SI TUVIERA QUE VOLVER A EMPEZAR…
MEMORIAS (1934-2004)
Juan Marín García
SI TUVIERA QUE VOLVER A EMPEZAR…
MEMORIAS (1934-2004)
Edición de Pilar Sanz, Cristina Escrivá
y Salvador Albiñana
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
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© De los textos Juan Marín García, 2015
© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2015
Publicacions de la Universitat de València
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Fotografías: Archivo Familiar Marín
Fotografía de la cubierta: Juan Marín, Alicante 1936
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-9879-1
a Toñi, mi esposa
ÍNDICE
BREVE SEMBLANZA DE JUAN MARÍN
Juan Marín, mi buen amigo y compañero de la FUE casi desde su fundación, hijos los dos del terrible Siglo XX que concentró los tremendos cataclismos que afloraron a la superficie el eterno problema de la justicia social, el reparto equitativo de los beneficios. El periodo del siglo que se nos había dado a vivir estaba lleno de escollos peligrosos y así fueron de borrascosas las vidas nuestras y de todos nuestros coetáneos. Pero algunos de ellos, por circunstancias especiales, descollaron por sus efectos. Uno de estos casos es Juan Marín que a su formación intelectual unía una serie de cualidades éticas que conformaban una personalidad de firmes principios y convicciones: inteligencia, firmeza, valor, clarividencia, espíritu crítico, tenacidad, don de gentes y una exquisita habilidad para aprovechar sus conocimientos lingüísticos o cualquier resquicio que se presentara en el quehacer cotidiano para aprovecharlo a favor de sus designios, que no eran otros que el bien del prójimo.
Así se comportó Marín en La Santé frente a los nazis en la resistencia francesa; así actuó Juan en África en los difíciles y peligrosos finales de la Segunda Guerra Mundial.
Es decir, Juan Marín supo estar en el momento oportuno en el sitio justo y defendiendo con su actitud lo que había en justicia que defender.
Y yo, llegando a esta conclusión, me atrevería a decir que Juan Marín es un verdadero arquetipo de nuestra FUE.
Y para nosotros y nuestros «Amigos de la FUE» se perpetúa como un recuerdo de luz y de sapiencia.
ALEJANDRA SOLER GILABERT
Valencia, febrero de 2015
En septiembre de 2013, en el Colegio Mayor Rector Peset, dirigido por Salvador Albiñana, la Universitat de València, la Asociación Amigos de la FUE y la Asociación Cultural Instituto Obrero organizaron un homenaje a mi padre y a la generación de la Federación Universitaria Escolar donde él debía realizar una intervención personal. Como mi padre por esas fechas tenía dificultades para escribir, me encargó que redactase, según sus indicaciones, el texto que debía leer en ese acto. Así pues, durante un mes muy emotivo estuvimos recordando muchos episodios de su vida, de sus amigos y de la familia y durante estas conversaciones me quedó muy claro que lo que más le importaba a mi padre, además de la familia, eran sus amigos, todos los amigos que tuvo a lo largo de su vida, y en especial los amigos de la FUE. Pero también insistía de forma recurrente que no dejase de hablar de la figura de mi abuelo, de la suerte que siempre le acompañó y de la esperanza que tenía depositada en la juventud.
No hubo ningún momento en que quisiese resaltar las situaciones difíciles, peligrosas y dramáticas que vivió. Pensaba que eran producto del tiempo que le había tocado vivir y que solo había hecho lo que firmemente creía que se debía hacer. No había en los relatos que me contaba nada de protagonismo épico por su parte. Siempre dijo que su historia era una más y que si escribió sus memorias lo hizo para que sus hijos, nietos y biznietos tuviesen un testimonio de cómo había vivido y de los ideales que siempre había defendido.
