“Todos estos males causados a este triste pueblo, lo ha originado el maldito monstruo que vomito Chile, José Miguel Carrera, que no pudiendo atajar el que se hiciera la paz con Santa Fe y Buenos Aires, se apartó con 200 hombres de tropas chiles que tenia de su mando, se internó a los indios, a los que indujo y con ellos se internó a hostilizar nuestras campañas; propia determinación de un desesperado”.
“He aquí, mis compatriotas, los últimos y extremosos excesos, que acaba de cometer el horrible monstruo, que abortó la América para su desgracia. No necesito exagerarlos para irritar todo el furor de vuestra cólera contra ese funesto parricida, que no ha pisado un palmo de tierra, donde no haya dejado espantosos vestigios de sus crímenes; crímenes atroces, que han costado las lágrimas, la sangre, y la desolación de la patria. José Miguel Carrera, ese hombre depravado, ese genio del mal, esa furia bostezada por el infierno mismo es el autor de tamaños desastres. Ese traidor, que entregó a su patria en manos del cobarde Osorio, abandonando la defensa del heroico Chile, por atender su venganza; que, después de haber saqueado los caudales públicos y particulares de aquel estado, emigró a nuestro territorio en busca de un asilo, que nos ha sido tan ominoso; que introdujo la discordia en nuestras provincias; que tentó conspiraciones; que encendió la guerra civil con toda clases de maldades, intrigas y perfidias; que profano nuestras leyes; que trastornó nuestro gobierno; que invadió nuestras campañas; que insulto con atrevimiento a nuestro pueblo; ese mismo facineroso es el que huyendo del solo nombre de la dichosa paz, que no puede sufrir su alma reprobada, ha elegido en su rabioso despecho la venganza de las fieras.
Bárbaro, cien veces más bárbaro y ferino, que los salvages errantes del Sud, a quienes se ha asociado, acaba de invadir el pacifico pueblo del Salto en la forma inhumana y sacrílega, que habéis oído; y tengo por otros conductos noticias fidedignas, que hizo romper a punta de hacha las puertas de la iglesia, a donde se habían refugiado las familias indefensas, haciéndolas arrancar con mano de esos caribos del pie de los altares, sin que les valiesen sus lágrimas, y sus ruegos. Centenares de matronas honradas, de tímidas doncellas, de tiernos e inocentes niños, de ancianos achacosos han sido víctimas, o presas de ese hotentote desnaturalizado, de ese monstruo más rabioso, y feroz, que los que alimentan los espesos bosques de la Hircania.” 22
7 de diciembre de 1820
“El 7 de diciembre tuvimos la fatal noticia de haber los indios pampas asaltado una madrugada las campañas de Lobos, Chascomús, Rojas y el pueblo del Salto, en donde después de haber robado los ganados y cuanto encontraron, hicieron las mayores iniquidades, matando hombres, mujeres y niños, que les eran inútiles, y llevándose como lo hicieron las mujeres jóvenes cautivas, en donde las tienen para ser pasto de sus brutales apetitos; particularmente en el pueblo del Salto, que después de haber robado cuanto encontraron, y dejado el pueblo asolado sin hombre alguno, porque todos huyeron, y los que quedaron fueron muertos, habiendo sido el número de estos 17, únicos que pudieron hallar, se dirigieron a la iglesia, adonde se habían refugiado y creían verse seguras; pero no les fue de defensa, y con despecho brutal echan a balazos las puertas, entran y sin misericordias, toman las mujeres con la más bárbara crueldad, y a golpes, sablazos, y tomadas por el pelo las montaban en ancas de sus caballos y las llevaron cautivas, dejando arrojadas muchas criaturas que quitaron a las madres, siendo su crueldad tal, que las que lloraban las hacían callar a latigazos; por cuya causa, susto y dolor hubo mujer que en la iglesia quedo muerta, que escena tan triste, y digna de llorarse con lágrimas de sangre; habiendo quedado los maridos sin esposas, los padres sin hijas y los hermanos sin hermanas, por haber sido cautivas de unas y otras más de trescientas.” 23
Luego de llevar a cabo el malón sobre Salto, en un frenesí de sangre, violencia y lujuria, se dedica a provocar dolor, angustia y destrucción por donde pasa. Así reducirá a un cautiverio humillante a mujeres blancas y provocará la orfandad de muchos hijos cuyos padres fueron muertos ó cautivos. Su camino de amargura irreparable y destrucción pasará por Córdoba, Santa Fe, Mendoza, San Luis, San Juan y La Rioja.
