Es lo que trato de demostrar en los análisis tanto de las películas mexicanas Cronos y Amores perros como en la serie televisiva The Wire —obras, todas, de las experiencias variadas de los ajustes estructurales neoliberales de los años ochenta y noventa, como si fueran una suerte de acumulación (ya no tan originaria) continua y permanente. En Cronos, se figura a través de la imagen —tan evocada por Marx— del vampiro (también común en la cultura popular de muchos países latinoamericanos). En Amores perros, se da formalmente en el efecto de estremecimiento violento producido por su imagen cinematográfica, al perseguir el dinero que reúne a sus tres historias semiautónomas: el nomos de la tierra, como diría Schmitt, ya no se da formalmente en la ley, sino informalmente en el dinero en cuanto forma social.
Finalmente, con su narración en espiral, The Wire también persigue al dinero, desde su circulación callejera con el violento y competitivo intercambio de drogas, hasta su propia relativa autonomía en el mundo de las finanzas y la política citadina. “Cronos y la economía política del vampirismo...” se publicó en 1998; “Amores perros y la monetarización del arte...”, en 2006, y “La elasticidad de la demanda: reflexiones sobre The Wire”, en 2009. Como en el caso de la inclusión de la lectura de Sangre vagabunda de James Ellroy en la segunda sección del libro, cabe subrayar que incluir un ensayo sobre The Wire con los análisis de las películas mexicanas no debe interpretarse como si indicara un desarrollo en la cultura visual estadunidense respecto de la mexicana sino, más bien, como un síntoma de la posible universalización —o mejor, de la hegemonización general— de la subsunción formal posindustrial de toda sociedad, incluyendo a Estados Unidos, al capital (o, en las palabras ya conocidas de André Gunder Frank, de la extensión transnacional del “desarrollo del subdesarrollo”). [1]Lo interesante en el caso de The Wire es que su sistema local de acumulación capitalista ilegal se ve ampliado y generalizado en la narcoacumulación mexicana y centroamericana. En este sentido, desde nuestra actualidad, las obras visuales de la tercera sección del libro pueden considerarse como obras transicionales.
Concluyo con una pequeña reflexión sobre la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (1977) de Rodolfo Walsh: quizás, sugiero, el texto clásico de la acumulación “originaria” neoliberal en América Latina (y la experiencia más general de la subsunción formal al capital financiero), y, en ese sentido, no solamente una actualización paradójica de Yawar fiesta, sino también uno de los relatos fundamentales de nuestra prehistoria actual.
[1]Aunque conviene subrayar el hecho de que, históricamente, para gran parte de América Latina (como en otros lugares del mundo), lo que David Harvey (2003) llama “compresión espacial” (spatial fix) del capital —y su experiencia social— ha tomado formas no industriales, u otras en las que los procesos industriales no han sido acompañados necesariamente por procesos simultáneos de urbanización. La subsunción real al capital, es decir, la subordinación del trabajo a la maquinofactura industrial, no ha sido, por lo tanto, una experiencia “universal” en la región —excepto por las historias de su mediación indirecta como “periferia” o “dependencia” económica.
A. Benjamin y América Latina
1. ¡Atención: ruinas mexicanas! Dirección única y el inconsciente colonial [1]
Más bien deberíamos visualizar ese material inconsciente topográficamente...
Sigmund Freud (1981: 448)
Hace ya tiempo, años en realidad, que juego con la idea de articular el espacio de la vida –Bios– gráficamente en un mapa.
Walter Benjamin (1996b: 190)
América
Hacia el final de su análisis de los retratos urbanos de Walter Benjamin, Peter Szondi cuenta la siguiente anécdota: “Por esa época corría una historia entre la comunidad de emigrantes sobre un judío que planeaba emigrar a Uruguay; cuando sus amigos de París le preguntaron con sorpresa por qué deseaba irse tan lejos, él respondió ‘¿Lejos de dónde?’” (Szondi, 1988: 31). Corría el año 1933, y los nazis acababan de tomar el poder en Alemania. Siete años después, hacia finales de agosto de 1940, Benjamin huía de las tropas nazis que ocupaban Francia y se encaminaba al continente americano. En su trayecto habría tenido que atravesar los Pirineos y adentrarse en la España falangista, desde donde podría partir a Estados Unidos y reunirse con sus colegas exiliados del Instituto de Investigaciones Sociales. [2]Max Horkheimer había intercedido ante el consulado de Estados Unidos en Marsella para que se le otorgase un visado. No obstante, al cabo de pocos días, fue detenido por las autoridades fronterizas de España en Portbou. Ante la amenaza de ser deportado nuevamente a Francia, Benjamin se suicidó el 25 de septiembre de 1940.
