Marío Garcés - Pan, trabajo, justicia y libertad. Las luchas de los pobladores en dictadura (1973-1990)

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Pan, trabajo, justicia y libertad. Las luchas de los pobladores en dictadura (1973-1990): краткое содержание, описание и аннотация

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Este es un análisis político, desde una mirada histórica, sobre la situación de los movimientos sociales y los partidos políticos durante la dictadura en Chile; en particular sobre los pobladores.

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El descalabro en la izquierda política alcanzó dimensiones sin precedentes. Muchos dirigentes buscaron protegerse en casa de amigos, en lugares seguros proporcionados por sus partidos, o asilarse en una embajada. En los primeros días del golpe el desconcierto era tal que sólo circulaban soterradamente rumores. Por ejemplo, que el general Prats se levantaba en el sur y avanzaría sobre Santiago 30, y noticias o indicaciones muy generales de las direcciones hacia los militantes de los partidos. En cierto modo predominó la incertidumbre y en muchos casos un espeso silencio, aunque en rigor también las más variadas estrategias de sobrevivencia de militantes y dirigentes sociales y políticos. En muchos sentidos y con limitados recursos, el pueblo protegió al pueblo .

La reflexión y el debate sobre lo que había ocurrido tomó algún tiempo, salvo tal vez para la Dirección de MIR, cuyo secretario general, Miguel Enríquez, acuñó, a pocos días del golpe, la consigna de que «el MIR no se asila» y muy pronto culpó a la «ilusión reformista» de la izquierda del fracaso vivido y llamó a organizar la resistencia en contra de la dictadura 31. A decir verdad, más allá del valor ético político de las directrices del MIR de permanecer en Chile, este grupo fue muy pronto el principal objetivo de la represión cuando se organizó la DINA, se masificó y naturalizó la tortura y comenzó la desaparición sistemática de detenidos 32. En 1974 cayó en combate Miguel Enríquez, y en los años siguientes el MIR fue prácticamente desarticulado con un elevado número de víctimas, sobre 400 militantes ejecutados y desaparecidos entre 1973 y 1975. El Partido Socialista sufrió muy pronto golpes represivos fulminantes a su aparato militar; entre ellos, el asesinato de Arnoldo Camu 33, y la fragmentación de grupos y dirigentes, en el interior y en el exilio, se impuso en pocos meses. El Partido Comunista, por su parte, que vivía también los efectos de la represión, tomó tiempo en explicar lo ocurrido y confió en la posibilidad de constituir un «Frente Antifascista» que incluyera no sólo a la izquierda, sino que también a la Democracia Cristiana.

En suma, el panorama político de la izquierda se volvió precario e incierto, sin desmerecer el compromiso y el valor de un amplio número de militantes que buscaron reorganizar sus partidos en la clandestinidad. Tal vez en defensa de la izquierda hay que decir que el golpe de Estado fue más allá de todo lo previsible, y en un sentido más amplio, superó la «imaginación histórica» de los chilenos. El régimen de terror que instauraron Pinochet y las Fuerzas Armadas no formaba parte del curso histórico normal o conocido que admitía la mayoría de los chilenos. La dictadura, en este sentido, no solo representó una ruptura en la vida política y social, sino de lo que se podía considerar la «conciencia histórica» prevaleciente en aquellos años entre los chilenos. Steve Stern ha indicado en este sentido que el golpe de Estado de 1973 desató luchas y disputas entre los chilenos por «definir el significado el trauma colectivo» que implicó la acción militar del 11 de septiembre 34, pero también una conflictiva relación con la memoria que demostró ser esencial en el proceso de recomposición de la cultura y la política chilena, primero bajo el régimen militar que gobernó hasta 1990 y, subsecuentemente, bajo una democracia ensombrecida por los legados de la dictadura y por la presencia aún poderosa de los militares» 35.

Con todo, por otra parte, no se puede ignorar en relación a la izquierda en que su derrota evidenció también su incapacidad para comprender las «relaciones de fuerzas» que la condicionaban y que serían determinantes en el curso posible de la «revolución chilena». En efecto, cuando se agotaba el enfoque reformista, la izquierda no lograba generar alternativas más que defensivas e ineficaces (por ejemplo, el Partido Comunista acuñó la consigna de «No a la guerra civil») mientras que los que sostenían el «enfoque revolucionario» suponían que la movilización popular por sí sola sería capaz de hacer frente al golpe de Estado (por ejemplo, el MIR levantó la consigna de una «contraofensiva popular y revolucionaria»). El golpe militar sepultó ambas alternativas.

