No resulta razonable interpretar el momento presente bajo las ideas de sociedad del riesgo y cultura del riesgo, como lo hacen Ulrich Beck y Anthony Giddens, puesto que las nociones de cultura y sociedad conllevan una analítica interpretativa, considerando el riesgo como algo dado, trascendental y connatural al ser humano. Por el contrario, el razonamiento genealógico no se dirige a la pregunta sobre qué es el riesgo, intentando descubrir su “verdadera” naturaleza, sino al modo de funcionamiento de las tecnologías del riesgo (Castro-Gómez, 2010) y a su papel en la fabricación del neosujeto (Bedoya, 2018). No tanto qué es y cómo nos constituye el riesgo, sino cómo es usado para gobernarnos. Sennett (2000), por su parte, también realiza una aproximación al problema del riesgo desde una perspectiva en la que este es concebido como una suerte de exterioridad impuesta al sujeto, productora de deterioro ético. Esta visión convierte al individuo en víctima que poco margen de maniobra y resistencia tiene ante el capitalismo contemporáneo. Lo cierto es que el uso estratégico del discurso, la producción y la seducción del riesgo han constituido la base de la creación de un mercado para la gestión positiva del riesgo, como bien lo sostienen Nikolas Rose (2007) y Bedoya (2018).
El riesgo, como es pensado aquí, lejos de ser considerado un monstruo externo que victimiza a la persona, se asocia, por dos vías, con las formas de subjetivación: por una parte, el riesgo producido por la gubernamentalidad del presente conduce al sujeto a realizar una serie de operaciones y elecciones sobre sí mismo que lo llevan a subjetivarse de una manera determinada. Recíprocamente, cuando el sujeto elige un modo vida, subjetivándose de una cierta manera, se ve enfrentado a unos riesgos asociados a ese estilo de existencia. Por otra parte, cuando el individuo pone en cuestión, de manera reflexiva y crítica, esas prácticas de gobierno que lo quieren definir desde afuera, termina relacionándose de forma diferente tanto consigo mismo como con los riesgos asociados al gobierno ante el cual se resiste.
En resumidas cuentas, hay que insistir en el hecho de que el neoliberalismo se ha afianzado como gubernamentalidad dominante, cargando seductoramente al ciudadano con la responsabilidad hacia aquellos ámbitos productores de seguridad ontológica ya nombrados. Así las cosas, esta racionalidad de gobierno permite y promueve un estado de inseguridad y riesgo constante en cada individuo, con el propósito de configurar un estilo de subjetividad específico, a saber, el empresario de sí mismo, rasgo central del sujeto neoliberal (Foucault, 2007; Laval y Dardot, 2013).
La generación del riesgo permanente aparece entonces como uno de los objetivos centrales de la racionalidad neoliberal [...]. Una racionalidad que busca producir un ambiente de riesgo en el que las personas se vean obligadas a vérselas por sí mismas, pues la inseguridad es el mejor ambiente para estimular la competitividad y el autogobierno (Castro-Gómez, 2010, p. 209).
El problema del riesgo también ha sido unido al de las sociedades de control. Al unirse al diagnóstico deleuziano que afirma que hoy vivimos en este tipo de sociedades, Sennett (2000), en La corrosión del carácter, sostiene que estas se caracterizan por mantener a los ciudadanos en una sensación continua de riesgo. Lo que se pone en juego en esta sociedad del riesgo es la incertidumbre y la desconfianza en los recursos con los que cuenta la persona para enfrentar las condiciones asociadas al vivir. El discurso del riesgo lleva al individuo a focalizarse en el miedo a la pérdida y la sensación de constante vulnerabilidad. Al sentir que los recursos de los que dispone no le son suficientes para enfrentar situaciones potencialmente dañinas, el sujeto se percibe como vulnerable.
