Camila Valenzuela - Zahorí 1 El legado

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Zahorí 1 El legado: краткое содержание, описание и аннотация

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Siglos atrás, en la antigua Irlanda, quedó pendiente una promesa y un oscuro presagio. Algunos creyeron que el juramento quedaría en la palabra, pero la sangre no olvida. Solo en el presente, cuando las hermanas Azancot lleguen a vivir a un remoto pueblo ubicado en el sur de Chile, un linaje completo entenderá la fuerza de ese juramento. Entre el mar y bosques de alerces milenarios, se encuentra la casa de Meredes Plass, una abuela que guarda varios secretos familiares. Pronto, las cuatro hermanas descubrirán su destino y el legado que les fue heredado.

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—Melantha —corrigió Mercedes.

—Eso... Y sé que mis hermanas tampoco lo han hecho porque habría conocido la leyenda.

—No es una leyenda, querida —replicó su abuela obstinada.

Marina se sentó en la cama frente a ella y le tomó la mano con cariño.

—Lo siento, Meche, pero creo que estás... confundida.

Mercedes sonrió y dejó su tazón sobre la mesa.

—Esa es una linda forma para decir que estoy loca, Marina. Creo que deberías ver algo. Sígueme, por favor.

Mercedes se levantó y, antes de abrir la puerta, le dijo:

—Camina despacio y no hables, quizás así logremos que tus hermanas no nos vean.

Marina cerró el ventanal, se quitó las pantuflas para asegurarse de no generar ningún ruido, y luego siguió a su abuela por los pasillos de la casona. Bajaron las escaleras, cruzaron el hall de entrada que tenía empañados los parteluces y llegaron al ala izquierda del primer piso. El corredor principal estaba muy oscuro, por lo que su abuela apretó el interruptor más cercano para iluminar el camino. En seguida, una salita apareció ante los ojos de Marina. Un sofá antiguo con tapiz verde musgo miraba hacia el ventanal húmedo. Frente a este había una mesa angosta de madera con un florero de porcelana y un pequeño candelabro. Una alfombra persa, larga y desgastada por el paso de los años, se desplegaba desde el inicio de la salita hasta algún punto que no podía distinguir debido a la falta de luz. Mercedes sacó una caja de fósforos de la mesa y prendió una de las velas: era evidente que no quería ser vista por nadie, de lo contrario, habría encendido las luces. Tomó el candelabro y guió a Marina por el pasillo. A medida que avanzaban pudo advertir que a esa pequeña estancia le seguía otra y luego otra, siendo el ala izquierda del primer piso una seguidilla de salones separados únicamente por los mismos pilares interiores que sostenían la casona. No obstante, ninguno era igual al anterior; el primero parecía estar destinado a contemplar el jardín; en el segundo había un televisor, dos butacas de un amarillo gastado y, entre ellas, una mesa redonda con dos posavasos. Marina se preguntó si su abuela habría hecho algún cambio en la decoración desde la muerte de Salvador, su marido. Creyó que probablemente permanecía todo igual, ya que en las tres salitas se podía advertir que cada elemento estaba pensado para la rutina de dos personas que hacen su vida juntos. Una gran tristeza la invadió al imaginarse a su abuela sola entre la lluvia y la neblina.

En la siguiente salita, la última de las tres, un sillón color crema ocupaba parte de la muralla y el pasillo; a su lado se encontraba una mesa con cientos de revistas de aspecto amarillento y recogidas en las puntas. Junto a ellas había una radio con casetera de color gris. Eso le recordó que el día estaba perfecto para relajarse escuchando buena música, aunque ella y su abuela no estaban ahí para eso. Súbitamente, Marina recordó por qué estaba caminando por esa continuación de salones. Se dirigían a cierta parte de la casona que ella no conocía y que estaba muy bien oculta: nadie pensaría que tras una sala de entretención a otra podría encontrarse un secreto importante. Pero así era. Al final del corredor, luego de las tres estancias, pudo ver otra puerta de madera.

—¿A dónde vamos, Meche? —le preguntó rompiendo el silencio que se había originado desde la conversación en su pieza.

—A la biblioteca—. Se detuvieron justo frente a la puerta del fondo y Mercedes sacó una llave de hierro—. Necesitas conocer tu historia, Marina.

Su nieta no pudo formular más palabras: la inmensidad de la biblioteca era realmente abrumadora. Parecía como si dos habitaciones grandes hubiesen sido unidas para albergar los cientos de libros ordenados en estantes de madera. Dos escritorios bastante antiguos, pero muy bien cuidados, se encontraban de frente y cada uno tenía una lámpara pequeña. Marina pudo advertir la ausencia completa de polvo, por lo que dedujo que su abuela utilizaba esa sala con frecuencia.

—Esto es impresionante, Meche —comentó su nieta con los ojos cada vez más abiertos.

—Oh no, querida, lo que verás a continuación lo es.

Mercedes le pidió a Marina que se ubicara en uno de los escritorios. Ella obedeció mientras su abuela desaparecía entre los estantes. Después de unos minutos, la anciana trajo consigo un libro negro y lo dejó frente a Marina. El cuero oscuro de su cubierta infundía temor y, al mismo tiempo, respeto. Era un libro antiguo, sin duda. El costado de sus hojas era más ocre que amarillo y la mayoría de sus bordes estaban encrespados. A simple vista, no había ninguna referencia.

—Ábrelo, por favor —le pidió Mercedes.

Marina no se atrevió a decir palabra. Sus manos estaban sudorosas. Antes de dar vuelta la tapa, se limpió las palmas en su chaleco. Luego, inspiró con fuerza y abrió el libro: al interior, en la primera hoja amarillenta, una inscripción escrita de manera prolija con una pluma delgada decía:

Intrigada decidió dar vuelta otra hoja y seguir Año 1770 del día 31 de - фото 4

Intrigada, decidió dar vuelta otra hoja y seguir:

Año 1770 del día 31 de octubre

Sabbat de Beltane

Esta noche cuando en la tierra antigua conmemoraríamos la importancia de - фото 5

Esta noche

cuando en la tierra antigua

conmemoraríamos la importancia de nuestros ancestros,

cuando las leyes del espacio y el tiempo

estarían momentáneamente detenidas,

y la barrera entre los que ya no están y los que estamos

se desvanecería de modo temporal en el Sabbat de Samhain,

nos adentramos en un nuevo mundo.

Una nueva tierra que encarna el hielo del hemisferio sur,

pero que gracias al fuego de Beltane,

hoy nos enciende e ilumina.

Atrás

dejamos los infortunios impuestos por un linaje

eternamente bendecido

innumerables veces maldito.

Atrás

encerramos el odio sin piedad de la Oscuridad

y esta noche, comenzamos a dejar registro

de lo que fuimos, somos y seremos sin él.

M.

—Otra M —murmuró Marina, pero no tanto como para que su abuela dejara de escucharla.

—Así es, querida. Melantha lo escribió cuando llegó a Puerto Frío, pero dicen que decidió dejar escrita solo la inicial para que así cualquiera de nosotras pudiera identificarse con sus palabras.

—¿Qué es esto, Meche?

Quizás, todo pudiera ser verdad. Quizás, le creía.

—Esa no es la pregunta que verdaderamente quieres hacer —afirmó su abuela sin desviar la mirada de sus ojos.

Marina enmudeció mientras se perdía en la mirada de Mercedes. De pronto, soltando toda atadura y miedo, le preguntó imperturbable:

—¿Qué somos?

La abuela esbozó una sonrisa antes de responder.

—Elementales, Marina.

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