Cuando se estudia los circuitos entre madre-hija, se observa perfectamente la posibilidad de la inversión de la situación. Es decir que el tiempo pasa en esa clínica, ya la madre está más viejita, se está quedando sola, tiene sus angustias, se desmorona, ahora ella se cae como objeto. Entonces es la hija la que toma el lugar de sostén de esa madre, si no la sostiene ella sería un desecho y un objeto angustiante máximo. A los diez minutos la madre ya se recuperó y esto gira, y es la hija la que vuelve a ser ese objeto que cae. Lacan, en el Seminario 10, (13) en una frase trató de hacer entender esto, evocando ese paradigma que es “el tubo” que se lleva de la mano, que no siempre es madre-hija, porque puede ser marido-mujer, entre hermanas, pero cuya estampa es que uno sostiene de la mano al otro, y si la llega a abrir, la condición absoluta es que el otro cae en la nada, habría la culpa más espantosa, imposible en ese compromiso hacer eso. Sólo tienen que agregarle que en esa mano, uno sostiene, el otro es el sostenido, y después puede ser al revés. Lacan analizaba esto diciendo que se trata sin duda de las situaciones más incómodas. En el tubo que se lleva de la mano, uno encarna el objeto, lo que se llama el objeto a , pero el que sostiene encarna el superyó, es decir, la serie de premisas, frases, saberes, enunciados que se dirigen al otro como mero objeto, y que retumban entonces del modo más oracular.
Esa clínica había surgido en todos esos casos con esa intensidad de presentación, como una hija en una especie de estado un poco alucinado sin ser de ninguna manera una psicosis, en el sentido de la presencia para ella de las voces, de las órdenes más o menos insensatas de la madre. Todo esto no quiere decir –estoy en los extremos– que al mismo tiempo se agrave el problema, porque se la pasan muy bien las dos, en una manera de disfrutar de ese mismo fantasma. Aunque, ante la ausencia del efecto castración, está siempre amenazado de la angustia, del pasaje al acto, del acting out, y de esa demanda absoluta e incondicional y sin sentido.
Nosotros habíamos encontrado una descripción patética de una analista mujer –que como más de una, prefirió buscar también una subsistencia con las mujeres, que es seguir lidiando contra ese bruto Lacan, padre de la horda primitiva, y que las maltrataba y no sé qué, por la misma decepción se peleó mucho con Lacan, se abrió–, que escribió un texto que se llama “Y una no se mueve sin la otra” , (14) en el cual se encuentran algunos párrafos con las descripciones más patéticas que yo haya leído de lo que quiere decir eso: la una no se mueve sin la otra. Y en ese fantasma va produciéndose la visión más descarnada de una para con la otra, es decir, ya no hay brillo fálico en ninguno, donde va quedando para cada una lo real del cuerpo sin ya brillo fálico alguno.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Luce Irigaray, psicoanalista francesa que brilló en aquellos tiempos por ese texto y por una polémica famosa que tuvo con Lacan, pero luego de lo cual digamos que se abrió, se fue de la escuela de Lacan. Ese texto, si lo consiguen, se los recomiendo para ver la descripción –que creo que no la ha hecho solamente por haber visto casos, la ha hecho viviéndola del modo más intenso–, en la que llega al extremo cuasi melancólico de una pérdida de pudor, en la que cada una ya no tiene interés de presentarse con la mascarada fálica, donde ya se mezcla todo en una especie de desinterés completo por acicalarse, arreglarse, y van quedando en ese fondo de pura angustia, y es el precio final de ese rechazo –por más razones que tenga– de elegir la vía de amar a algún hombre.
Creo que la idea de Lacan –y en eso es una idea que nos da porque está aludido, nos da para tomar distancia de toda una otra manera de pensar la cuestión en psicoanálisis–, es que hay ahí un error. Yo lo llamé el error de deseo –porque no hay una represión–, el error de deseo de dirigir la pregunta de la feminidad a la madre.
