Había decidido cancelar el almuerzo con su madre y la próxima reunión que tenía en su agenda sería en un par de horas, así que decidió ir a ver a su amiga para saber cómo se sentía. Le solicitó al chofer que la llevase, ya que no quería lidiar con el tráfico, el calor o los piquetes.
De camino, se relajó y agendó algunos compromisos y conferencias para su suegro. Había recibido una llamada de un programa de televisión que se emitía muy temprano en la mañana y el periodista era de renombre, pensó que sería una entrevista más que interesante para seguir arriba en las encuestas. Su trabajo le gustaba, lo hacía de manera eficiente y por eso su futuro suegro le había pedido que lo llevara a cabo.
Julieta era estudiante de administración de empresas en la universidad cuando había conocido a su prometido. Llevaba media carrera cursada y aprobada con buenas calificaciones cuando el candidato a jefe de gobierno le había propuesto trabajar para él. Primero como asistente y luego como su jefa de prensa en la campaña. Iba y venía todo el día organizando toda su vida, desde el desayuno hasta la cena; y lo hacía tan bien que el hombre le pagaba con creces su trabajo. Como hacía un año se había comprometido con Mauro, su hijo, gozaba de ciertas libertades; como no ir con él a todos lados, a cada entrevista o conferencia. Julieta podía trabajar y ocuparse de los preparativos para el enlace. Así de eficiente era ella.
Llegamos señorita – le dijo Walter, el chofer, antes de detenerse. No se había percatado de que estaba en la puerta del edificio donde Carla vivía.
Tomó su cartera, la Tablet y guardó el celular. Cuando se disponía a bajar del auto, levantó la vista y los vio, entonces, había entendido todo. Las largas ausencias de Mauro, las reuniones imprevistas, las migrañas y los períodos tortuosos de su amiga. En el palier vidriado del edificio estaba su prometido y su mejor amiga. Se estaban besando apasionadamente. Ella se colgaba del cuello de Mauro, como si de eso dependiera su vida y él se sostenía su cabello negro. Literalmente se comían la boca el uno al otro, mientras él la mantenía aprisionada contra la pared. Incrédula del espectáculo que estaba presenciando Julieta bajó el vidrio de la ventanilla pulsando el botón, para que el polarizado diera lugar a una imagen más nítida y clara de la situación. Incluso dolorosa. “Elisa tenía razón” pensó mientras los miró besarse y tocarse frenéticamente desde el auto.
Cuando Mauro soltó por fin a su amante, ambos sonrieron; hasta que él se percató de la presencia de Julieta sentada en el asiento trasero del Mercedes Benz estacionado en la puerta del edificio.
¡Mierda! – dijo soltando a Carla y salió deprisa del palier hacia la calle. Carla, sin comprender, miró hacia afuera y vio a su amiga.
¡Ay carajo! – gritó casi con desesperación, llevándose las manos a la cabeza.
Vamos Walter – sentenció Julieta y antes de que su prometido llegase hasta el auto, el hábil chofer aceleró dejando la triste escena detrás de ellos.
Lo siento mucho señorita – dijo el hombre que también había sido testigo de todo.
¡Juli esperá! – le había gritado en vano el traidor de su novio.
¿A dónde quiere que la lleve señorita?
A casa. Esto se terminó – dijo y apagó su celular que había comenzado a sonar.
Claro. Estaremos allí en 15 minutos.
Gracias Walter – miró hacia adelante y el hombre inclinó la cabeza a modo de saludo viéndola por el espejo retrovisor.
Le había dedicado 7 años a esa relación. Había apostado al amor de ese hombre y lo había esperado para poder casarse cuando él terminase su carrera en economía. A sus 32 años, Julieta se había percatado de que había dejado sus propios sueños para cumplir los de alguien más. Había dejado todo para complacer a su madre, a su novio y a su suegro ¿Y para qué? Incluso le había sido fiel al imbécil durante todo ese tiempo porque era una mujer de principios y honesta, y le habían pagado con la más vil traición. Tenía un puñal clavado en la espalda y había sido su mejor amiga y el tipo con el cual ya no iba a casarse. “Ya no más”, pensó, y al llegar al piso de Madero buscó una vieja mochila y comenzó a juntar algunas cosas. Un poco de ropa, cepillo de dientes. Buscó entre sus zapatos de tacón algo cómodo para usar y se decidió por unas zapatillas.
