También recuerdo que mi padre era muy generoso y espléndido. Nunca le importó el dinero. Necesitaba muy pocas cosas para vivir y no daba importancia a las banalidades, ponía por encima de todo su libertad e independencia y siempre confiaba en sí mismo, por lo que no temía al futuro.
Pasados los años, recuerdo sus ilusiones por la llegada de la democracia, el trabajo en la Asociación de Vecinos, en el Partido Comunista, el tiempo de las elecciones con una actividad frenética, las visitas que hacían casa por casa para explicar el programa electoral, dando una imagen de seriedad e inspirando confianza. Siempre activo y organizador.
Después está el reencuentro con los amigos de la FUE. Una constante a lo largo de su vida. Pero, ¿qué tenía la FUE que hizo que sus militantes se sintiesen orgullosos toda su vida de haber pertenecido a ella? La FUE no hay que entenderla como un simple sindicato estudiantil del tiempo de la República, era mucho más. La FUE constituye el modelo de organización democrática y unitaria por excelencia. Progresista, aconfesional e independiente de los partidos dio cabida a todas las ideologías de progreso y a nadie se le quedó estrecha. Pero además constituyó una plataforma para la aplicación práctica del proyecto cultural, educativo, reformista y modernizador encarnado por la República. Sirva como ejemplo la divulgación teatral entre las clases trabajadoras con «El Búho», las colonias escolares en los pueblos, la universidad popular contra el analfabetismo, el deporte… Todo ello tenía un fuerte atractivo para la juventud y a ella se sumaron numerosos jóvenes ansiosos de transformar la sociedad y que después lucharon en la defensa de la República. Así pues es posible que la singularidad de la FUE se encuentre en que era un proyecto cultural permanente y, por lo tanto, inacabado y como tal ha perdurado a lo largo de los años. Ese proyecto cultural nace de la Institución Libre de Enseñanza, pero pronto se reforzó con la asunción de la conciencia antifascista durante la guerra civil y permaneció vigente durante el franquismo por su carácter democrático y, por tanto, opositor a la dictadura.
Además, la FUE constituye un referente que va a permitir contactar entre sí a sus militantes, perdedores de la guerra y constatar que no se encuentran solos en su derrota. De ahí la excelente labor de Pepe Bonet que aprovechando su profesión convierte su consulta médica en una estafeta para mantener vivo este espíritu opositor a la dictadura y establecer la tertulia como forma de reunión donde encontrarse en aquellos años. Tertulias que constituían un lugar de contacto, de transmisión de información, de reflexión y de acción y que inicialmente y por seguridad tuvieron un carácter itinerante: el Hungaria, el Gato Negro, el Coto, el Gran Peña, el Ateneo, el Círculo de Bellas Artes, Bimby, la Taberna Gallega… Estas tertulias aparecen espontáneamente a finales de los años 40 y van a seguir ininterrumpidamente hasta nuestros días manteniendo su carácter republicano, en defensa de las libertades y con un espíritu unitario y apartidista que se prolonga con la creación de la Asociación de los Amigos de la FUE.
Tras la muerte del dictador, mi padre es uno más de los organizadores del histórico homenaje a Pepe Bonet, que se realiza con una comida de fraternidad en el restaurante de las Arenas al que asisten cerca de 350 antiguos militantes de la Federación de Valencia, y se reciben numerosas cartas y telegramas de adhesión constituyendo el inicio de una nueva etapa de la FUE ya legalizada como Asociación de Antiguos Miembros. Desde entonces y durante años forma parte del «petit comité» encargado de las diversas actividades promovidas por la FUE, siendo este un periodo que vive con auténtica pasión y dedicación y que requirió de mucho de su tiempo y perseverancia para llevarlas a cabo junto a sus entrañables compañeros. Además, es el encargado de recopilar y organizar el archivo de la FUE correspondiente a este periodo, colaborando con María Fernanda Mancebo, que posteriormente será donado a la Universitat de València.
