No se está afirmando con lo anterior que fuera de ese trayecto mediador no hayan existido jamás intentos de establecer expresiones del protestantismo en mayor correspondencia con su fuente primigenia en nuestro continente. 11Así, por ejemplo, las dos malogradas expediciones calvinistas que, entre 1555 y 1558 zarpaban hacia Brasil, bajo la dirección del almirante Coligny y el consentimiento del propio Calvino, dan cuenta de aquello en plena época de consolidación de la Reforma. 12Incluso más, y aunque estos esfuerzos responden ciertamente a muy variadas fuentes, se deben también considerar a este respecto la obra de avanzada establecida por los cuáqueros en el Caribe en 1671, las diversas agencias anglicanas creadas posteriormente con el objetivo de evangelizar a las colonias británicas del Nuevo Mundo 13o el grupo de moravos comisionados por el mismo Conde von Zinzendorf que en 1732 arribaba a las Guayanas Holandesas para iniciar trabajos con los esclavos negros de aquel lugar. 14Sin embargo, de tal expedición calvinista, de la propia insistencia de Lutero tocante a la necesidad de evangelización de judíos y turcos 15, o de las mismas iniciativas posteriores, no podemos colegir que la actividad misionera en este período haya sido una prioridad absoluta y permanente. 16Ciertamente, y como bien lo recuerda el historiador luterano R. Blank 17para el caso inmediato a la Reforma, factores tales como la importancia dada a promover las doctrinas de los reformadores dentro del propio territorio europeo y de este modo afianzar el movimiento de la Reforma en aquellos Estados donde esta había sido acogida, o la misma necesidad de organizarse y emprender una defensa contra los ataques perpetrados por los agentes de la Contrarreforma, sin contar la fatídica Guerra de los 30 Años, que llevó a los Estados luteranos y reformados casi al total debilitamiento de sus fuerzas, no podrían nunca dejarse de lado a la hora de intentar comprender este innegable retraso misional por parte del naciente protestantismo europeo.
No obstante aquello, no cabe duda de que conforme la causa de la Reforma se iba consolidando, en no pequeña medida gracias a las alianzas protectoras con los gobiernos civiles que la habían acogido –los príncipes, en el caso luterano; las importantes burguesías económicas, en el caso reformado–, y con ello se iba dando a luz un concepto de iglesia institucionalizada, con ministros y teólogos subordinados y a la vez beneficiados por aquella nueva estructura eclesiástica, cada vez más dependiente del poder secular, la actividad misionera quedaría prácticamente reducida a una experiencia única e intransferible de la iglesia primitiva. Así, por ejemplo, en el período de la ortodoxia, tanto luterana como reformada, se impondría el principio elemental de que el mandato de la gran comisión solo habría contado para el tiempo de los apóstoles, y no para las iglesias de Europa, las cuales solo tendrían obligaciones de instrucción cristiana para con sus ciudadanos, y aquello bajo la supervisión de las autoridades civiles, sostenedoras la mayoría de las veces de estas mismas comunidades. Notable es el caso del Barón luterano Justinianus von Weltz (1621-1668), nacido en Carintia, Austria, quien luego de haber vendido casi todas sus propiedades para organizar la empresa misionera, que él mismo encabezaría, tras haber apelado para ello al espíritu de la Confesión de Augsburgo como “principio de la recta fe para todos los cristianos luteranos”, recibió el enérgico rechazo de la ortodoxia luterana ante su proyecto de misión y, en especial, de parte de uno de sus más reconocidos representantes, el teólogo de Ratisbona, Johann Ursinus (1608-1667). En efecto, Ursinus acusaría a von Weltz de fanático y hereje, por cuanto como simple laico se habría atrevido a desafiar la interpretación oficial de los doctores de la iglesia, según la cual, y como ya hemos visto, el período de la gran comisión habría expirado con el último de los apóstoles. Pero, incluso, Ursinus iba más allá en su rechazo de la actividad misionera, toda vez que, a su juicio, los paganos debían dar antes muestras de verdadera humanidad y falta de contumacia para recién entonces hacerse acreedores de la comunicación del evangelio. Bajo un parecido tenor, aunque no con la misma virulencia mostrada por Ursinus, se condujo la respuesta del teólogo reformado Teodoro de Beza (1509-1605), continuador de la obra de Calvino en Ginebra y en otras ciudades suizas, ante el ferviente llamado de Adrián Saravia (1532-1612) de dar inicio a la actividad misionera, frente al que argumentó que solo la segunda parte del mandato de la gran comisión –“Haced discípulos”, identificada en su opinión de igual modo con la instrucción cristiana– hallaba correspondencia con la iglesia de todos los tiempos, entre tanto que la primera parte del mandato –“Id por todo el mundo”– correspondía únicamente al tiempo apostólico.
