, lo que daba la apariencia de que la situación revolucionaria estaba bajo control. En una entrevista para la prensa estadounidense, el ministro de Guerra de México aseguró que “los llamados revolucionarios ahora se han vuelto sólo bandidos o fugitivos y han estado huyendo de las tropas por todos lados” (Morgan Country Republican, 1 de diciembre de 1910: 5). Las columnas editoriales de algunos diarios aseguraron que la guerra pronto terminaría en un fiasco, pues el presidente Díaz tomó fuertes medidas represivas. En consecuencia, “los rebeldes han huido a las montañas y la paz ha sido nominalmente restaurada, aunque la pelea continuará por algunos meses. Nadie ha leído la serie de artículos de ‘México Bárbaro’ sin llegar a la conclusión de que el título es ampliamente reservado” (The Denison Review, 7 de diciembre de 1910: 1).

Según informes de las autoridades diplomáticas, dentro y fuera de Estados Unidos se desestimó que la Revolución mexicana alcanzaría los niveles de violencia reportados en semanas anteriores. Guy B. Marean, residente de Washington quien durante meses trabajó como ingeniero en México, declaró que:

A juzgar por los periódicos americanos que he visto, se debe imaginar que tuvimos [en México] una revolución latinoamericana en toda regla por aquí, uno con todos los accesorios habituales, un nuevo presidente, propiedades destruidas, y aunque nos causó considerable excitación, en ningún momento los americanos estábamos en algún peligro (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

Marean afirmó que, pese a la revolución, era posible seguir la vida cotidiana, inclusive aceptó haber cargado algunos días su revólver, pero dejó de hacerlo al resultarle inútil e incómodo. Llamó a los estadounidenses a despreocuparse por los acontecimientos en México, pues contrario a otros casos latinoamericanos, la policía no estaba formada por exbandidos, sino hombres leales que no traicionarían al gobierno por favorecer sus propios intereses (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

Para el mes de diciembre, Díaz no dejó de presumir la solidez de su régimen ante la prensa internacional. El día primero, en la ceremonia de envestidura de su octava presidencia, se dirigió a los medios internacionales para reafirmar que su política internacional era amistosa, “nunca ha sido más cordial como lo indicamos de manera convincente durante la celebración del centenario de la independencia de México” (Alburquerque Morning Journal, 2 de diciembre de 1910: 1). Este gesto presidencial se sumó a otros mensajes que desestimaron los peligros de la revolución.

Pero el giro en la postura hacia México llegó a un punto de exageración, pues algunas notas calificaron más peligroso el tren que la revolución. En un balance anual del Daily Capital Journal se señaló que el ferrocarril de California tenía “la lista de muertes mayor que la Revolución mexicana” (Daily Capital Journal, 14 de diciembre de 1910: 7), con 306 muertos y 2 175 heridos o mutilados. La amenaza revolucionaria se redujo a un conflicto localizado al que se le acababa el oxígeno y “del que se observa un pronto final” (The Washington Times, 31 de diciembre de 1910: 6).

Los reflectores de la prensa estadounidense apuntaron a las costas del Atlántico, donde se anunció un desembarco de las fuerzas navales estadounidenses; sin embargo, la nación intervenida no sería México sino Honduras. El crucero Tacoma, con su bandera de barras y estrellas, se reportó preparado en las costas de Puerto Cortés para desembarcar a toda su tripulación “con el fin de proteger los intereses americanos de ese lugar” (The New York Tribune, 31 de diciembre de 1910: 2). Se aclaró que la intervención no buscó atacar al gobierno hondureño, sino prevenir posibles daños ante la inminente entrada de tropas guatemaltecas que se disponían a invadir el territorio hondureño.

Para finales de 1910, el caso mexicano pareció seguir los mismos pasos que otras naciones latinoamericanas sobre las que intervino el Tío Sam: un grupo rebelde que se levantó sobre un régimen colonial o autoritario, batallas encarnizadas en las que la principal víctima fue la población, huida de la población extranjera, afectaciones a los intereses estadounidenses. La pregunta entonces es ¿qué hizo a la Revolución mexicana diferente a otros movimientos armados en Latinoamérica? En comparación con otros conflictos continentales, la doctrina Monroe miró hacia otro lado; el cuerpo diplomático estadounidense fue cuidadoso de no generar una guerra, pues era evidente la existencia de una interdependencia compleja entre México y Estados Unidos.25

En una caricatura de Los Ángeles Herald, se comparó a la revolución con una pelea de niños (uno “revolucionario” y otro a favor de la “facción de Díaz”), en la que la verdadera preocupación del Tío Sam no era que se lastimaran, sino que en medio de la pelea se afectaran las inversiones estadounidenses (véase imagen 2). Los reportes de extranjeros que partían del territorio mexicano fueron cada vez más frecuentes, principalmente viajeros y hombres de negocios que buscaron llegar a Estados Unidos para escapar de la violencia.

Se temió que los éxodos de refugiados pronto abarrotarían los pasos fronterizos, temores que se fundamentaron tras reportes de la detención de “una importante carga de contrabando humano” (Los Angeles Herald, 23 de noviembre de 1910: 1) hecha por la patrulla costera de San Francisco. Fueron detenidos 38 tripulantes chinos escondidos en contenedores: “acorde a los reportes […] la nave de contrabando procedía de Mazatlán, donde los chinos pagaron una ‘cuota de contrabando’ para ser puestos en costas americanas” (The Arizona Republic, 2 de diciembre de 1910: 1). Los inmigrantes fueron localizados cuando la embarcación cargaba combustible. No fue posible tomar la declaración de los detenidos, pues sólo hablaban chino, aunque se concluyó que estos indocumentados huían de la violencia.

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