Juan Carlos Indart - El padre en cuestión

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"Es necesario entender por qué razón esa vigencia del psicoanálisis -les decía- dependerá de un deseo, y es un deseo nuevo, político, y podríamos decir militante, porque no podemos responder a ese real sobre la base de dedicamos a investigar eso como si fuésemos científicos, para un día encontrar la fórmula y decir: 'traeremos tranquilidad a la humanidad, a partir de mañana ellos y ellas se van a entender sin queja ninguna porque acá está la manera de hacer el amor: hache sobre jota por raíz cuadrada' (Vigencia del psicoanálisis en el 2000)".
"Se entiende que Lacan, cuando pensó hasta dónde se podría llevar un análisis, el fin del análisis, cómo sería un análisis logrado, hubiese pensado nuevos modos de ejercer el amor, más eficaces todavía. Está por verse, dados los líos que generalmente tienen los psicoanalistas entre sí, odios y amores, ya bastante con que pueda ejercer el que está anudado al Nombre del Padre. Pero más allá, es verdad que a Lacan le ocupó mucho ese tema, cómo podría ejercitarse con más sabiduría aún, el amor, qué lógica nueva, mejor, podría haber como resultado de un análisis. Bueno, pero esos son temas vinculados al fin de análisis en Lacan. Acá estamos, y eso es de uno por uno y veremos qué pasa con eso, pero, socialmente el único amor posible de ejercitar depende del amonedamiento del 'no'" (El signo de una degeneración catastrófica).

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Muchas de esas situaciones se alivian si un tío, el abuelo, le dicen: “Búscate hija un novio, alguien que te ponga límite, déjame en paz a mí”. A veces las dos se dan cuenta de qué es lo que falla ahí.

Uno podría decir ¿por qué? Porque si se ponen en feministas hostiles no tiene salida la cuestión, trato de ir a otro punto. ¿Por qué vemos clínicamente, que una ley sostenida por un idiota es mil veces más eficaz que la que quiere sostener esa astutísima madre? Porque la ventaja del idiota es que –aparte de que no la pone muy bien a la ley, o se olvida, está un poco ausente, pero no importa, con que diga algo está bien, es otra la cosa–, viene esa ley de alguien que es sexualmente y en su goce un limitado, y permite la identificación de ella a algo acotado, a un conjunto cerrado.

Y es en eso que para ella es la referencia a esa identificación en un hombre, le es algo de enorme estabilización respecto de una angustia, angustia que excede la teoría de la angustia como objeto a , porque es la angustia de un cuerpo que funciona fuera de límite. Y no es que ellas vayan a adorar a ese hombre que sostiene una ley, ni nada por el estilo, pero hay que preguntarse el porqué de ese referente. Y por qué el mismo referente es superyoico e insensato sostenido por una mujer.

Es un dato que les doy, cuando se dice: bien, la mujer también puede reemplazar al padre y sostener la ley. Sí, por supuesto, pero a la larga se va a encontrar este problema, porque para ella la cuestión de la feminidad no puede sino planteársele, y en formas más o menos sintomáticas aparece en la madre, indefectiblemente, que ella también es mujer, y que ella también es una ilimitada.

Creo que hay que ir más allá, no es un problema ni de machismo, ni de paternalismo, ni de negar las lacras concretas de los hombres, y de su manera un poco bruta de relacionarse con las mujeres –no vamos a hacer ningún panegírico, ni elogio de nada–, hay que ir a algo más estructural. Y creo que Lacan ya en L’étourdit (15) tenía la idea de que es agotando, y articulando, pero llevando hasta el final para ella la referencia al significante del hombre, como podría ubicar un más allá de su feminidad, para alguna chance que no fuese de estrago.

Para terminar, diría que Lacan veía para ella –es un tema de fin de análisis–, alguna ubicación respecto de su feminidad en lo que podríamos decir un paso más que el Edipo. Pero no buscando a la mamá originaria mucho más acá del Edipo. No es que a Lacan no le interesó cómo resolver que ella encuentre algo más de sustancia en la cuestión de su cuerpo abierto e ilimitado y la cuestión de su feminidad, pero en Lacan ese tema fue siempre sobre la base de un recorrido de toda la lógica del falo como tal. Y es, al fin de cuentas, por una lógica de no-todo respecto del falo que va a ubicar la feminidad –es decir que en su definición se necesita del falo para ubicarse en eso como no-todo–, y no por la decepción, el rechazo a jugarse a la aventura de volver a amar a algún hombre que se pueda resolver la feminidad, salvo bajo las formas fantasmáticas, superyoicas, y de estrago en el sentido fuerte que hemos comentado.

Esa me parece la orientación lacaniana en el tema, pero es un comentario, porque como les digo, son frases muy complejas que están siendo trabajadas.