No era la primera vez que América se introducía en su horizonte. Casi exactamente cinco años antes, en una carta a Benjamin fechada el 23 de septiembre de 1935, el historiador de literatura Erich Auerbach menciona que ya anteriormente le había propuesto abandonar Europa y establecerse en el “lejano” continente americano, en esa ocasión para ocupar un puesto como profesor en São Paulo, Brasil: “Hace al menos un año me acordé de usted cuando me informaron que estaban buscando un profesor para impartir clases de literatura alemana en São Paulo. Habiendo conseguido su dirección en Dinamarca a través del Frankfurter Zeitung, la puse a disposición de las autoridades pertinentes...”. Sin embargo, prosigue Auerbach, “fue en vano...” (véase el apéndice al final de este capítulo). La correspondencia entre Benjamin y Auerbach aún no ha visto la luz pública, de manera que no podemos saber cuál fue la reacción de Benjamin a esa oferta, si es que realmente respondió a la misma. Lo que sí sabemos es que en 1935 su situación económica era sumamente precaria, y que cada vez le resultaba más difícil ganarse la vida como escritor y sobrevivir con el estipendio que le proporcionaba el Instituto de Investigaciones Sociales. Dadas las circunstancias, probablemente la posibilidad de emigrar le resultara atractiva. [3]Por otra parte, la reticencia de Benjamin a abandonar Europa —por ejemplo, cuando se le ofreció la oportunidad de reunirse con Gershom Scholem en Palestina— es de sobra conocida, tanto como la firmeza de su compromiso intelectual con el proyecto de los Pasajes, que ya en 1935 se hallaba en una fase bastante avanzada. Esa reticencia, insistía Benjamin, tenía una carga política. [4]
En primer lugar, estaba convencido de que existía tanto un escenario como unas tradiciones particulares a la luz de los cuales su trabajo, en tanto intelectual judío, cobraba relevancia. Al respecto, Bernd Witte ha observado, sin duda con acierto, que la renuencia de Benjamin a reunirse con Scholem en Palestina era coherente con su clamor insistente “a favor del afianzamiento de los valores espirituales del judaísmo en el contexto de la cultura europea” (Witte, 1991: 114). En segundo lugar, se había comprometido a descifrar el presente de esa tradición abrumada por las crisis en el París de Baudelaire y los Pasajes. Sólo en septiembre de 1940, cuando las tropas fascistas ya marchaban sobre París, se resolvió Benjamin a abandonar Europa. Pero nunca llegaría a América: ni a Estados Unidos, ni a Brasil... ni siquiera a Uruguay. En cualquier caso, América sí llegó hasta él —culturalmente hablando— y no sólo en su faceta estadounidense más obvia, el fordismo cultural (Hollywood).
Bernd Witte ha sugerido en la reciente biografía intelectual de Walter Benjamin que el interés que éste sentía por el lenguaje fue “despertado por sus estudios sobre Wilhelm von Humboldt con el profesor berlinés Ernst Lewy y [lo que más nos concierne aquí] acrecentado por su trabajo con [Walter] Lehmann en Múnich”. En octubre de 1915 —prosigue—, Benjamin se había trasladado a Múnich, donde asistió a un número de seminarios hasta su partida en diciembre de 1916. Su correspondencia de la época deja entrever el descontento que le produjo la instrucción que recibió allí, con la excepción de un coloquio organizado por el americanista Walter Lehmann “sobre la lengua y la cultura del México antiguo” (Witte, 1991: 34-35). [5]La sugerencia de Witte sobre los intereses de Benjamin por el México antiguo confirma unas observaciones que ya había hecho Scholem anteriormente en su libro Walter Benjamin: The Story of a Friendship:
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