Marcos González Morales - Hijo de Malinche

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Con un mensaje de WhatsApp procedente de un número desconocido, el periodista Martín Cortés comienza, a regañadientes, un vertiginoso viaje de descubrimiento personal, social y emocional. Muy pronto, Martín comenzará a entender que lo poco que sabía sobre México dista mucho de la realidad, y que el batir de las alas de una mariposa puede cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos, incluida su vida. Hijo de Malinche es una explosiva novela negra de aventuras con tintes sobrenaturales. Mezcla de realidad y ficción que homenajea a los que trabajan por un mundo mejor y habla de felicidad, sexo, doble moral, periodismo social, valores, ODS… Hijo de Malinche, la primera novela del periodista Marcos González, narra la transformación vital de Martín Cortés, un periodista catalán y español que, por diversas circunstancias, comenzará a creerse que es la reencarnación del hijo de Hernán Cortés, y conquistará y será conquistado por 'las américas' en pleno siglo XXI.

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—¿Combis? —inquirió Cortés.

—O camiones, son nuestros autobuses, aunque nada que ver —apuntó la joven sonriendo.

—Sí, recuerdo haberlo visto en la película mexicana Nosotros los nobles, donde dos se peleaban como bestias por adelantarse con los autobuses… —rio Cortés.

—Muy buena —asintió Elena—. Por allí por México también gustó mucho esa peli.

—¿Algún consejo más?

—Bueno, ya sabrás lo del «coger» —le advirtió la chica proyectando hacia él una sonrisa maliciosa—. Evítalo a toda costa excepto que quieras que te lo hagan. Sobre todo, no comas en la calle. Nuestro sistema inmunológico no es tan resistente como el de los mexicanos, y me ha tocado alguna que otra gastroenteritis... así que es mejor no tentar la suerte...

Continuaron conversando como si se conocieran de toda la vida, de manera muy distendida. También mientras les servían la comida a bordo. Después del almuerzo, ella se puso a leer La buena suerte. Cortés no podía creerlo. Era el título que le habían regalado semanas atrás, cuando salió de la gala de periodismo junto a su amiga Lidia.

—No me jodas, ¿eso lees? —le espetó sorprendido.

—¿Lo conoces? Es mi favorito. Me inspira muchísimo, es extraordinariamente positivo. Lo he leído no sé cuántas veces —comentó Elena.

—¿De qué va? —dijo Cortés con evidentes muestras de interés.

—De dos amigos que al cabo de mucho tiempo se reencuentran, y uno le explica a otro lo bien que le ha ido en la vida aplicando las diez claves de la buena suerte y la prosperidad.

— ¿Y cuáles son esas claves? ¿Es un manual de esos tantos que hay de autoayuda?

—Qué va, a mi esos no me van —rio con ganas Elena—. Seguro que conoces a muchos que, cuando les ocurre algo bueno, dicen: “Qué suerte ha tenido”, ¿cierto? Y si les pasa algo malo, la frase cambia: “Qué mala suerte he tenido”.

Cortés asintió con la cabeza y no pudo evitar pensar en sí mismo.

—Es como si viajarán de copiloto en su propia vida, sin tener la capacidad de decidir cuándo giran hacia un lado u otro. O como si fueran un actor secundario en la película de su vida. Como que alguien escribió un guion y ellos solo ejercieran su papel.

Cortés sintió un escalofrío. Parecía que hablara de sí mismo, de su momento actual, pues él si había sido así de joven, cuando con mucho empeño y tesón logró estudiar y más tarde convertirse en periodista.

—¿No has tenido nunca esa odiosa sensación de no controlar nada de lo que ocurre en tu vida? Yo sí y es horrible —le dijo haciendo aspavientos con los brazos. Parecía adivinar sus pensamientos.

—Pues sí y, para serte sincero, quizá si estoy en un momento similar. Con todo respeto lo que dices está muy bien, pero me parece filosofía barata que se puede aplicar cuando eres joven y no tienes obligaciones ni responsabilidades como una hipoteca, una hija. No me quejo, pues hay momentos increíbles también con mi hija, pero es lo que hay. Te pasan cosas buenas y malas, hay que asumirlas y agachar la cabeza con lo que no puedes controlar, porque no hay mucho más que hacer.

