La lectura que Mariátegui hace de El circo es extraordinaria... por su ausencia. Ignora el texto fílmico y, más bien, se aprovecha de la oportunidad para trazar una historia del payaso como especie, del cual Chaplin es el ejemplo culminante, emergiendo justamente en ese momento cuando el circo —un entretenimiento y espectáculo que contiene las semillas del cine (“es movimiento de imágenes”)— es transformado por la tecnología en comedia de payasadas (slapstick) en el cine. Habiendo ya atacado a “los guardianes del orden estético”, al sugerir que Chaplin es uno de los mejores novelistas contemporáneos, Mariátegui muestra otra vez su sensibilidad a la historia del desarrollo tecnológico en la cultura en cuanto medio.
Como han señalado Alberto Flores Galindo y Óscar Terán, Mariátegui, con Otto Bauer y Antonio Gramsci, ha hecho de la forma-nación el objeto de la teoría marxista contra el grano de nociones fabricadas por la Tercera Internacional —como “el semicolonialismo”— en el contexto de intentos de pensar el desarrollo desigual histórica y políticamente. [5]Y al hacerlo, creo, reflexiona sobre sujetos rurales subalternizados, transformándolos, primero, en sujetos nacionales y, segundo, en potenciales sujetos proletarios comunistas de la libertad. En otras palabras, indianiza la historia mundial futura, más allá del capital. Algo de esto se encuentra en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, publicado el mismo año que su ensayo sobre Chaplin. Éste es, en muchos sentidos, todavía el más radical de los gestos críticos latinoamericanistas y transculturales. El problema, sin embargo, es si el gesto crítico de Mariátegui queda atrapado en una suerte de desarrollismo desigual, en el que traduce a sus nuevos sujetos a un espacio político ya fijo y definido por una idea industrial del proletariado, en vez de transformarlo conceptualmente. Como se dilucida en investigaciones recientes, las categorías de Mariátegui fueron marcadas indeleblemente por el racismo historicista que tanto influía en los análisis político-culturales de su tiempo (de los cuales intentaba escaparse). Su recuperación de la subjetividad política indígena se acompaña, por ello, con el menosprecio de otras: la china, la africana, incluyendo la mestiza. [6]
En este sentido, quizás las reflexiones de Mariátegui sobre Chaplin pueden interpretarse como un experimento sobre pensar el desarrollo histórico (que entonces liga “la libertad” con “el progreso”), desde el interior de una de sus modalidades paradigmáticas: aquí en diálogo (paródico, quisiera pensar) con el evolucionismo darwiniano aplicado al payaso como especie (y que recuerda el interés de Benjamin en las fisonomías y tipos sociales como el flâneur), produciendo una suerte de historia natural. Como es harto conocido, el desarrollo de las especies en Darwin tiene sus aspectos espacial y temporal: desde el punto de vista de la “distribución geográfica”, un especie se diferencia a través del espacio (por ejemplo, el de las pampas) y, desde el punto de vista temporal (el más importante), una especie se diferencia en su evolución en el tiempo. En su “Esquema de una explicación de Chaplin”, Mariátegui lee la emergencia del payaso Chaplin a través del espacio imperial, en tiempo capitalista; es decir, desde el mundo mediterráneo de sus orígenes, pasando por Gran Bretaña, a Estados Unidos. Escribe, por ejemplo: “el clown inglés representa el máximo grado de evolución del payaso. Está lo más lejos posible de esos payasos muy viciosos, excesivos, estridentes, mediterráneos [...]. Es un mimo elegante, mesurado, matemático [...]” (Mariátegui, 1979: 72).
Pero Chaplin, continúa Mariátegui, “ha ingresado a la historia en un instante en que el eje del capitalismo se desplazaba sordamente de la Gran Bretaña a Norteamérica. El desequilibrio de la maquinaria británica [fue] registrado tempranamente por su espíritu ultrasensible [...]. Su genio ha sentido la atracción de la nueva metrópoli [...]” (Mariátegui, 1979: 73).
En otras palabras, Chaplin encarna la transformación industrial del payaso del circo por la nueva “maquinaria” cinematográfica. Aunque, incluso en Estados Unidos, Chaplin es incontenible, y su excedente bohemio es, escribe Mariátegui, “sindicado de bolchevismo, entre los neocuáqueros de la finanza y la industria yanqui” (Mariátegui, 1979: 47). Por su parte (comunista), y reunidos como tantos otros por la configuración afectiva transnacional y transcultural del cine de Chaplin, tanto Benjamin como Mariátegui se ríen del “americanismo”, es decir, del tiempo fabril capitalista.
[1]Una primera versión de este ensayo apareció como “Mariátegui, Benjamin, Chaplin”, en M. Moraña y H. Herlinghaus (eds.), Fronteras de la modernidad en América Latina, University of Pittsburgh Press, 2003.
[2]Este tipo de “marxismo político” encuentra su momento definitorio cuando Gramsci sugiere que la revolución bolchevique era una “revolución contra El capital” (Kraniauskas, 2008: 45-51).
[3]Para la version original en alemán, véase Benjamin (1991a: 462).
[4]Según Barthes (1976), esto constituye el humanismo de Chaplin.
[5]Terán (1985) insiste en que a Mariátegui le interesa la “cuestión de la nación” y no la “cuestión nacional”, como lo definiera la Internacional Comunista.
[6]Debido a la falta relativa de industrialización en Perú, se pensaba que la lucha por el socialismo se apoyaría en las comunidades indígenas. Este párrafo de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana exhibe las ambigüedades de una política más o menos reíficada de traducción en ese contexto: “Bajo el más duro feudalismo, los rasgos de la agrupación social indígena no han llegado a extinguirse. La sociedad indígena puede mostrarse más o menos primitiva o retardada; pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya la experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos han probado como una sociedad autóctona, aún después de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los pueblos del Occidente” (Mariátegui, 1978: 345-346). Para una discusión interesante de la perspectiva de Mariátegui sobre la idea de “raza”, véase Manrique (1999: 59-84); para una reflexión breve sobre la idea de “transculturación” del antropólogo cubano Fernando Ortiz y sus orígenes en el intento de sobreponerse teóricamente al racismo de sus previas concepciones de la cultura (enraizadas en la antropología criminal de Lombroso), véase Kraniauskas (2001).
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