Esa diversidad de formas y expresiones que a la sazón dan forma al variopinto escenario evangélico de América Latina, y cuya complejidad en cuanto al análisis no podría ser desconocida, discurre, no obstante, y a pesar de todo aquello, bajo un determinado horizonte espiritual y de sentido – lo evangélico – , y este bajo una particular fuerza histórica e ideológica, que le ha insuflado su contenido –los grupos y movimientos misioneros que han sido gestores de la evangelización en nuestro continente, con casi total hegemonía entre estos, aquellos provenientes de los Estados Unidos–. Tales grupos y movimientos, en efecto, han sido no solamente responsables por la introducción del protestantismo en América Latina –y ya al nivel de empresa misionera, enhorabuena– o de aquello que en tan alta medida se tiende a afirmar y a comprender en nuestro medio como lo evangélico , sino además por el modo en que se ha llegado a establecer en el mismo la relación entre la dimensión de la identidad y de la relevancia del mensaje cristiano. Sea necesario, por tanto, y a la luz de estas fundamentales afirmaciones, realizar dos importantes clarificaciones, tanto en relación con lo que queremos mentar por lo evangélico, como por el alcance que pretendemos asignarle a aquello de las dimensiones de la identidad y la relevancia dentro de este contexto específico. Al respecto de la relación con lo evangélico , o si se quiere, con el concepto aquel de iglesia evangélica, no es sorpresa para nadie el hecho de que el término puede bien prestarse (y se ha prestado) a más de una ambivalencia o confusión. En efecto, mientras por lo general en Alemania o en muchas iglesias luteranas de Europa, la iglesia luterana es, por antonomasia, la iglesia evangélica , y bajo este término es conocida, entre tanto que a otras confesiones o denominaciones cristianas se las designa específicamente por su nombre –por ejemplo: iglesia católica, iglesia bautista, iglesia pentecostal, etc.–, en el mundo anglosajón, lo evangelical hace referencia a aquellas facciones del protestantismo estrictamente de cuño conservador, cuando no directamente fundamentalistas, y generalmente refractarias tanto a la actividad ecuménica y al diálogo con otras religiones, como al involucramiento en el área de lo social y lo político. Por otra parte, sabido es que no pocos cristianos evangélicos en América Latina preferirían no ser clasificados bajo aquella particular designación de lo evangélico, sino directamente como protestantes, en la medida en que tienden a asociar lo primero con aquellas corrientes cada vez más vaciadas de las fuerzas históricas características de la Reforma –teológicas, litúrgicas, espirituales–, como rendidas ya a las peculiares formas de un evangelicalismo o protestantismo reconvertido según la cultura y el espíritu religioso de los Estados Unidos, aunque, por lo demás, sean muy conscientes de que las tales resultan ser, en este concierto latinoamericano, las corrientes realmente más representativas, sino directamente hegemónicas. Tal reclamo, que al menos desde el punto de vista del análisis formal bien podría hallar justificada razón, se estrella, sin embargo, con las delimitaciones de su propia descripción, en el sentido de que, reconocido el hecho de que son precisamente estas corrientes y no otras las que predominan en el protestantismo de América Latina, no es posible en consecuencia distanciarse tan fácilmente de aquella designación, incluso si se concediera el caso de que la misma podría resultar, para algunos, reduccionista o abiertamente incómoda.