Finalmente, “… el 21 de agosto de 1821, mientras se encontraba en Punta del Médano, la mala estrella del general apareció de nuevo en el firmamento, esta vez convertida en el Ejército de Mendoza al mando del Coronel José Albino Gutiérrez, integrado por unos ochocientos soldados bien montados.” 24
El Coronel Gutiérrez, vencedor de la batalla, capturó a Carrera, sus lugartenientes y aquellos que se rindieron y atados los hizo marchar a pie hasta la ciudad de Mendoza, plaza a la cual arribó el 2 de septiembre de 1821. Sin demora, exigió la muerte de Carrera y los coroneles Álvarez y Benavente, quienes fueron procesados esa misma noche. Al día siguiente, por la noche, los reos fueron sacados del calabozo y se les leyó la sentencia redactada en los siguientes términos:
“Mendoza, Septiembre 3 de 1821.
Vistos: Conformándose con el Consejo de Guerra y dictamen del auditor, he venido en confirmar la sentencia de muerte, del dicho Consejo, en consecuencia serán pasados por las armas los reos mencionados: brigadier don José Miguel Carrera, coronel don José María Benavente y el de la misma clase don Felipe Alvarez, en el término de 16 horas, que se les permite para sus disposiciones civiles y religiosas. – Tomás Godoy Cruz – Gobernador de Mendoza.”
Como cruel ironía del destino, José Miguel Carrera fue fusilado el 4 de septiembre de 1821 a las 11:15 horas en la Plaza de Armas de Mendoza, lugar en el que fueron ejecutados tres años antes sus hermanos Juan José y Luis. La descarga que le produjo la muerte alojó dos proyectiles en su cuerpo y otros dos le destrozaron su cara. En la plaza se concentró una multitud que no profesaba ninguna simpatía por Carrera y el resto de los convictos y, en medios de gritos, vítores e insultos presenció los últimos momentos de los condenados.
Se dice que al cadáver de Carrera se le cortaron los brazos y la cabeza. Uno de sus brazos habría sido enviado a San Juan con la siguiente esquela: “Con el correo conductor de la presente remito a V. E. para trofeo de ese pueblo, el brazo izquierdo del infame Dn. Miguel Carrera, que tantas lágrimas le han ocasionado.” Su cabeza y su brazo derecho habrían sido expuestos durante tres días en las afueras del Cabildo, como prueba de su escarmiento.
Estos hombres, han sido protagonistas de la historia y son fuente de controversia aún en nuestros días y tienen, como tantos otros, defensores y detractores. Los primeros los consideran próceres que padecieron el odio de los generales San Martín y O’Higgins los cuales por cierto, no fueron benevolentes con ellos, pero sus conductas, a juicio de sus detractores, no pueden ser consideradas la “causa” de las penurias de los hermanos Carrera sino más bien la “consecuencia” de su falta de cooperación, de su deslealtad, de su arrogancia y de la ambición desmedida de los mismos, aspectos que los llevaron a convertirse en enemigos políticos peligrosos que conspiraron reiteradamente contra el gobierno y la emancipación de Chile y produjeron hechos aberrantes en las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Los cuerpos de los tres hermanos permanecieron sepultados en el Cementerio de la Caridad de Mendoza, hasta que, en marzo de 1828, por iniciativa del diputado Manuel Magallanes, se aprobó un decreto para repatriar los restos y se los envió a Santiago, siendo sepultados en el Cementerio General y, después, en la cripta de la Catedral de Santiago, donde permanecen hasta ahora junto a los restos de su hermana Javiera.
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