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Índice
PRESENTACIÓN
CENSORINO
INTRODUCCIÓN
BIBLIOGRAFÍA
SOBRE EL DÍA DEL NACIMIENTO
EL «FRAGMENTO» DE CENSORINO
ÍNDICE DE TÉRMINOS
ÍNDICE DE NOMBRES
FAVONIO EULOGIO
INTRODUCCIÓN
BIBLIOGRAFÍA
DISERTACIÓN SOBRE EL «SUEÑO DE ESCIPIÓN»
ÍNDICE DE TÉRMINOS
ÍNDICE DE NOMBRES
NOTAS
CENSORINO
SOBRE EL DÍA DEL NACIMIENTO
EL «FRAGMENTO» DE CENSORINO
•
FAVONIO EULOGIO
DISERTACIÓN
SOBRE EL «SUEÑO DE ESCIPIÓN»
INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN, NOTAS E ÍNDICES DE
JESÚS LUQUE, MARINA DEL CASTILLO Y CARMEN HOCES
PRESENTACIÓN
La música romana comienza a mirarse desde muy pronto en la griega tanto en el terreno de la práctica como en el de la teoría, el de las disciplinas musicales. Desde fechas tempranas se puede apreciar la presencia de la música en el ideal de la formación del hombre romano, de acuerdo con el modelo griego; ya en el siglo III a.C. hay indicios suficientes de la existencia de una enseñanza musical en los sectores sociales más acomodados: en la comedia republicana 1, por ejemplo, la música aparece integrada en medio de las artes que configuran la formación de un hombre libre 2.
Y ya en la primera mitad del siglo I a.C., sin olvidar, por supuesto, a Lucrecio, en cuya visión poética del mundo real hay una presencia constante de la música 3, dos figuras señeras testimonian la gran importancia 4de las doctrinas musicales en el tejido cultural de la Roma republicana: Varrón y Cicerón; su influencia se dejará sentir en lo sucesivo a todo lo largo y ancho de la tradición musicológica romana.
El Sobre la música formaba parte (libro VII) de los Nueve libros de las disciplinas (Disciplinarum libri IX) de Varrón, junto con la gramática, la dialéctica, la retórica, la geometría, la aritmética, la astronomía, la medicina y la arquitectura. En él parece que el Reatino empezaba planteándose la cuestión del significado de la música tanto en el plano de la estructura psicosomática del hombre como en el más amplio de la ordenación sistemática del cosmos. Desde esas premisas entendía luego las peculiaridades de cada instrumento o el sentido de la presencia de la música en los distintos ámbitos de la vida o la conducta humana, individual y social. A Varrón remontan muchos elementos doctrinales que luego vemos repetidos unánimente en autores romanos posteriores: así ocurre con la propia definición de la música como scientia bene modulandi , que recogen Censorino, San Agustín, Marciano Capela, etc.; con la doctrina de los intervalos, las consonancias y su base aritmética, con la teoría del sonido (vox) y sus clases; o con diversas cuestiones en torno a la relación música-lenguaje, tal como se hace evidente en el campo de la prosodia o de la métrica.
La difusión y arraigo de las doctrinas pitagóricas en la Roma de Cicerón es un hecho comprobado 5; el propio autor da muestras en diversas ocasiones 6de que las conocía bien. En el libro sexto de la República , en el pasaje conocido como el «Sueño de Escipión», describió por boca del propio Escipión la «música de las esferas» como una concertación armónica de sonidos distintos, pero sistemáticamente organizados, que son producto del impulso y movimiento de cada uno de los astros en su correspondiente órbita. El pasaje no debía de resultar fácil de entender; abordaba un asunto nada sencillo y lo hacía, además, de una forma breve y esquemática 7; es, por tanto, de suponer que diera lugar a más de un comentario y exégesis, que vendrían favorecidos no ya por la autoridad de Cicerón, modelo y punto de referencia en tantos sentidos, sino por la propia temática general de la obra y la visión trascendental que en ella se daba del héroe político, que, por encima de los caducos beneficios terrenales, tiene sus miras puestas en la recompensa inmortal del más allá: a las concepciones platónicas sobre ese más allá y sobre la inmortalidad del alma se les imprimía así un sello genuinamente romano.
