Juan Carlos Indart - El padre en cuestión

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"Es necesario entender por qué razón esa vigencia del psicoanálisis -les decía- dependerá de un deseo, y es un deseo nuevo, político, y podríamos decir militante, porque no podemos responder a ese real sobre la base de dedicamos a investigar eso como si fuésemos científicos, para un día encontrar la fórmula y decir: 'traeremos tranquilidad a la humanidad, a partir de mañana ellos y ellas se van a entender sin queja ninguna porque acá está la manera de hacer el amor: hache sobre jota por raíz cuadrada' (Vigencia del psicoanálisis en el 2000)".
"Se entiende que Lacan, cuando pensó hasta dónde se podría llevar un análisis, el fin del análisis, cómo sería un análisis logrado, hubiese pensado nuevos modos de ejercer el amor, más eficaces todavía. Está por verse, dados los líos que generalmente tienen los psicoanalistas entre sí, odios y amores, ya bastante con que pueda ejercer el que está anudado al Nombre del Padre. Pero más allá, es verdad que a Lacan le ocupó mucho ese tema, cómo podría ejercitarse con más sabiduría aún, el amor, qué lógica nueva, mejor, podría haber como resultado de un análisis. Bueno, pero esos son temas vinculados al fin de análisis en Lacan. Acá estamos, y eso es de uno por uno y veremos qué pasa con eso, pero, socialmente el único amor posible de ejercitar depende del amonedamiento del 'no'" (El signo de una degeneración catastrófica).

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En una ciudad con tanto análisis como Buenos Aires, y un poco en toda la Argentina, es un resultado terapéutico muy frecuente en el análisis de mujeres, el que efectivamente se quitan un poco las ñañas, ciertas histerias, soportan un poco más a los hombres, se ubican y despegan. Hasta había llegado a ser un poco burdamente una especie de estandarización. Ya en el psicoanálisis anterior a Lacan era una cuestión de presionarlas a que dejasen la casa materna, que empezasen a salir de ahí y a vivir o con una amiga, o solas, y rápidamente ubicar un hombre, casarse, tener los niños, etcétera. No me burlo tampoco de eso, porque es como un poco más allá de la orientación que uno tenga, ella habla, y por el solo hecho de que habla se va ubicando en sus temas, esta es una de las salidas muy frecuentes.

El tema clínico que había aparecido ese año en bastantes casos es cuando nos retorna ella a los cuarenta y pico, solamente que separada, tal vez por segunda o tercera vez, con una seguidilla de experiencias con los hombres tan dolorosas y catastróficas que hay un: basta. Aunque quede un lugar de ilusión que, de golpe, como la lotería, le hiciese pasar a no sé quién, tal vez, pero ella ya no va a hacer nada por buscarlo. Y nos encontramos que, con la separación, y las dificultades económicas, y ninguna perspectiva de rehacer su vida en relación a un hombre, muchas veces porque los años han pasado y el padre además ha muerto, retorna muy fuertemente al vínculo con la madre. Que ya puede empezar a valer mucho, en el sentido de que, por lo menos, le atiende los chicos un tiempo, mejor o peor, incluso todo el nivel del manejo del dinero ya empieza a ser sólo de ella o con los consejos de la madre. Y una clínica donde empieza una circularidad de odio y de amor, de queja y de sostén, que tiene la peculiaridad de no saber encontrarse dónde eso realmente pueda separarse, porque los mismos accesos de odio y de furia que mínimamente deberían llevar a una persona a no querer verla más –eso ocurre en la pelea del viernes a las ocho de la noche– es cerrado a la mañana siguiente tomando unos matecitos que sólo se toman con mamá, y conversando, conversando, y conversando para llegar a las once de la mañana a una pelea con insultos y angustias tales, que es la madre la que parece que se tira por el balcón pero ella la agarra, pero entonces la hija dice: “No puedo vivir más con vos, sólo me queda el suicidio”, y la madre le dice: “Hija, te acordarás de mí cuando me muera, porque vos me vas a matar”, y una cosa infernal y que se describe como tal, y que al mismo tiempo no se puede salir de eso.

Para el analista, él o ella como analista, la posición del analista, todo el truco que había funcionado tan bien en la primera fase del análisis ya no funciona, más cuando esto se ve en un re-análisis. En el re-análisis ya es el colmo, porque cuando vuelve a análisis a los cuarenta con esta decepción y en este estado, ¿uno que le va a decir? “Usted tiene que irse de la casa de su madre, está muy pegoteada con su madre”, y ella dice: “Mire doctor, eso ya me lo dijeron a los dieciocho y lo hice, ¿pero qué solución hubo?”

Ella, como mujer en la vía freudiana de articularse al deseo del hombre, empieza a no tener salida. Tampoco le vamos a sugerir que qué bien le haría la ecuación pene-niño, porque ya arrastra tres que no sabe si dejárselos a la madre, si los cría la madre “porque me los está robando y yo me doy cuenta”.