Será, por tanto, tan manifiesta indolencia frente al compromiso por la tarea misionera lo que llevaría a su vez a la Iglesia Católica Romana a negar el carácter católico y apostólico del naciente protestantismo europeo, la cual contendría, a su juicio como signo imperecedero, el esfuerzo por compartir a los no creyentes el mensaje del evangelio. Solo con el advenimiento del Pietismo, asociado con los nombres de Phillipp Jakob Spener (1635-1705), August Hermann Francke (1663-1727) y la Universidad de Halle, con la figura del conde Nikolaus Ludwig von Zinzendorf (1700-1760) y los hermanos moravos y, por último, con la influencia de estos últimos sobre los hermanos Wesley y el consiguiente nacimiento del metodismo, todos estos figuras y movimientos críticos al institucionalismo de la Iglesia y su subordinación a los poderes temporales, como asimismo al positivismo de la teología de la ortodoxia, que se dará inicio entre una buena parte del protestantismo europeo a una real conciencia misionera. Conciencia misionera esta que, en la medida en que asumía un derrotero allende a estos marcos referenciales propios del institucionalismo eclesiástico y la ortodoxia evangélica, e incluso al generar nuevas corrientes e iglesias 18, sentaría las bases para la fundación de las modernas compañías misioneras evangélicas, que no serían ni siquiera afectadas posteriormente por aquellos otros dos movimientos igualmente refractarios a la actividad misionera, a saber, la teología liberal y la teología de la crisis o neo-ortodoxia. Huelga recordar, por lo demás, que en estos tales movimientos y su conciencia misionera encontraremos la antesala y el espíritu impulsor del Primer Gran Despertar ( First Great Awakening ) de los Estados Unidos, que luego, por medio del Segundo Despertar ( Second Awakening ) y del propio movimiento fundamentalista, se convertirán en las corrientes misioneras evangélicas más influyentes desde aquel país del Norte hacia América Latina. 19
Pero volviendo a los vestigios de aquella presencia protestante directamente procedente de su fuente primigenia en América Latina, habría que recordar también que el primer cuerpo protestante que logró establecerse en nuestro continente, específicamente, en Brasil, fue el anglicano, que consiguió por lo demás el inédito logro para la época de la primera construcción de un templo no católico romano, y esto en una fecha tan temprana como 1819. Y, sin embargo, aunque cada enclave del continente iberoamericano bien podría atestiguar de esta inicial presencia evangélica, incluso con alguna participación en la contingencia social y cultural, lo cierto es que fuese ya por las condiciones ambientales de la época, marcada por la evidente hegemonía católica y su violenta indisposición hacia toda expresión de fe y pensamiento que no representara las formas ya establecidas 20, fuese porque tal presencia ocupó un espacio básicamente de comunidad de trasplante, con atención casi exclusiva a los inmigrantes europeos, los inicios del movimiento evangélico moderno en América Latina deben ser reconocidos como parte de los esfuerzos misioneros provenientes de los Estados Unidos, luego de concluida la guerra hispano-estadounidense, a la par que el territorio latinoamericano despertaba gran interés para aquel país como tierra de expansión y de oportunidades.
Читать дальше