Empacó sus jeans, remeras y ropa cómoda. Dejó atrás la ropa de diseñador, los bolsos caros de suela roja, los perfumes importados. Consideró todo aquello una mentira absoluta y quiso volver a sentir que valía la pena. No sabía qué sería de ella en ese instante, lo que si sabía era que no se quedaría allí ni un minuto más. “A la mierda la campaña, la boda y toda esta porquería” se dijo a sí misma.
Oyó la voz del infeliz de su novio llamándola desde la puerta y el cólera se apoderó de ella.
¡Juli! ¿Dónde estás? – la llamó con ella parada justo detrás de él.
Aquí estoy – respondió y al darse la vuelta para verla, Mauro recibió un cachetazo que retumbó en todo el lugar - ¡Hijo de puta! ¡¿Cómo fuiste capaz de hacerme algo así?! - gritó fuera de sí.
¡Espera! Estás muy alterada. Déjame explicarte – levantó las manos a la altura del pecho tratando de calmarla.
¡¿Qué me vas a explicar?! ¿Qué sos una mierda? ¿Qué mientras yo te pedía por favor que me tocaras te acostabas con mi amiga? ¿¡Hace cuánto que me toman por idiota!?
Juli no…
¡Juli nada! ¿Hace cuánto? – lo increpó señalándolo con el dedo.
Un año… pero – otro cachetazo en su mejilla le dejaba los dedos de su novia marcados.
Hace un año me pediste matrimonio imbécil ¿¡Para qué!? – gritó - ¿Para burlarte? ¿Para ver cuán estúpida soy? ¡Hablá carajo!
¡No sé!... ¡Solo pasó! – soltó por fin.
Solo pasó…
Sí – suspiró - Solo pasó – volvió a decir.
¿Solo pasó?... solo pasó… - Julieta caminó repitiendo esas dos palabras dirigiéndose hacia la terraza, mientras se quitaba el anillo de compromiso de brillantes y oro blanco de 24k.
¡No! ¡Detente por favor! – rogó - ¡No hagas una estupidez! – al oír esas palabras Julieta arrojó con furia el anillo por sobre la barandilla desde el piso 22 - ¡¿Por qué hiciste eso?!
No sé… solo pasó – se burló ella, levantó los hombros y volvió al cuarto. Tomó el bolso con sus cosas y salió del departamento, ante la mirada atónita de Mauro.
Condujo con furia hasta la casa de su madre en Barrio Parque. Su teléfono sonó una y otra vez con las llamadas de su, ahora, ex prometido y de su supuesta mejor amiga. Para ella ambos podrían irse a la mierda y vivir allá muy felices.
La habían engañado, le habían mentido, se habían reído de ella a sus espaldas y la traición era algo que no era capaz de perdonar, a ninguno de los dos. Buscaría la forma de alejarse y olvidar el daño que le habían hecho.
En casa de Perla, Julieta interrumpió la clase de yoga con su maestro personal. Al verla en ese estado de agitación, su madre canceló la clase, se despidió del maestro y le indicó a la muchacha del servicio que le hiciera a su hija un té de tilo bien cargado.
La hizo sentarse en la sala de estar y le pidió que se tranquilizara. Julieta hervía de furia.
Tómate el té querida – le indicó a su hija, ya que la mucama lo había dejado en la mesa ratona justo frente a ella – Iré a cambiarme de ropa, vuelvo enseguida – Perla no podía dejar que la vieran vestida en esas fachas. Simplemente era inadmisible. Volvió unos minutos después vestida con un vestido verde agua, lista para escuchar a su hija – Ahora sí, ¿Qué te ocurre? ¿A qué se debe tu estado tan alterado querida?
Mauro me engaña con Carla hace un año – dijo más calmada, luego de varios sorbos de té.
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