Desde el punto de vista de los diversos grupos sociales que apoyaron a la Unidad Popular, de trabajadores, campesinos, pobladores y estudiantes, si bien la represión los golpeó duramente, algunos de ellos pudieron iniciar, en los años siguientes al golpe de Estado de 1973, diversos procesos de reagrupación. Grupos de dirigentes sindicales, las primeras agrupaciones de víctimas de la represión, pero especialmente los pobladores, iniciaron un lento y progresivo proceso de rearticulación del movimiento popular.

Reconstrucción del tejido social y la izquierda

En los barrios y poblaciones de Santiago, diversos grupos de base se vincularon a las comunidades cristianas de base y a la acción social de las iglesias cristianas, que menos de un mes después del golpe dieron vida al Comité por la Paz en Chile (COPACHI) 36. En los espacios poblacionales se fueron generando iniciativas de apoyo solidario a las víctimas de la represión, organizaciones que enfrentaron el desempleo y el hambre, especialmente bolsas de cesantes y comedores infantiles, asociaciones de jóvenes y de mujeres, que en conjunto fueron dando lugar a una paulatina «reconstrucción del tejido social popular».

Las organizaciones sindicales, especialmente dirigentes de federaciones que sobrevivieron a la represión, y de otros que modificaron su inicial postura de apoyo a los militares, generaron nuevas instancias de coordinación (Grupo de los 10, Coordinadora Nacional de Sindicatos) y convocaron en 1978 y 1979 a conmemorar el 1° de mayo en el centro de Santiago. En ambos casos fueron reprimidos, pero congregaron a un importante número de trabajadores, militantes de partidos y pobladores. Estas fueron las primeras manifestaciones públicas de oposición a la dictadura. En estos mismos años, la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos realizó dos importantes huelgas de hambre, la de mayor impacto denominada «Huelga larga», de diecisiete días en 1978, una iniciativa que encontró apoyo en el exterior, así como en comunidades cristianas en Santiago y algunas provincias, como Valparaíso y Concepción 37. Con estas acciones buscaron llamar la atención sobre la suerte corrida por sus familiares detenidos y desaparecidos.

En el caso del pueblo mapuche, previo al golpe de Estado, vivieron los efectos más duros de la represión, cuando fuerzas militares invadieron el Centro de Producción Nehuentué, el 30 de agosto de 1973, provocando maltratos y torturas a los dirigentes mapuche, uno de los cuales murió producto de las golpizas recibidas el 8 de septiembre de 1973. Una vez consumado el golpe de Estado la represión se extendió por toda la zona, incluyendo la tortura, la muerte y la desaparición de algunos detenidos. En 1978, se publicó una Nueva Ley Indígena (Decreto Ley N° 2.568, sobre división de las comunidades indígenas), y paralelamente la CONAF comenzó a rematar grandes extensiones territoriales y favorecer el desarrollo de las empresas forestales que terminarían por controlar la mayor parte del territorio.

Si bien en los primeros años de dictadura predominó la represión, hacia 1978 los mapuche comenzaron un proceso de rearticulación y resistencia que buscó asentarse en las comunidades, pero al mismo tiempo dieron lugar a nuevas organizaciones étnico-sociales, los centros culturales mapuche que dieron origen a Ad-mapu, «organización que se volcó a organizar y representar reivindicaciones, apuntando a la condición de pueblo originario y a sus derechos colectivos inherentes» 38. Estas organizaciones contaron con el apoyo de la Iglesia Católica, buscaron combatir los efectos de la Nueva Ley Indígena e inauguraron el desarrollo de nuevas orientaciones sociopolíticas entre los mapuche, que adquirirían mayor desarrollo en los años ochenta, «con creciente protagonismo de organizaciones, liderazgo y presencia de intelectuales mapuche», lo que provocaría entre otros efectos un distanciamiento o rechazo con los partidos políticos chilenos 39.

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