La investigación científica, la aplicación profesional y el rasgo cultural revelaron aspectos complementarios, interdependientes y dinámicos, favoreciendo la elaboración de sistemas teóricos que explican la realidad y crean prácticas profesionales, además de que acompañan la evolución de la tecnología y de la organización social, cultural y política ( Granger, 1993). Mientras la evolución de la ciencia y el perfeccionamiento de las prácticas profesionales sean recursos necesarios, no serán condiciones suficientes para responder a las demandas de comprensión y construcción de la existencia humana, en el largo plazo, en cualquier campo científico ( Reason y Bradbury, 2001). Tanto así que la consistencia de los conocimientos, como la efectividad y la confianza en la acción profesional, son continuamente desafiadas por nuevas cuestiones y problemas que despuntan de la dinámica evolutiva de la civilización. Las innovaciones técnicas, los cambios políticos y las diferenciaciones culturales desafían el conocimiento científico y las prácticas profesionales, incluso aquellas ya reconocidas y legitimadas (Morgan, 1983). Nuevos pasos de la civilización, como los que se observan ahora en la digitalización globalizada, en esta era de la infosfera (Floridi, 2019), cuestionan las teorías y su aplicación profesional. Ese cuestionamiento demanda revisión, profundización y ampliación de la comprensión de la existencia, y por corolario, la recapacitación de los profesionales que las aplican (Sutherland, 2013). Una ciencia es una ruta sin punto de llegada, porque está en continuo desarrollo. Los cuestionamientos surgen de la acción adaptativa a una sociedad donde la regularidad y el cambio continuo imponen a todas las ciencias una constante actualización, nuevos proyectos de investigación y una mirada crítica en su aplicación, para retroalimentar su validez, profundización y ampliación. Esta actualización plantea la cuestión sobre la formación de los profesionales que construyen la ciencia y protagonizan su práctica profesional, como demanda estratégica de las sociedades, desde sus orígenes.
La formación y la capacitación del psicólogo se volvieron demandas incontenibles frente a la sostenibilidad de la sociedad que evoluciona rápidamente, como se ha observado en la digitalización. El ajuste de esa formación a las demandas emergentes de las innovaciones y el avance científico dio consistencia y energía al fantástico desarrollo tecnológico del siglo XX (Malvezzi, 2015). Sin el crecimiento de la escolarización y de acciones afirmativas en la formación profesional, la sociedad no lograría el salto de la mecanización a la digitalización. Los psicólogos fueron protagonistas relevantes para la efectividad de ese salto, como se observa en la contribución de la POT, en sus continuos aportes desde la mecanización de la industrialización. ¿Qué necesidades implica la formación de los psicólogos, que son los expertos en las estructuras subjetivas individuales y compartidas, en cuanto a las respuestas a las demandas del mundo digital globalizado? ¿Qué formación profesional es capaz de dar cuenta de la existencia humana en una sociedad que quedó líquida por su funcionamiento a través de la velocidad de la digitalización y la amplitud de la globalización? ¿Qué acciones de la sociedad requieren las instituciones para la formación profesional de los psicólogos, y que los capaciten para este reto? Estas cuestiones inspiraron este capítulo, dedicado a la reflexión sobre la formación de los futuros protagonistas de la psicología.
Para dar cuenta de esa tarea, en este capítulo se articulan tres grandes tópicos. El primero trata de los conocimientos que promueven la comprensión crítica de la psicología como ciencia, con el fin de capacitar a los psicólogos para identificar y explicar la subjetividad como factor del comportamiento. El segundo trata de las habilidades de la actuación profesional sobre la subjetividad y los comportamientos. El tercero trata de la comprensión de la sociedad como un campo de fuerzas dentro del cual ocurre la gestión de la adaptación que construye las trayectorias de la existencia. La formación de los psicólogos que investigarán y aplicarán la psicología en momentos de transición veloz y radical es una cuestión de carácter estratégico. ¿Cómo capacitar a los profesionales que cuidan de la comprensión de la subjetividad dentro de la digitalización globalizada? Las respuestas a esas cuestiones no generan dudas banales, sino interrogantes que ya fueron comprendidos como reflexión profética.