Entonces esa era la dificultad, y es en esa dificultad que lo asocié en aquella época con esta frase de L´étourdit (10) y los puse a trabajar sus casos, y a revisar las distintas doctrinas de Freud, de Melanie Klein, y otras posiciones más contemporáneas hasta Lacan. Y bien, trabajaron e hicieron un librillo que se llama Un estrago. La relación madre-hija . (11) Al redactar las cosas en equipo, se tomaron su tiempo, pero lo hicieron, así que salió editado en el ´93, ya van a hacer siete años.

El enfoque que yo les sugerí, que me parece clínicamente importante, era ir a los casos más paradigmáticos, y no ponía tan en juego la cuestión de la feminidad como tal.

En el caso que veíamos como más paradigmático, hay un pacto común entre la madre y la hija. Es un pacto desolador, porque es un pacto de entenderse como nadie, una y la otra, en el desprecio, la decepción por los hombres.

Por supuesto uno ve en la clínica cómo ella, aunque haya hecho algunos pasos y después le fracasan, todos estos retornos hacen revivir cosas que ya estaban en la relación con la madre desde su infancia, pero hay situaciones en las cuales hay un guiño fatal de madre-hija. ¿Por qué digo fatal? Porque es un guiño imposible de prohibir, desde cierto punto de vista tiene una verdad completa. No tenemos hombres de una eficacia tal, que no se vaya a dar en la pregunta decisiva de la hija acerca de qué es una mujer, dirigida a esa que debe saber algo, porque es mi mamá, ese guiño: “Hija, tu padre es un imbécil. Lo fue siempre y todos los hombres son iguales, y te lo digo yo”. Hay un mensaje de muchas madres a sus niñas ya pequeñas –en esas preguntas–, que es ya ese mensaje como diciendo: “Hacé lo que quieras, pero si vos me preguntaste yo te digo la verdad, nuestro destino es un estrago, es una catástrofe, no hay salida”. Con variantes en el estilo: “Aguantá”, o con más cinismo: “Sacale plata, no hagas como yo que fui una boba de entrada, no te dejes engañar en esto, defendete”.

Ese pacto es muy difícil de deshacer, porque toca un punto de connivencia y de complicidad muy enigmático. Cuando está dada esa condición –observábamos en la clínica buscando las cosas en términos edípicos esa suerte de rechazo, de desafío al deseo masculino–, tenemos la formación a partir de ese pacto de realmente un dúo que podemos llamar madre-hija. No es una forclusión, no estamos hablando de psicosis, pero hay una forma de rechazar al hombre –al significante fálico encarnado en el hombre, al deseo del hombre–, que no es una psicosis pero que es muy sutil del lado de las mujeres, porque tiene –se lo sepa o no– como soporte, como verdad, que efectivamente ningún hombre, ningún falo puede articular lo femenino. Entonces, si el rechazo viene desde ese lugar, tiene consecuencias muy especiales, porque no es ni siquiera un rechazo que podamos llamar de represión, porque eso es de histérica, tiene un síntoma, una represión que supone haber reprimido un elemento fálico, el síntoma se analiza. No es una represión, no tiene mucho nombre clínico, hay que inventar un poco, es ese pacto, una hostilidad muy fuerte de fondo.

Si no se vuelve a despertar un poco el rapto, si no se permiten y no quieren saber nada, si no se permiten algún efecto de renovación de amor vinculado a los hombres, no sé si tiene cura, en el sentido de que no varía con el análisis, porque todo lo que va saliendo del análisis no hace al sujeto más que confirmarle la posición fantasmática que tiene con su madre. Así que lee todas las significaciones de lo que va surgiendo en esa dirección, especialmente cuando ya han pasado sus decepciones.

La primera vez se consiguen cosas cuando surge el material: “Bueno, tu madre también siempre pone esa significación, esa es la de tu madre, ¿vos qué pensás?”, y se empieza a producir una chance. Pero acá se produce un retorno, una vuelta, y es como si dijera: “Mamá tenía razón”, y eso hace una posición muy refractaria, reabrir el camino. Así lo enfrentamos, como un problema difícil en la cura.

Un enfoque que le dimos, que me parece importante clínicamente –y que por ejemplo se puede extraer del Lacan del Seminario 10, (12) cuando él analiza justamente la clínica de angustia que surge cuando hay una caducidad del funcionamiento fálico, la falta fálica, de lo que él llama en su letra menos phi (-φ), y cuando no hay esa falta, cuando falta la falta–, la condición constante de angustia y la exacerbación de un fantasma para defenderse de esa angustia, el retorno de esa angustia y otra vez apelar al fantasma. Esa es una característica importante clínicamente para ver ese problema de la relación madre-hija. Es decir que cada una colma la falta de la otra, y no puede no ser así, en la medida que han ausentado del campo la falta fálica como tal. Y como Lacan dice: no hay solo la castración que anima el deseo, la falta menos phi (-φ), hay además el objeto. Y son las descripciones más vívidas del lado de la hija, de llegar a estar casi teledirigida como objeto por la madre, como si volviese a ser ese cachorrito recién nacido que la madre colocaba así, asá, era la que sabía todo, y ella sigue siendo ese objeto, y dice: “Mamá sabe todo, yo no sé nada”.

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