La noticia de la ejecución conmocionó a Javiera y José Miguel Carrera. Este último, continuaba conspirando desde Montevideo y difundía sus ideas por medio de una pequeña imprenta. A pedido de las autoridades de Buenos Aires su imprenta fue clausurada. Posteriormente ingresó clandestinamente a Entre Ríos para buscar el apoyo de Francisco Ramírez en sus devaneos por instigar una insurrección popular en Chile con el propósito de tomar el poder en ese país. “Como Carrera no quería entrar a Chile con extranjeros, reunió a unos seiscientos chilenos con los que pensaba cruzar la cordillera, a los que se propuso disciplinar en el Rincón de Gorondona, ubicado en la confluencia de los ríos Paraná y Carcarañá, lugar al que llegaban emisarios de diversos caudillos que querían asumir la gobernación de Buenos Aires con la ayuda de las huestes del chileno.” 16
Luego apoyó la intentona de Alvear para hacerse del cargo de Gobernador de Buenos Aires y sostuvo un cerco de diecinueve días sobre la ciudad, pero finalmente fue elegido Manuel Dorrego y éste lo derrotó el 1 de agosto de 1820 en San Nicolás obligándolo a huir hacia Santa Fé.
José Miguel Carrera, no pudiendo lograr el apoyo de los caudillos rioplatenses para concretar sus delirantes planes para gobernar Chile, decide jugar su última carta y se une a los indios. Esta determinación marca el punto culminante de su afiebrada ambición por el poder.
Nadie podría pensar que unirse a salvajes, delincuentes y forajidos garantizaría las condiciones necesarias para retornar a Chile, derrocar a O´Higgins y gobernar el país trasandino, excepto un hombre desesperado, con ideas delirantes y cuyos principios éticos y morales habían sido reemplazados por un ansia enfermiza de venganza y destrucción pues los malones de indios y bandidos “causaban estragos en el campo: robaban miles de cabezas de ganado, que arreaban hacia Chile y su norma era degollar a todos los vecinos varones. Una vez tomado cada pueblo o estancia, las viejas eran sacrificadas, mientras que las mujeres en edad de servir eran secuestradas a lomo de caballo, para servir de concubina de algún capitanejo ó para obtener el pago de un rescate.” 17
Asimismo, forajidos como los hermanos chilenos Pincheira, “… llegaron a crear todo un sistema económico donde la principal fuente de ingresos era el ganado vacuno robado de las haciendas a ambos lados de la cordillera, sobre todo en las estancias rioplatenses, donde alentaban a vorogas, pehuenches y ranqueles a hacer malones siguiendo el “camino de los chilenos”, recibiendo por contrabando armas y alcohol que distribuían entre los indios …”. 18
A fines de 1820, José Miguel Carrera se apoderó del centro de detención de Las Bruscas, liberando a muchos detenidos realistas chilenos y negoció con los indios ranqueles las condiciones para obtener paso expedito hacia Chile. Para lograr ese apoyo acordó con los salvajes su participación en un malón sobre la localidad de Salto situada en el norte de la provincia de Buenos Aires.
A esta altura del relato aprecio conveniente efectuar una cronología de los hechos apoyándome en las manifestaciones efectuadas por sus protagonistas.
2 de diciembre de 1820.
“Ayer a las 12 de la mañana llegué al campo de los indios, compuesto como de dos mil, enteramente resueltos a avanzar a los guardias de Buenos Aires, para saquearlas, para quemarlas, tomar las familias y arrear las haciendas. En mi situación no puedo prescindir de acompañarlos al SALTO, que será atacado mañana al amanecer. De allí volveremos para seguir a los Toldos, en donde estableceré mi cuartel para dirigir mis operaciones como convenga. El paso mañana me consterna y más que todo, que se sepa que yo voy, pero atribúyase, por los imparciales, a la cruel persecución del infernal complot”. - General José Miguel Carrera Verdugo.
3 de diciembre de 1820.
José Miguel Carrera con sus hombres y 2.000 indios ranqueles de los caciques Yanquetruz, Pablo, Ancafilú y Anepán, 500 desertores, bandoleros y prófugos de la justicia, atacaron Salto. El Fuerte de Salto fue fácilmente capturado pues la guarnición para su defensa constaba solamente de 30 hombres que fueron asesinados tras un breve combate, luego, el pueblo indefenso fue saqueado y completamente destruido, la horda cometió terribles atrocidades y, finalmente, quedaron cautivos 250 mujeres y niños.