Precisamente, y ya que lo que nos ocupará a lo largo de todo este recorrido será el influjo de las corrientes evangélicas de los Estados Unidos en América Latina, es indispensable ofrecer algunas breves especificaciones sobre la comprensión que en aquel país se tiende a establecer de lo evangélico , como así también el modo en que nosotros utilizaremos tal término en relación con nuestro propio medio latinoamericano. Tal como hemos señalado anteriormente, en el contexto anglosajón, y aquí específicamente estadounidense, el término evangelical hace referencia general a aquellas corrientes del protestantismo que bien podrían amparar a aquel gran espectro de cristianos y comunidades protestantes caracterizados por una teología y una visión sociopolítica de la vida que podría oscilar entre lo explícitamente conservador y lo abiertamente fundamentalista, y que, en opinión de P. F. Knitter 5, incluiría básicamente a los sectores declaradamente fundamentalistas, a los evangélicos más moderados en relación con ese mismo fundamentalismo y a los tradicionales grupos pentecostales y sus recientes derivaciones neopentecostales. Según el mismo autor 6, las divergencias entre todos estos sectores estarían puestas más bien en lo relativo a la intensidad de su experiencia potenciadora del Espíritu y a la forma en que los énfasis característicos del fundamentalismo pudiesen estar presentes, sea de un modo más moderado o de uno más radicalizado, más que en el orden de una diferenciación sustancial en cuanto al fondo de su teología misma. Se trataría, por lo demás, de una línea que concitaría un enorme contingente de cristianos en los Estados Unidos, y que, a juicio del propio Knitter, de considerar la población protestante afroamericana –agreguemos también aquí, desde luego, la población de inmigrantes evangélicos hispanos y asiáticos, algo que generalmente no se tiende a incluir–, llegaría a bordear o a superar incluso el 40 por ciento de la población estadounidense. 7
Dicho todo esto, debemos considerar también a aquel otro bloque de cristianos protestantes en los Estados Unidos, para quienes la palabra evangelical no resulta una caracterización apropiada en absoluto. Se trata de aquellas familias denominacionales que aparecen en inmediata continuidad, al menos en lo que al asunto nominal se refiere, con las corrientes históricas de la Reforma, en lo que algunos han querido denominar un “protestantismo histórico”, pero que han venido experimentando hace ya bastante tiempo un largo y profundo proceso de ruptura en relación con el legado de sus respectivas confesiones y, en un sentido más amplio, con el gran acervo del pensamiento cristiano, para abrirse a nuevas exploraciones teológicas, bajo un perfil que bien podríamos definir como “progresista” y “posmoderno”. Hablamos de aquellos sectores a los que se da, en los Estados Unidos, el nombre de mainline churches, y que, a diferencia del anterior bloque evangélico, ostentan como elemento consustancial de su agenda y aun de su propia identidad, solo por mencionar algunos elementos al azar, una declarada participación en la coyuntura política –si bien, como veremos más adelante, el bloque evangélico tampoco queda exento de aquel involucramiento en la política coyuntural, aunque ciertamente lo lleve a cabo bajo los auspicios de la derecha religiosa y otras organizaciones semejantes–, básicamente en el marco de la dinámica de la izquierda cultural, la valoración amplia del programa ecuménico, lo que incluye asimismo el diálogo con las grandes religiones del mundo y, en no pocos casos, la integración de algunos de los componentes de su espiritualidad, como, a su vez, un replanteamiento sustancial de la temática ética y valórica afirmada tradicionalmente por el cristianismo convencional. Nos referimos, por último, a un sector que experimenta a la sazón, y por motivos de los que más adelante nos ocuparemos ampliamente de discutir y detallar, una dramática disminución de su feligresía y de su impacto en la sociedad, un fenómeno con consecuencias todavía por precisar.
Pues bien, sin desconocer ni mucho menos esta importante diferenciación –es más: sirviéndonos básicamente de su modelo–, intentaremos, no obstante, abordar nuestra investigación desde un constructo mucho más amplio y unificador, un constructo que sea capaz de contener las matizaciones y aun antagonismos de ambos bloques o sectores del protestantismo o evangelicalismo estadounidense, pero que, al mismo tiempo, sea capaz de identificar y preservar aquello que, por sobre concordancias y oposiciones, se nos ofrece como absolutamente distinguible de este particular genio espiritual y religioso. Aludimos obviamente aquí a aquel concepto tan caro y fundamental para definir la dinámica y el perfil del cristianismo de los Estados Unidos, aunque particularmente en nuestro caso, al protestantismo de aquel país, que es el de religión americana o, mejor dicho, de American Religion. Sin entrar de momento en ninguna mayor explicitación de todo aquello que estaría contenido en el concepto de American Religion, toda vez que tal cavilación será nuestra preocupación constante a lo largo de toda esta exposición, convénganos por ahora simplemente señalar que se trata de un concepto de amplio consenso y uso entre historiadores, críticos sociales y teólogos, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, para hacer alusión a aquel estado de profunda reelaboración que ha experimentado en términos generales el cristianismo y, en términos específicos, el protestantismo, desde sus fuerzas históricas fundantes –el cristianismo primitivo, Europa– con ocasión de su inserción en el contexto social y cultural de los Estados Unidos. Un estado de profunda transformación, cuya consecuencia más pronta a reconocer ha sido el nacimiento de un tipo de cristianismo y un tipo de protestantismo que no solo guarda escasa continuidad y relación con aquellas fuerzas fundantes ya mentadas, sino que, al igual que el genio cultural de aquel país, bien podría ser definido en términos de lo que suele denominarse como su inconfundible excepcionalismo.
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