Cabe, por último, plantear algunas dudas al respecto de la medida en que lo aquí estudiado podría ser convertible a un estudio no sobre lo característicamente americano de nuestra religiosidad, sino de lo característicamente moderno de la misma. Los dos polos en que este espíritu se ve refractado, identidad y relevancia, o fundamentalismo y relativismo, son, en efecto, polos a los que se tiende no solo bajo condiciones propias del espíritu norteamericano, sino que constituyen una división que –como testifican, por ejemplo, los estudios reunidos por Peter Berger en Between Relativism and Fundamentalism – bien puede ser reconducida a escisiones característicamente modernas. Bien cabe preguntarse si en medio de nuestra preocupación contextual seguimos en buena medida ciegos al más general de nuestros contextos: la modernidad. Pero esta por supuesto no es una alternativa al estudio de la religiosidad americana, sino algo complementario. De hecho, como en más de un lugar de este libro se apunta, la religión americana y su subyacente American way of life han contribuido de modo significativo a nuestro enajenamiento al respecto de cualquier tradición previa, y dicho enajenamiento ha llevado a la pérdida de todo punto de contraste que nos permita ver lo característicamente moderno de nuestra situación. Por lo mismo, también las tendencias antimodernas en nuestro seno adquieren un sabor moderno: antiarminianismo, antiliberalismo y fenómenos similares se hacen presentes en nuestro medio, pero su peculiaridad como momentos de una historia de la teología no es percibida (más bien, reemergen siempre con un aire decimonónico), y por lo tanto no logran plantearse como efectiva alternativa a la situación contemporánea, sino que se convierten siempre en una cara de la misma situación.
Seminaristas, pastores y creyentes con fuerte interés teológico, todos encontrarán cuestiones de interés en estas páginas. No es prerrequisito para ello tener una disposición hostil hacia la cultura norteamericana; sí es prerrequisito tener algo de espíritu crítico (que el autor agradecerá también al respecto de su propio texto).
Manfred Svensson
Doctor en Filosofía por la Ludwig-Maximilians-Universität,
München (Alemania). Actualmente es profesor en el Instituto de
Filosofía de la Universidad de los Andes (Chile)
PRESENTACIÓN
Quienquiera se haya involucrado en el quehacer teológico formal, se habrá enfrentado en más de alguna oportunidad a la tan decisiva pregunta de si, al final de cuentas, todo aquel conjunto de tradiciones y saberes que constituyen esta actividad sirven al propósito de afirmar y clarificar, para cada nueva generación y aun para su propia vida, el mensaje central de la fe cristiana, a saber: Jesús, el Cristo, su vida, su mensaje, su muerte y su resurrección. Es cierto, no lo podríamos obviar; tan crucial interrogante le afecta a aquel hipotético sujeto en su condición de teólogo cristiano, le afecta, además, en relación con su particular especialidad teológica, le afecta en tanto suscriptor o simpatizante de una determinada escuela, le afecta también como hombre o mujer que vive y se desenvuelve en una específica cultura y sociedad, le afecta, claro está, como miembro de una particular tradición eclesiástica, pero le afecta aún más, en lo más cabal de su existencia cristiana, en la medida en que aquella pregunta no se reduce simplemente a un asunto de interés estadístico o estructural, sino a lo que aquel Jesús, crucificado y resucitado, le dice y lo compromete en lo concreto de su propia humanidad, y en el cómo el quehacer eclesiástico y teológico ha contribuido en preservar y esclarecer dicha realidad. Sin embargo, esto que constituye una impostergable dilucidación personal, ineludible toda vez que el teólogo no discurre en torno a un principio divino general, sino en relación directa con el Dios de la historia y, más precisamente, su revelación, Cristo y su Palabra, podemos afirmar además que ha sido la pregunta que ha concitado a través de todos los tiempos los esfuerzos más sensibles de la Iglesia toda y de cada generación cristiana. Hállanse implicados en tal pregunta, por lo demás, y en todos sus esfuerzos de abordarla, dos dimensiones indisolubles del mensaje cristiano, esto es: los conceptos de identidad y de relevancia. Nos referimos con aquello de la identidad y la relevancia a aquel dialéctico movimiento que se establece en torno al mensaje fundante de nuestra fe, y que no es otro, respecto a lo primero, que la afirmación de su verdad, entendida como verdad revelada, que incluye el seguimiento de su despliegue en la historia de sus interpretaciones 1, como, al respecto de lo segundo, la preocupación por el impacto relevante de esta verdad, a modo de participación contextual.
