Resumiendo lo planteado hasta ahora: el símbolo verdadero sería una formación sintomática de la humanidad, de significado constante y supraindividual, que se constituyó muy tempranamente en la historia de la humanidad. Entiendo que, en tanto formación sintomática, presupone la existencia de tabúes (represión) y tiene que haberse constituido a partir de la formación del totemismo, y, por supuesto, habiéndose ya organizado el lenguaje humano.
“El número de símbolos que se hallan en la práctica es extraordinariamente alto y puede ser contado por miles. En asombroso contraste con esto se encuentra el curioso hecho que el número de ideas así simbolizado es por cierto muy limitado, de modo que a menudo nos encontramos con la queja por la monotonía de la interpretación [...]. Todos los símbolos representan ideas del sí mismo y de los parientes de sangre inmediatos, o de los fenómenos del nacimiento, del amor y la muerte [...] El sí mismo comprende todo el cuerpo o cualquier parte separada de él o la mente [...] El campo del simbolismo sexual es asombrosamente rico y variado y la gran mayoría de todos los símbolos pertenecen a esta categoría. Probablemente hay más símbolos del órgano masculino mismo que todos los otros símbolos juntos [...] Los comentarios de Rank y Sachs en esta conexión son de interés: ‘El prevalecer de las significaciones sexuales no sólo se aclara por el hecho individual que ningún instinto en la masa de lo sofocado por la cultura es sometido y separado de la satisfacción directa como el instinto sexual compuesto de los más diversos componentes ‘perversos’, cuyo círculo de representaciones psíquicas, lo erótico, es capaz y está necesitado de la representación indirecta en un área extendida. Una significación mucho mayor para la génesis del simbolismo tiene el hecho filogenético, que se le otorgó a los órganos y funciones sexuales en las culturas primitivas una, para nosotros, monstruosa importancia’”.
En el capítulo sobre la génesis del simbolismo reitera Jones “que en el simbolismo se establece inconscientemente una comparación, entre dos ideas, de un tipo que es extraño a la mente consciente y que una de ellas, la que por conveniencia puede ser llamada idea secundaria, puede inadvertidamente sustituir y representar a la idea primera o primaria”. Y pasa a hacerse una pregunta: “¿Por qué se identifican dos ideas que la mente consciente no encuentra similares?” y comienza respondiendo que “la que instituye la comparación entre las dos ideas es la mente primitiva y no la adulta consciente... aún los pocos símbolos nuevos creados por el adulto, por ejemplo el Zeppelin, son creados por la mente primitiva infantil que persiste en el inconsciente a lo largo de la vida”. Y aquí agrega un nuevo rasgo distintivo del simbolismo: “Así como el símil es la base de toda metáfora, una identificación original es la base de todo simbolismo...”. Es decir que lo que define al símbolo es una identificación entre la idea representada y el símbolo, o sea que hay una identidad entre ambas y no una similitud, como en el símil y la metáfora. Y cita a Freud en “La interpretación de los sueños”:
“Lo que hoy está ligado simbólicamente estaba probablemente unificado en los tiempos primitivos por una identidad conceptual y lingüística. La relación simbólica parece ser un resto y una marca de una anterior identidad”.
No es exactamente lo mismo que dice Jones: Freud diferencia un hoy de una ligazón simbólica y un antes de una identidad; la ligazón simbólica sería un resto y marca de una antigua identidad pero no necesariamente hoy, el símbolo, supone tal identidad. Parecería que el concepto de símbolo en Freud es más abarcativo que el de la formación sintomática; hoy la identidad del símbolo con lo simbolizado se da en el simbolismo onírico y neurótico y es consecuencia de una regresión a los procesos primarios.
Pasa Jones a estudiar los motivos de esta identificación en la mente primitiva y propone tres: 1) la incapacidad mental en la apercepción (a la que no le otorga mucho peso), 2) el principio del placer: identificar entre sí todo lo placentero y entre sí todo lo displacentero, además de que es más fácil percibir los puntos de semejanza entre toda nueva experiencia y la anterior, identificándolas y 3) el principio de realidad:
“Si de algún modo podemos relacionar la nueva experiencia con lo que ya nos es familiar, entonces lo podemos ubicar y comprender; se vuelve inteligible [...] Es verdad que éste es un proceso que conlleva serias posibilidades de defectos [...] Así aparece lo simbólico como el precipitado inconsciente de un modo primitivo de adecuación a la realidad que devino superflua e inútil [...] Lo que en ulteriores generaciones aún sólo como símbolo conocen y conciben tuvo, en estadíos más tempranos de la vida espiritual, total sentido y valor”.
Con la introducción del tema de la identificación entre la representación simbolizada y el símbolo, surge la concepción acerca de una forma primitiva del pensamiento que, desde mi punto de vista, no requeriría del proceso de represión e independizaría al simbolismo de surgir como formación sintomática (transacción entre la represión y lo reprimido); esto no excluye el hecho que, a consecuencia de la represión, la libido regrese a formas primarias de expresión que, en los sueños, síntomas, etc., pudieran expresarse como formaciones sintomáticas.
Citando una teoría de Sperber, “que los impulsos sexuales han jugado el rol más importante tanto en el origen como en el ulterior desarrollo del lenguaje...” dice Jones:
“A la luz de trabajos como el de Sperber comenzamos a comprender por qué hay un número tan asombroso de símbolos para objetos y funciones sexuales y, por ejemplo, por qué armas e instrumentos son siempre símbolos masculinos mientras que el material sobre el que se trabaja es siempre femenino... Freud adecuadamente compara el simbolismo con un antiguo lenguaje que casi ha desaparecido, pero del cual quedan aún vestigios en diferentes lugares”.
Para Sperber
“los impulsos sexuales han jugado el rol más importante tanto en el origen como en el ulterior desarrollo del lenguaje [...] los primeros sonidos del lenguaje eran aquéllos que servían al propósito de llamar a la pareja [...] mientras que el desarrollo ulterior de las raíces del lenguaje acompañaron a la ejecución del trabajo [...] Palabras usadas durante estas tareas comunes [se refiere al trabajo realizado en común] tuvieron de este modo dos significados, denotando respectivamente el acto sexual y el trabajo equivalente realizado. Con el tiempo se desligó el primer significado y la palabra, hoy aplicada sólo al trabajo, devino así ‘desexualizada’”.
Según esta concepción, el lenguaje se habría constituido por apuntalamiento o aposición entre los instintos sexuales y los de autoconservación, con una prioridad temporal de los sexuales; recién luego se habría producido la “desexualización”, la separación de ambos instintos y, en el simbolismo, las expresiones vinculadas a la sexualidad tenderían a estar representadas o simbolizadas por las de autoconservación.
Pero ¿se podría hablar de símbolo en el primer momento, en el de la indiferenciación de ambas actividades? ¿O tendría que haber primero una separación de ambas para hablar de que una simboliza a la otra? Y si fuese así ¿por qué las de autoconservación simbolizarían a las sexuales y no a la inversa? ¿Se daría ya aquí un proceso de represión sexual? De ser así, la identificación característica del simbolismo sería una regresión a la identificación, desdiferenciación, de ambas representaciones previamente discriminadas.
En este caso, este proceso ¿correspondería al “verdadero simbolismo” o sería sólo una forma de expresión simbólica, aquélla más vinculada a la formación de síntomas?
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