La psicología es una ciencia
La formación profesional básica, desde finales del siglo XIX, en la mayoría de las profesiones, ha sido genéricamente identificada y formalmente estructurada a través de la exposición sistemática del individuo al campo de conocimientos que eligió, a su actividad de interés y a su actuación profesional. Ser un profesional requiere acceso, dominio y visión totalizante del conocimiento que será profesionalmente aplicado. El acceso, el dominio y la visión de cualquier campo del conocimiento implican un diálogo permanente del aprendiz con la producción de teorías y del proceso para su validación. Desde finales del siglo XIX, esa exposición sistemática de una ciencia fue institucionalizada y asumida como función de las escuelas, particularmente de las universidades. Estos agentes desarrollaron trayectorias de aprendizaje a través de currículos y, hasta hoy, se encargan institucionalmente de la formación profesional. El individuo que busca formación profesional frecuenta la escuela para recibir esa sistematización y su derivación en la forma del conocimiento técnico. Esa sistematización le permite desarrollar una visión totalizante de la ciencia con la cual decidió trabajar, a través de la comprensión de su historia, la identificación de su objeto, el aprendizaje de sus métodos, teorías y campos de aplicación, de tal modo que el aprendiz capta lo que es una ciencia y el contenido de aquella que él eligió para su trabajo profesional. Esa visión sistemática capacita al estudiante para comprender la profundidad, el avance, la aplicación y las limitaciones de ese campo de conocimientos, y lo instrumentaliza para la acción profesional.
Este paso de la capacitación profesional hacia el acceso amplio, totalizante y articulado del estudiante a una ciencia, como la psicología, lo pone en interlocución con autores y profesionales, y con sus propios conocimientos ya acumulados, de tal manera que forma su capital intelectual, fomenta su reflexión crítica para dar más consistencia a ese capital y ofrece oportunidades de evaluaciones concretas y de intervenciones en problemas cuya solución depende de insumos científicos y técnicos. De esa visión sistemática de la ciencia que él estudia surge una referencia necesaria para las evaluaciones que la acción profesional demandará de él, a partir de la cual podrá percibir los movimientos del fenómeno estudiado en el mundo. La formación de esta referencia es una actividad de largo plazo y siempre abierta a avances. La capacitación profesional proviene de la articulación de esas actividades, de la interlocución con autores a través de lecturas y debates, de la actuación sobre los problemas, articulada y dinamizada por la reflexión del propio estudiante. La capacitación profesional depende de un tiempo de maduración, porque no es un aprendizaje limitado a secuencias de procedimientos funcionales en los cuales el individuo recibe informaciones nuevas y las acumula. La capacitación es un proceso que requiere el protagonismo creativo en una acción de largo plazo, construida a partir de la participación activa del estudiante (Furedi, 2004) mediante su reflexión.
El conocimiento es una cognición significativamente distinta de la acumulación de informaciones. Consiste en la integración creativa entre comprensiones adquiridas anteriormente, en un proceso acumulativo y confrontativo con nuevos contenidos, que son regularmente expuestos al individuo. El conocimiento es un instrumento crucial de la comprensión crítica del mundo. El espectro de actividades llamadas didácticas, propuesto en las escuelas, es una herramienta para generar una reflexión de cuya revisión y comprensión surge un proceso continuo de aprendizaje. Ese proceso es llevado a cabo a través del protagonismo reflexivo e interiorizado del estudiante, que enriquece su capital intelectual, en busca de profundización y expansión de la comprensión del mundo. La comprensión es una elaboración del individuo que lo capacita para percibir y entender los eventos en su articulación con distintos contextos. La captura de los eventos articulados como totalidades, en sus diferencias, interfaces e impactos, favorece la producción de sentido a partir de los movimientos, las causalidades y los cambios que se observan en el mundo. Es, además, un requisito crucial de la intervención profesional, porque expone no solamente las cadenas de causalidades, sino también las cadenas de razones que explican las causalidades constatadas. Construida desde esa línea, la capacitación profesional es un proceso sin punto de llegada, en el cual nuevos conocimientos fomentan más reflexiones, de las cuales resultan la evolución y maduración de la comprensión.
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