Pocos meses después de este homenaje, su entrañable amiga Pilar Sanz, que había leído sus memorias, viendo que se encontraba muy enfermo y movida por el cariño que le profesaba, se dirigió al Vicerrector de Cultura de la Universitat de València, Antonio Ariño, para pedirle que valorase la posibilidad de su publicación. Y Ariño, que ya tenía noticias de ellas por Salvador Albiñana, sin dudarlo un instante y con una gran generosidad, cogió su pluma y firmó de inmediato su autorización en un folio con el cuño de la Universitat. Ese mismo día por la tarde, mi padre, al leer el documento, recibió una de las alegrías más gratificantes de sus últimos días.
A partir de entonces, y coincidiendo con una recuperación en la que intervino sin ninguna duda la ilusión por la publicación de sus memorias, las estuvimos revisando y me dejó encargado que las estructurase y organizase. Creo que pensaba que yo era quien en esos momentos mejor conocía su vida y de hecho me autorizó, si lo consideraba conveniente, a introducir algunos de los recuerdos que tenía escritos o a retirar otros que no fuesen relevantes.
De estas memorias ya existía una primera autoedición publicada en dos tomos. El primero narra las vivencias de la proclamación de la República, la guerra civil y el exilio en Francia, periodo que como él dice «supuso la historia de un adolescente que no pudo disfrutar precisamente de su adolescencia». El segundo contiene los recuerdos del servicio militar en África, el reencuentro con los amigos de la FUE, la llegada de la democracia y la caída del muro de Berlín.
Después de releer varias veces las memorias decidimos dejarlas tal como las escribió, solo con obligados ajustes, como la elaboración de un índice y la introducción de algunas notas que estaban parcialmente redactadas que me indicó que completase, por lo que si existe alguna imprecisión solamente yo soy el responsable. En este sentido, quiero resaltar lo estricto que era mi padre con lo que escribía, pues no quería citar a nadie ni nada que no pudiese ser confirmado o autorizado por los protagonistas, y ello nos ha privado de muchos episodios de interés que he podido encontrar entre los numerosos manuscritos escritos por él a lo largo de los años. Esta es otra característica de sus memorias, las escribió como anotaciones que fue introduciendo a lo largo de un periodo dilatado de tiempo, en muchas ocasiones sin seguir un orden cronológico, por lo que existen muchos recuerdos interpolados en el momento que está escribiendo y que hemos integrado en el relato sin modificarlo.
Como he señalado, una de las características de mi padre era el valor que otorgaba a la amistad. De hecho, ninguno de los que lo conocieron podía imaginar a mi padre sin sus amigos, y ese concepto de la amistad por encima de todo se gestó en casa de mi abuelo, de ahí su empeño e insistencia en resaltar su figura. No hay que olvidar que con la República se instaura un clima de civilidad, una atmósfera de libertad de pensamiento y de conciencia social, que tiene su origen tanto en la influencia de la Institución Libre de Enseñanza como en las ideologías progresistas de los movimientos sociales ascendentes. Y esta atmósfera de libertad va a penetrar en numerosas familias. Una de ellas era la nuestra. Mi abuelo Juan, médico oftalmólogo, era una persona excepcionalmente culta e informada, de una delicadeza de trato exquisita, como decía mi padre: «era un excelente creador de amigos, y los tenía de todas las ideologías y esferas sociales, a los que miraba en un mismo techo de trato y respeto». Sus momentos más felices los pasaba en su particular tertulia, a la que a veces se sumaban otros médicos y amigos que venían de los pueblos y se quedaban a comer en casa. Entonces mi padre estaba con ellos. Ese ambiente de librepensadores fue la mejor escuela para un adolescente. En ellas, aprendió a escuchar y a formarse como persona y allí se forjaron las características que no le abandonaron a lo largo de su vida: la sociabilidad, la cortesía, el respeto por las opiniones diferentes, la prudencia, la tolerancia y la preocupación por los demás. En ellas aprendió el valor de la amistad. Cuando más tarde en el transcurso de la vida tuvo que decidir, siempre decidió de acuerdo con lo aprendido en esos años.
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