“Las macizas puertas del templo, han cedido ante las fuertes ancas de los furiosos caballos; los pobres refugiados ven llegar su fin: gritos de espanto, llantos convulsivos, desesperación y horror. “Allí estaba la parte más codiciada del botín, que es la mujer, porque la gloria del salvaje de la pampa, se cuenta por el número de los hijos que éstas le dan.
El saqueo y el pillaje de haciendas y casas se hace en forma desenfrenada; el fuego hace presa del tranquilo pueblito… Yanquetruz contempla la escena, imperturbable y feroz… José Miguel Carrera, el capitán que “ha roto su espada para reemplazarla por el puñal”, está inquieto y quiere terminar su obra perversa… pero ya es tarde; esto es el final de su locura.
Al atardecer, la triste caravana se aleja para las tolderías; un reguero de sangre y lágrimas, empapa la tierra blanca del camino; aún se vislumbra lenguas de fuego sobre el lento atardecer de aquel aciago día de verano…. 19
4 de diciembre de 1820
“Ayer, mi Mercedes, tomé el Salto, sin querer: mi objeto era sacar ganado y el de los indios saquear e incendiar el pueblo. Avanzamos y mandé la primera compañía, con orden de tirar al aire y huir de las primeras calles como aterrados, para que los indios desistiesen de su empresa. Así se habría logrado, pero los soldados, animados por el pillaje, se apoderaron de la plaza con intrepidez, y los indios, contra sus promesas, hicieron tolderías en la Iglesia, en las casas y en las familias. Me vi obligado a contenerlos en partes y aún estuve resuelto a batirlos si no cedían. Por la fuerza, por el robo y por intrigas, les quité casi todas las prisioneras y las volví con un escolta. He comprado por 20 vacas, la hija de un honrado poblador y al instante la mandé y una chica muy bonita, como Javierita, con quien dormí anoche porque estaba desnuda al frío”… ¡Pleno verano!. Carta del General José Miguel Carrera Verdugo a su esposa. 20
El Padre Capellán Manuel Cabral, y varios vecinos salvaron sus vidas por estar escondidos en la torre de la iglesia. Llegan a Carmen de Areco donde informan de lo sucedido. Al Brigadier General D. José Rondeau, se le envía el siguiente parte:
“El comandante del Fuerte de Areco D. Hipólito Delgado en oficio datado hoy me dice lo que sigue, acaba de llegar a este punto el cura del Salto, don Manuel Cabral, don Blas Represa, don Andrés Macaruci, don Diego Barrutti, don Pedro Canoso, y otros varios, que es imponderable cuando han presenciado en la escena de entrada de los indios al Salto, cuyo caudillo es don José Miguel Carrera, y varios oficiales chilenos con alguna gente, con los cuales han hablado estos vecinos, que en la torre se han escapado. Han llevado como trescientas almas de mujeres, criaturas que sacándolas de la iglesia robando rotos los vasos sagrados, sin respetar el copón con las formas sagradas, ni dejarles como pitar un cigarro en todo el pueblo, incendiando muchas casas, y luego se retiraron tomando el camino de la guardia de Rojas; pero ya se dice que anoche han vuelto a entrar al Salto… Es cuanto tengo que informar a V.S. previniéndole, que se dice, que es tanta la hacienda que llevan, que todos ellos no son capaces de arrearla… Dios guarde a V.S. muchos años. Guardia de Luján – Manuel Correa”. 21
6 de diciembre de 1820
Se publica en “La Gaceta de Buenos Aires” la proclama del Brigadier General D. Martín Rodríguez, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires. En la misma, describe en primer término todas las atrocidades causadas por el malón al pueblo de Salto y, al final, requiere la ayuda de los comprovincianos para perseguir a los indios y recuperar lo robado pero en el núcleo de la proclama es donde pone de manifiesto el carácter, las acciones, las ambiciones y la responsabilidad de José Miguel Carrera, cuyo prestigio, dejó de existir el 03 de diciembre de 1820.
Читать дальше