Mas, por encima de las diferencias de planteamiento y de objetivos, entre este Cicerón que reflexiona sobre el Estado y el gran filósofo ateniense se debía de reconocer una estrecha relación; de ahí el renovado interés con que parece que se volvió sobre este pasaje del libro final de la República en la época en que una fuerte corriente de neopitagorismo y neoplatonismo dominaba el Occidente latino, tanto cristiano como pagano, a finales del siglo IV y comienzos del V d.C. Prueba de ello son las dos exégesis del Sueño que han llegado hasta nosotros, ambas coetáneas de San Agustín, una de Macrobio y otra de Favonio Eulogio, un rétor que precisamente había sido con toda probabilidad discípulo del obispo de Hipona 8.
En ámbito latino, además de éstas de Cicerón y sus comentaristas y de las que recoge luego Boecio, conocemos otra serie de exposiciones sobre la organización tonal de los planetas en las esferas celestiales: las de Higino (Astronomica IV 14, p. 117 Bunte), Plinio (Historia Natural II 84), Censorino (Sobre el día del nacimiento , 13) y Marciano Capela (De nuptiis II 196). Todas ellas tienen en común entre sí y con la de Favonio la contradicción de reconocer sendos intervalos sonoros entre la Tierra y la Luna y entre Saturno y el Cielo, lo cual supone asignar un tono a la Tierra y otro al Cielo, cosa que, sobre todo en el caso de aquélla, entra en contradicción con la idea de su inmovilidad; todas comparten también el hablar bajo la autoridad de Pitágoras.
Esta tradición latina, de probable ascendencia varroniana 9, se corresponde con otra griega, que hace también remontar a Pitágoras una exposición similar sobre la estructura tonal de las esferas celestes: la fuente más importante en esta rama griega es un tal Alejandro, mencionado por Teón de Esmirna (Expositio rerum mathematicarum 138 Hiller; que lo llama Alejandro de Etolia 10), Calcidio (Commentarium in Timaeum 52) 11y Heráclito, el gramático (Quaestiones Homericae 12, p. 27 Mehl; que lo identifica con Alejandro de Éfeso 12); junto a este Alejandro, se insertan en la misma tradición Plutarco (De animae procreatione in Timaeo , 31, p. 1028F) y Aquiles Tacio (Commentarium in Arati Phaenomena 17, p. 43 Maas), quienes, sin embargo, no hacen mención expresa de Pitágoras.
Censorino y Plinio remontan, sin duda, a una fuente latina anterior, quizá Varrón (Marciano Capela depende directamente de Plinio); de la misma fuente procede 13, asimismo, Favonio Eulogio y, puesto que los tres autores nombran a Pitágoras como origen y primer promotor de la doctrina que exponen, es de suponer que así lo haría también Varrón, quien pudo haber manejado una fuente griega que hiciera otro tanto o incluso un escrito del propio Pitágoras 14.
Higino, en cambio, no depende de Varrón, sino de un escrito griego no identificable con los versos de Alejandro, versos de los que tampoco parecen depender ni Plutarco ni Aquiles Tacio 15.
Pues bien, de toda esta trama doctrinal la fuente más importante y rica es el Sobre el día del nacimiento de Censorino, un gramático y filósofo romano del siglo III d.C., que, con actitud claramente ecléctica, aglutinó en dicho escrito distintas doctrinas relativas a la cuestión que indica el título y otras más o menos relacionadas con ella y con la música; es, además, con toda probabilidad Censorino el que más fielmente recoge la tradición varroniana 16que vemos luego perpetuada en tantos otros escritos 17.
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