Bien, estoy abierto a las preguntas. Voy a esperar tranquilo hasta que aparezca alguna, no puede ser que vayan después todos a preguntarle a la mamá de cada uno de ustedes algo.

(PREGUNTA DEL PÚBLICO)

Sabemos de los límites que tiene para una mujer el análisis, en tanto culminan en un deseo del falo. El falo, no eso que ellos tienen entre las piernas –ellas saben de su fracaso– sino como dice Lacan en el Seminario 10, (16) el que podría articular la feminidad como tal. En esto se estanca la solución edípica.

De todos los significantes-amo, los significantes-padre, inscriptos en una cadena inconsciente, todos darán como respuesta, siempre, la ubicación del deseo, el deseo del falo. En ese sentido es, yendo un poquito más de su propio inconsciente, por eso es una temática difícil vinculada al fin de análisis y a cierta separación de ese mismo determinismo inconsciente, que Lacan plantea la ubicación de ella, la revelación para ella de la condición de esa lógica de no ser toda para el falo. De averiguar en qué –como dice Lacan–, es medio loca, pero no por una razón moral, consciente, un cuerpo medio loco, fuera de lenguaje, y que se presta al paraíso como a la devastación.

Nunca hizo Lacan de esto una cosa enteramente por fuera de la lógica fálica. Le encontró una vuelta que no podemos elaborar acá, pero digamos, toda la fuerza de sus fórmulas de la sexuación es haber encontrado una manera de entender ese ilimitado femenino, sin embargo, en un modo que se puede articular la función fálica. Eso era lo que decía que se podía tener en cuenta también en la frase que dice en L´étourdit , (17) donde expresa que es un error ir a buscar esa solución del lado de la madre. Por supuesto que, mientras permanezca en una posición histérica, habrá para ella toda la dinámica, la dialéctica y todas las transformaciones de su deseo, no una relación superyoica, pero habrá siempre insatisfacción, porque todas las formas fálicas que los hombres articulan para su identificación son para los hombres fantasmas, lunares, y haciéndose lunar no es como una mujer consigue el rapto.

Hay más ideas en el último Lacan. Ahora ha salido un texto, un pequeño seminario que dio Jacques-Alain Miller en Brasil, que es como un resumen de sus desarrollos más recientes, y donde encontrarán esta lectura de la cuestión de la devastación o del estrago, que ha sido publicada en castellano con el título de El hueso de un análisis . (18) Ahí tienen bien articulado –bien articulado quiere decir: ¡reconocido por fin! por una persona importante del psicoanálisis, el mejor comentarista de la obra de Jacques Lacan–, cuál es el papel estructural como modo de goce que juega el amor en la mujer. Me atrevo a haber sido un poquito pionero en eso, porque escribí un libro que se llama Problemas sobre el amor y el deseo del analista , (19) que los analistas dejaron caer en un tacho de basura, porque la teoría del amor era que el amor era una trampa narcisista, sostenido siempre por la idealización, y que había que atravesar eso. No había otra teoría.

Lo que me pasó es que, a mí, en mis discusiones con las alumnas de tantos cursos, las mujeres jamás me lo creyeron. Yo notaba que explicaba la teoría del narcisismo y los límites del amor, y ellas me miraban como diciendo: “eso ya lo sé, pero el amor es otra cosa”.

Así que lo revisé en Lacan todo lo que pude, y ahora está perfectamente dicho, bien fundamentado, que no es una coquetería, no es un alma femenina, no es un no sé qué de las mujeres en un sentido culturoso, tierno, romántico. Es que hay una razón por la cual el amor es el único modo de acceso al goce femenino. Se lo puede entender como un operador. Con mucha frialdad, si quieren, se puede decir: es que ellas suelen ser tan enamoradas, llegan a tal sin límites en el amor. Bueno, pero no lo veamos desde los hombres sino sobre nosotros; nunca vamos a responder con una cosa tan así, salvo algunos muchachos muy dotados, pero hay que ir a San Juan de la Cruz. Estamos empezando a entender que –no hagamos eso en términos de pullas de un sexo con el otro, de que sean más nobles en el amor y nosotros unos brutos, etcétera– en el exilio de los sexos hasta qué punto están determinadas, podríamos decir, cómo les conviene la locura del amor, porque es el único modo de acceso a ese otro goce.

Y eso nunca se decía con claridad, y si no se dice con claridad se empuja a las mujeres al goce pulsional, al desengaño, a engañar a todos y a sí misma, pensando que por puro sexo se la pasa fenómeno, y que se puede vivir sin pasar por los riesgos de la devastación. Acomodarse al día de hoy y decir: “Bueno, él se bajó tres, yo me bajé cuatro” –dicen ellas-. Salir con un chabón, con otro y con otro, pum, tum, en un clima general de gran dificultad de retomar la cuestión del amor.

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