Camila Valenzuela - Zahorí 1 El legado

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Zahorí 1 El legado: краткое содержание, описание и аннотация

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Siglos atrás, en la antigua Irlanda, quedó pendiente una promesa y un oscuro presagio. Algunos creyeron que el juramento quedaría en la palabra, pero la sangre no olvida. Solo en el presente, cuando las hermanas Azancot lleguen a vivir a un remoto pueblo ubicado en el sur de Chile, un linaje completo entenderá la fuerza de ese juramento. Entre el mar y bosques de alerces milenarios, se encuentra la casa de Meredes Plass, una abuela que guarda varios secretos familiares. Pronto, las cuatro hermanas descubrirán su destino y el legado que les fue heredado.

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La figura de Cayla se perdió por el túnel y las cuatro mujeres quedaron solas.

—Sentí que nos llamabas, Ciara —afirmó Máira.

—Tus visiones nunca fallan —contestó y un extraño brillo centelleó en sus ojos verdes.

Instintivamente, Máira llevó ambas manos al centro de su pecho.

—¿Qué sucede? —preguntó Aïne.

—Algo dentro de mí... una sombra —comentó Máira, entre jadeos.

Luego, levantó sus ojos hacia Ciara.

—¿Quién eres? —le preguntó.

La aludida esbozó una sonrisa carente de emoción.

—Soy tu hermana, claro —respondió y luego se dirigió a las otras mujeres—. Quizás nuestra pequeña Máira necesite descansar.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Síle, la mujer de capa blanca.

—Lleva la oscuridad dentro de ella —contestó Máira con la vista clavada en Ciara.

Un silencio sepulcral se instauró entre ellas hasta que Ciara decidió hablar.

—Hoy las he invitado a mi guarida para celebrar el origen de una nueva era, una en la cual nuestra raza podrá contar con un verdadero reino.

—Nosotros no necesitamos un reino. Nosotros somos una familia —sentenció Aïne.

—Te equivocas, formamos parte de un linaje único. Somos las primeras, las originales. Somos las señoras de estos bosques. Nosotras no tenemos familia, tenemos un pueblo y, como tal, debe ser gobernado.

Las tres mujeres se miraron espantadas.

—Quiere ser reina —comentó horrorizada Máira—. Nuestra hermana murió el día en que se cansó de ser la señora del Fuego. Ahora, esta extraña lo quiere todo.

Ciara no escuchó más palabras. Levantó ambos brazos y llevó su cabeza hacia atrás. Instantáneamente, el fuego de las velas aumentó en grandes y largas llamaradas, las cuales encerraron a las tres mujeres dentro de un círculo rojo. El calor ardía alrededor de ellas. Entonces, Ciara comenzó a recitar, una y otra vez, las mismas palabras:

—Draíochta dorcha, beatha an tine go mbaineann a thabhairt duit. 4

Cuando las llamas ya alcanzaban lo más alto de la caverna, Ciara interrumpió su canto y arrojó sobre sus hermanas el líquido rojo que había fabricado Cayla. Pocos segundos después, un resplandor verde emergió desde Aïne; luego, uno de color blanco salió desde Síle y, por último, uno azul surgió de Máira. Fatigadas, las tres hermanas cayeron de rodillas. Los rayos de colores se unieron a las llamas de fuego, formando una sola luz que ingresó al cuerpo de Ciara, envolviéndola con un brillo cegador. Al cabo de unos instantes, el resplandor se apagó y Ciara volvió a abrir sus ojos: nada quedaba del verde que siempre los había caracterizado, un negro azabache y vacío los inundaba por completo.

—He aquí a su nueva reina —dictó con una voz más grave de lo normal.

—¡Nunca! —gritó desconsolada Síle.

—¡Silencio!

Ciara abrió su mano y con ese único movimiento, Síle fue expulsada hacia atrás hasta golpearse contra uno de los muros de piedra.

—Aprenderás a respetarme, si no quieres terminar consumida por el poder Oscuro.

—La única que ha sido consumida por él... eres tú —gimió Síle tirada en el suelo rocoso y húmedo.

—Dije ¡silencio!

Ciara cerró su mano en puño y la giró lentamente. Entonces, Síle levitó en círculos como si se tratara de una pluma. Cayó por segunda vez al suelo y luego fue impulsada hacia el resto de sus hermanas.