El discurso del riesgo es explotado por el gobierno neoliberal, involucrando a los individuos en una práctica cotidiana de control de riesgos. Estos asumen una posición de productividad constante, pues la racionalidad de mercado valoriza la capacidad que van adquiriendo para hacerle frente a las demandas propias del vivir en riesgo, y desarrollan habilidades como la flexibilidad y la adaptación rápidas, el emprendimiento de proyectos siempre novedosos, la creación de soluciones y productos innovadores para cada necesidad. De este modo, el discurso del vivir en riesgo resulta ser un punto pivote de la generación de negocios, propia del sujeto emprendedor. El efecto producido en este punto tiene que ver con que el sujeto neoliberal, empresario de sí mismo, se empeña con toda su vida en gestionar sus riesgos en aras de constituirse como sujeto posible en el dispositivo de gobierno contemporáneo y, para ello, se convierte en consumidor de servicios y productos para la gestión del riesgo (Rose, 2007).
Pero no puede suponerse que el rasgo distintivo del neosujeto es constituirse como consumidor. Es cierto que al individuo del presente el temor al riesgo y la inseguridad lo tornan sujeto consumidor de bienes y servicios tendientes a gestionar, disminuir o eliminar los riesgos. Sin embargo, más que consumidores, el neoliberalismo fabrica sujetos que se definen y se comportan como empresa en competencia con otras empresas de sí, esto es, otros individuos que se definen de la misma forma; también invierten con frecuencia en sí mismos, con el fin de mejorar su portafolio y, de esa manera, incrementar su capital humano, a tal punto que asumen el riesgo y la precariedad como la justificación más idónea, no solo para consumir, sino, sobre todo, para exigir de sí mismos una actitud de continua adaptación y flexibilidad que asocian con el logro del bienestar.
Por esta vía, el empresario de sí desarrolla dos de las prácticas que mejor lo subjetivan: el mercaderismo y el emprenderismo. Desde luego, el neosujeto deviene sujeto mercader, porque se ve llevado a asumir un cálculo estricto de inversiones y ganancias, pues siente que él mismo es su propia empresa y, al reconocer los riesgos como inevitables, los administra en función de salir fortalecido, incrementando las ganancias para sí mismo. Además, este individuo contemporáneo no solo es consumidor de servicios de aseguramiento, sino que él mismo es creador de estos servicios. En resumen, su inmersión en el mercado es total, lo cual lo lleva a constituir un mercado de sí mismo.
Esta normalización contemporánea del discurso del riesgo ha desencadenado un culto al riesgo, en el sentido de la adopción del discurso del riesgo como organizador de la vida subjetiva de los individuos. Se puede hallar una resonancia de esto en la noción de riesgófilos (Ewald y Kessler, 2000), sujetos dominantes y valientes que son capaces de desasirse del pasado para enfrentar todos los retos que el mundo del presente les impone. Más allá de estas características del riesgófilo, lo que muestra este culto al riesgo es más bien un culto al yo. Efectivamente, el gobierno neoliberal ha usufructuado el riesgo y ha llevado a los individuos a creer que tienen la potencia para enfrentarlo, eliminarlo o gestionarlo positivamente. Esta manera de enarbolar ilusoriamente las potencias del yo es la expresión del culto al yo en la práctica de la individualización contemporánea.
Individualizar para gobernar las vidas
La individualización, como afirma Vázquez (2005b), no es ni una práctica ni un problema solo neoliberal. El discurso de la individualidad y la práctica de la individualización pueden apreciarse en el liberalismo clásico y, concomitantemente, en el origen mismo de las ciencias humanas, como bien lo muestra Foucault (2010). Lo que sucede es que, en el presente, la individualización se ha constituido en estrategia de gobierno de unas formas específicas. Destacaremos tres escenarios en los que resulta justificada la individualización en los tiempos neoliberales. En primera instancia, hallamos el escenario del riesgo, el cual configura lo que aquí llamamos la individualización por el riesgo. Como ya lo mencionamos, aunque el vivir implica riesgos y vulnerabilidad, los Estados neoliberales han individualizado la gestión de esos riesgos, haciendo que cada ciudadano los afronte convirtiéndose en consumidor de servicios de aseguramiento. También es posible apreciar un segundo escenario, a saber, aquel configurado por el modelo empresarial de la subjetividad. Nos encontramos, de este modo, con la práctica de la individualización emprendedora. El empresario de sí tiene que mostrarse competente, autosuficiente, autogestor probado y competidor fuerte en un mundo de la vida convertido en mercado.
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