Llevaría mucho tiempo justificar por qué Lacan dice eso, por qué uno podría incluso tratar de contradecirlo desde la clínica y decirle: ¿qué querés? ¿Otra vez hay que articularla a ella en relación al hombre? Si ella ya ha tenido la experiencia de que tampoco consigue demasiada subsistencia para su feminidad del lado de los hombres. Y Lacan diría: sí, pero es un error completo que se dirija a este pacto y a esta búsqueda de ser sostenida como mujer en esa relación con la madre, de la cual se ven los estragos –que yo traté de comentar clínicamente–, si es llevar una pregunta a nivel de estrago a otra persona igualmente víctima de ese estrago.
Bueno, ¿en qué quedamos? Por un lado, podríamos decir que hay el retorno a Freud, por una insistencia que, a nivel inconsciente, y más del lado del síntoma, el deseo inscripto en ella también, es un deseo que se articula a nivel del significante paterno, y sus sustitutos. Cualquier movilización de deseo sólo puede ocurrir en esa dirección, que lo otro sólo va a ser ese dúo fantasmático con la condición del objeto a constante, y que igual habría que encontrarle la manera de interpretarlo o articular la relación de su deseo con significantes de la línea padre-marido-hermano, más allá de la dificultad que plantee esto en la clínica.
Pero si es un Lacan que en cierto modo vuelve a Freud
–porque Freud fue el que tenía realmente una orientación muy precisa, dada por los elementos de lo inconsciente, de que el deseo de la mujer era y se constituía en el Edipo, pasando por el hombre, y aun cuando Freud, y por supuesto, Lacan lo sigue–, rápidamente se da cuenta de que es por esa vía que ella plantea la cuestión de la feminidad en relación a otra mujer, y tenemos el fundamento de la constitución del posicionamiento histérico en el deseo. Para sostener ese posicionamiento histérico, que da lugar, sin solución definitiva, a una variación de respuestas sobre qué es una mujer, es necesario reconocer la articulación con el deseo del hombre. Porque no se puede plantear a nivel de qué es una mujer, qué es la otra, sino es que es una otra porque es deseada por un hombre. Y si con la otra, originariamente la madre, el pacto es: “Vamos a ser nosotras, hija, más allá del deseo de los hombres”, observamos esa dimensión estragante, y lo verificamos clínicamente.
Así que podríamos decir que Lacan, en esa frase, insiste en ser freudiano en cuanto a la interpretación del deseo inconsciente. Y eso tendría un valor respecto a la historia del psicoanálisis en la medida en que el fracaso de los analistas para lograr analizar la histeria, el límite que encontraron en la práctica, respecto de qué resuelve ella en su articulación al deseo de los hombres, fue dando cada vez más importancia al análisis posible de una fase preedípica madre-hija, y eso tomó su despliegue máximo –y su efecto en la Argentina–, desde el kleinismo.
Y el kleinismo produjo en sus análisis, vía análisis de mujeres –lo he observado, mucho, por años–, un punto de hostilidad respecto de los hombres. Claro, cuando yo digo un punto de hostilidad se puede oír a coro, perfectamente, que sí, no es ese el tema. Y que favoreció posiciones muy obsesionadas, y búsquedas en las mujeres de resolver las cosas con más distancia, evitar esos estragos con los hombres, –no querrían saber nada de la segunda frase de Lacan, la del síntoma–, y el comienzo de dúos de mujeres, del estilo madre-hija, con todas estas otras características que hemos descripto. Además de todos los enormes problemas doctrinarios que por eso se producen, suponiendo la existencia de una fase preedípica madre-hija.
Para resumir, la frase que he comentado de la relación madre-hija, vinculándola con la segunda, el término ravage, ya ahí también habría que hacerlo resonar en la problemática de lo ilimitado, y del problema de lo que entre madre-hija toca esa dimensión en la cual algo hay de falta de límite. Y por eso es también que muchas veces esas situaciones mejoran por el solo hecho de que alguien introduzca el límite, y que no sea la madre la que tenga que usurpar supuestamente ese lugar. Se hacen insensatos los límites de la madre porque es una mujer, porque ya ha sido ser en ese estrago. Y entonces siempre hay una manera caprichosa e insensata de establecer todos los principios y las reglas con las cuales la hija se podría conducir.
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