Yo he tenido la suerte por mi profesión de estar a su lado toda la vida, y puedo decir que no existe felicidad mayor, sobre todo porque su carácter hacía que él fuese el alma de nuestra consulta. Siempre he admirado y envidiado su capacidad para establecer relaciones afectivas con los demás, tenía ese don especial que hacía que en pocos momentos se hiciera entrañable, no solo por su cortesía y delicadeza sino también por la meticulosidad y perfeccionismo con que trabajaba y que los pacientes sabían valorar .También he tenido la suerte y el privilegio de conocer a casi todos sus amigos. A algunos los conocí muy tempranamente y eran como de la familia, a otros más tardíamente, ya en las tertulias de La Taberna Gallega, pero al final siempre los traía a la consulta ilusionado y de los que yo no conocía me contaba sus biografías y anécdotas con una admiración que yo compartía. Era magnifico escucharles, a todos ellos, sabiendo lo que habían vivido: Rafael Talón, Sebastián Collar, Rafa Izquierdo, Juan Soria, Manuel Martínez Iborra, Darío Marcos, Vicente Ramis, Pepe Bonet, Víctor Agulló, Guillermo y José Guillermo Pérez, Tonico Ballester, Ricardo Muñoz Suay, Bartrina, Juanjo Estellés, Vicente Vélez, Ruiz Mendoza, García-Esteve, Boquet, Juanita Alberich, Alberto Romeu, Fayos, Alejandra Soler… Siempre he pensado que será difícil encontrar una generación tan irrepetible como la suya por bondadosa, generosa e íntegra.
No puedo dejar de hablar de su conciencia comunista. Cuando en estas memorias describe los acontecimientos políticos lo hace de forma resumida y didáctica y en pocas páginas cita los principales momentos que acontecen, desde el resurgir del movimiento obrero en los años sesenta, hasta la caída del muro de Berlín y, para dejar constancia de su reacción tras el derrumbe del «socialismo real», escoge un texto inédito de su amigo Luis Galán, texto duro, pero que refleja sin tapujos el desacuerdo doloroso que algunos ya tenían con unos sistemas burocratizados y esclerosados incapaces de confiar en la democracia y el pluralismo político, que se había puesto de manifiesto durante los sucesos de la primavera de Praga. Sin embargo, y como siempre hizo a lo largo de su vida, sabía poner en la balanza lo positivo y lo negativo, las cosas que no le gustaban y las que se podían justificar. No era nada proclive a dogmatismos, y destacó siempre en la defensa de lo justo y de los derechos individuales y colectivos en cualquier circunstancia, porque su militancia nace de los ideales del antifascismo unitario, de las enseñanzas de la vida, y del ejemplo que daban las personas con sus conductas y, tanto durante la guerra como en la dictadura, el ejemplo que dieron los comunistas demostraba que eran los que mejor aseguraban la lucha por las libertades y contra toda forma de opresión. Por eso, la práctica que vieron posteriormente en los partidos de los países del denominado «socialismo real» no era la que ellos querían que fuese, ni se correspondía con lo que habían vivido. Siguió pensando que el comunismo es la única alternativa válida para cambiar la sociedad que vivimos, para conseguir un mundo más justo, pero también que ese cambio solo será posible si se respetan escrupulosamente tanto las libertades como los deseos colectivos de la mayoría.
Un último aspecto que caracterizó a mi padre era su confianza y admiración por la juventud. Ese cariño fue una constante de su vida, pero se hizo más evidente al ir creciendo sus nietos, con los que disfrutaba y se preocupaba de inculcarles los valores que hay que defender, sobre todo la amistad, el respeto y la honestidad y todas las cosas por las que merece la pena luchar. No es de extrañar pues que no perdiese ocasión de conversar con los jóvenes, en cualquier situación, bien fuese en algún acto cultural, en una charla de un instituto, cuando acudían a las tertulias para recoger datos para la memoria histórica o en cualquier conversación improvisada, en cualquiera de las manifestaciones reivindicativas a las que, formando parte del colectivo de la FUE asistía, fuese el primero de mayo, el 14 de abril, el «no a la guerra»… y tantas otras a las que nunca faltaban y en las que era emotivo ver concentrados bajo la enseña republicana a ese grupo de luchadores, la mayoría octogenarios, manteniendo la misma ilusión que nunca les abandonó. Disfrutaba con los jóvenes y les hacía disfrutar con su afabilidad y admiración que, por evidente y sincera, siempre era reconocida por ellos a pesar de la diferencia de edad. Además era capaz de transmitir su optimismo ante cualquier manifestación de desánimo o indiferencia, defendiendo la necesidad de mantener la dignidad como personas por encima de todo.
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