—Ustedes podrían haberse unido a mí, como lo hizo Cayla. Ella gozará de una vida eterna, llena de poder, mientras ustedes y toda su descendencia estará bajo mi yugo. Nadie será más que yo. Nadie se atreverá a mirar mis ojos. Nadie...

Súbitamente, algo se revolvió dentro de ella.

—Nadie...

Intentó hablar nuevamente, pero le fue imposible. Sentía sus pulmones comprimidos. Le ardían los ojos. Una energía invisible jalaba su piel y pensó que pronto comenzaría a desgarrarse. A romperse. A morir. Un grito desaforado, lleno de dolor, emergió desde lo más profundo de sus entrañas. No lo podía soportar. Entonces perdió el control.

—¿Qué sucede? —preguntó Síle, incorporándose del suelo.

—Supongo que nadie puede resistir tanto poder —respondió Aïne.

Ciara cayó convulsionando sobre la tierra. Tenía los ojos entornados y cada miembro de su cuerpo se movía de forma involuntaria. Se retorcía con tanta fuerza que sus huesos se rompieron lenta y dolorosamente. Sus gritos retumbaron en los muros de la cueva. Sombras negras llegaron a ella y tres rayos de color verde, blanco y azul escaparon de su cuerpo para regresar a sus legítimas dueñas. De pronto, Cayla apareció en la cueva desde el pasillo de piedra.

—¡No! —exclamó mientras corría en ayuda de Ciara, quien aún convulsionaba desafiando todas las leyes de gravedad.

Entonces, de manera tan abrupta como habían comenzado, los temblores de su cuerpo se detuvieron. Ciara quedó tendida de espaldas. Su voz era solo gemidos. Cayla se arrodilló a su lado y puso la cabeza de la mujer sobre sus piernas.

—Tranquila, todo estará bien, mi señora —le repetía entre sollozos—. Todo saldrá como lo habíamos planeado...

—Cayla —alcanzó a decir en un último respiro—, tú continuarás mi legado.

—No me deje sola —repetía la niña entre lágrimas.

—No estarás sola, Cayla. El Fuego siempre te acompañará.

La mirada de Ciara se apagó y su piel se tornó más blanca.

—Que el espíritu del Fuego sea contigo, madre —murmuró la niña, mientras le cerraba los párpados sin vida.

En ese momento el dolor también cerró los ojos de Cayla.

Cuando volvió a abrirlos ya era una mujer.

1 “Oscuro el fuego, oscura mi alma, oscura la magia que aquí me resguarda”.

2 “Que el espíritu del fuego sea contigo”.

3 “Bienvenidas.”

4 “Magia Oscura, alimenta este fuego que te pertenece”.

Cambios

Los aviones siempre habían sido incómodos para Marina, hija menor de la familia Azancot. La primera vez que subió a uno, cuando apenas tenía cinco años, el miedo y la angustia de no tocar tierra firme se apoderaron de ella y nunca más la abandonaron. Hoy, luego de doce años sin volar, Marina emprendía un nuevo viaje.

La desesperación la invadía lenta pero fuertemente. Cada tres minutos miraba el reloj que sus padres le habían regalado para su último cumpleaños. Quizás así llegaría puntual al colegio. “Poco importa eso ahora”, pensó. “Solo necesito entrar rápido a ese avión para salir pronto de ahí”. Comenzó a dar zancadas de una esquina a otra dentro de la sala llena de asientos grises. Con la vista pegada en el suelo, se preguntó si quizás el color rojo del tapiz no sería un presagio funesto. “No puedo estar pensando estas cosas. Nada malo va a pasar. Lograremos bajarnos todos intactos”. Sus pensamientos se vieron interrumpidos con el sonido de una voz que inundó la sala de espera: “Pasajeros del vuelo 314, por favor pasar a la puerta de embarque número 12”. Su corazón se aceleró y sintió que sus piernas sucumbían ante el pavor de acercarse a ese monstruo con alas. Caminó tambaleante por la manga que desembocaba en la puerta del avión y sintió cómo sus músculos perdían fuerza. Apenas puso un pie dentro de la nave, un intenso olor a plástico la sofocó. Además, hacía un calor impropio para una ciudad como Santiago de Chile en pleno invierno. Inspiró profundo y apuró el paso hacia su asiento. Una azafata, vestida con traje azul y peinada de forma excesivamente prolija, le dio la bienvenida, le deseó un buen viaje y le dijo:

—Si necesita algo, por favor no dude en avisarme —apuntó con su dedo índice el distintivo dorado que tenía en el pecho—. Mi nombre es Susana.

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