—Yo también entiendo lo que dices, pero todos tenemos que hacer sacrificios. Yo también los tuve que hacer en mi casa, en mi entorno donde no aceptaban a mi pareja, pero decidí dirigir la película de mi vida en vez de solo actuar en ella. Imagínate que un día, hoy mismo, despertaras pasando de ser el actor de reparto de tu película a dirigirla. Que te levantaras y entendieras que la suerte tan solo depende de cómo juegues tus propias cartas y de la actitud que tengas ante la suerte y la vida. En definitiva, que tú eres la persona que escribe las páginas de tu historia y que nada ni nadie puede escribirlas por ti. ¿No sería maravilloso? Te puedo asegurar que este libro a mí me ha servido mucho para convertirme en la protagonista de mi vida.

—«Hay la teoría que demuestra que la vida no es perfecta, que cualquier momento es buen momento para empezar. De nuevo que tu vida la decides tú».

—comenzó a tatarear Cortés en su asiento…

—Tal cual, ¿de quién es eso?

—Es el final de la canción de Jarabe de Palo, creo que la canción se llama Tú mandas, ¿no la conoces?

—No la he escuchado nunca.

—Yo tampoco la conocía hasta hace un momento, la memoricé junto a la otra mientras dormía, hasta que me despertaste.

—¿Cómo, estás bien? —Elena le miró sorprendido.

—Nada, cosas mías… Ahora estoy mejor que antes de subir al avión, gracias por la charla Elena —le respondió mirándola fijamente. Al momento se quedó contemplando el cielo por la ventanilla mientras seguía tarareando en silencio. «Tú, tú mandas, tú sigues o te plantas, tú eliges. Las reglas las decides tú. Tú, tú mandas. Tu historia la decides tú».

De jovencito solía memorizar las letras de las canciones que le gustaban y las trataba de usar en su día a día, como con su amigo Toni, que le había vuelto a recordar algo que quedaba en el olvido. También Lidia había hecho lo mismo con Solo se vive una vez y en aquel momento las canciones de su admirado Jarabe de Palo volvían a sonar en su cerebro. Todas ellas parecían hablarle en un mismo sentido.

CAPÍTULO 6

Hacer de detective

«Cabreado, deprimido, cansado de tanto lío; de políticos, banqueras, de corruptos y profetas, de pelotas y paletos; no soporto

el mamoneo; me tienen hasta los huevos, con su falta de respeto».

Buenas noticias (Jarabe de Palo)

17 de octubre, Poblenou, Barcelona

Al día siguiente, Cortés llegó a la oficina, metió su bicicleta en el cuarto de los trastos y se dirigió hacia su escritorio. Encima de él había dos sobres. El primero contenía unos billetes de avión a México para el día uno de diciembre.

—¡Joder! —exclamó Cortés. Nuria le miró y se encogió de hombros—. No pienso ir, que vaya Gutiérrez.

La secretaria arrugó la frente y siguió con lo que hacía. Cortés abrió el segundo sobre. Contenía información precisa acerca del trabajo que debía realizar el México.

—¡Paso! —masculló entre dientes—. No pienso ir.

Cortés cogió el ejemplar del día de La Vanguardia. Se le pusieron los pelos de punta al leer uno de los titulares de la sección internacional: «México impide visitar el país al Comité contra las Desapariciones de la ONU». La noticia hablaba de miles de desaparecidos y del intento fallido por parte Naciones Unidas de visitar territorio mexicano, con ánimo de colocar sobre el terreno a un grupo de expertos independientes que aseguraban que existía «un patrón de desapariciones forzadas sistemáticas». La noticia también se refería a la Ley General de Desaparición Forzada.

—¡Joder! —se le escapó a Cortés.

Nuria apartó los ojos de la pantalla de su ordenador.

—¿Qué clase de país tiene una ley sobre desaparecidos? —preguntó Cortés. ¡Tengo que impedir que me manden allí!

—Ponte enfermo —cuchicheó Nuria—, o búscate cualquier excusa. Pero el fucking boss lo da por hecho. Además, ya ha comprado los billetes, y con lo tacaño que es, hasta en camilla es capaz de llevarte.

Cortés le dio vueltas a posibles excusas que se podía inventar para no ir. Decirle a su jefe que tenía demasiado trabajo pendiente sabía que no serviría. Conocía bien a Gutiérrez, y le obligaría a hacer horas extras. Quizá podría inventarse algún problema de salud.

—¡Ya lo tengo! Le diré que padezco una enfermedad degenerativa en los ojos.

—Varios redactores levantaron la cabeza de sus teclados.

«¡Sí! Eso podría ser buena idea —pensó Cortés—. ¿Y un problema de salud con mi hija? No, qué digo, eso sería muy cruel por mi parte. Debo buscar, sin duda, alguna excusa relacionada con mi salud», se convenció.

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