Ya Paul Tillich, al comienzo de su Teología sistemática , podía afirmar abiertamente que la función más importante del quehacer teológico en cuanto órgano de la iglesia no es otra, sino “la afirmación de la verdad del mensaje cristiano y la interpretación de esta verdad para cada nueva generación” 2. Ciertamente, nadie podría negar que, en el esfuerzo por preservar la verdad insustituible del mensaje cristiano, su particular identidad, como mensaje que se distingue de todas las demás voces y anuncios de este mundo, y en el empeño a su vez por traducir esa inmutable proclamación a las oscilantes categorías de comprensión humanas, propias de cada cultura y generación, radica la labor teológica esencial de la iglesia cristiana. Y, no obstante, ¿quién podría desconocer también en esta tarea tan fundamental al propio ser de la iglesia, aquello que asimismo le ha enfrentado a su mayor crisis y desgarramiento internos, toda vez que a esta no siempre le ha resultado labor fácil el discernimiento del correcto modo de relacionar la afirmación y la interpretación del mensaje de nuestra fe? ¿Quién no podría advertir, entre tanto, tras el fraccionamiento de una misma familia denominacional, la evidente polarización de sus bandos al enfatizar una dimensión a expensas de la otra, ora la de la identidad, ora la de la relevancia, de aquel mismo e indisoluble discurso cristiano? Más aún, si tuviéramos que someter a evaluación nuestro propio cometido como quehacer teológico y eclesiástico evangélico latinoamericano, en función de acceder a una armónica correlación entre ambas inseparables dimensiones de la fe, ¿diríamos que lo que ha primado aquí ha sido el saludable fluir dialéctico de ambas funciones o, simplemente, la exacerbación polarizante de una sola de ellas? ¿Podríamos afirmar que, en nuestro afán de una presurosa interpretación de aquel mensaje a la contingencia política, social o cultural de nuestra América Latina, y en el intento de destacar, claro está, su continua dimensión relevante, se ha sabido siempre preservar la afirmación de aquella revelada verdad y la referencia histórica de sus sistematizaciones, que resulta inseparable de su propia identidad? Y, a modo de indispensable contraparte, ¿podríamos constatar que, a aquella ferviente valoración por la verdad de este mensaje, incluso en su articulación doctrinal o confesional, le ha seguido siempre su eficaz internalización en las urgencias más vitales de nuestra vida social, cultural, continental?
Ahora bien, en la medida en que el hilo conductor que engarza cada uno de estos interrogantes se decanta en torno a aquel mismo principio de identidad y relevancia del mensaje cristiano, y al respecto del modo en que se ha de relacionar a ambos, permítasenos adelantar, en reacción a aquello, una declaración preliminar que resulte, al mismo tiempo, en propuesta programática de lo que a través de toda esta presentación intentaremos ensayar: ninguna contribución verdaderamente significativa al quehacer teológico y eclesiástico de América Latina podría darse por satisfecha en la actualidad con una comprensión de la fe cristiana que señale nada más que su carácter normativo y doctrinal, al margen de toda atención a su desarrollo histórico, como así también a su impostergable compromiso con la realidad contextual, pero, mucho menos, con permitir que sean aquella misma evolución y regionalidad las que configuren en exclusiva y prácticamente a priori el criterio de identidad. Empero, para que esta afirmación directriz logre articularse en lo concreto de una matriz social, cultural y continental, y sortee así los límites de la correcta pero abstracta declaración de principios, debe antes seriamente considerar la evidente complejidad que ofrece en la actualidad el escenario evangélico de América Latina. Un escenario, tanto eclesiástico como teológico, mucho más diversificado y complejo que el de hace treinta años, y en el que confluyen, solo por nombrar algunos de sus actores más notorios y en principio virtualmente antagónicos, desde el fundamentalismo, las ortodoxias, el pentecostalismo autóctono, los recientes movimientos neopentecostales y los grupos emergentes, hasta la teología de la liberación, las teologías del genitivo 3y los incipientes bloques progresistas. Y, sin embargo, más allá de la diversidad de expresiones y modalidades, no siempre fáciles de reconocer o clasificar, que se dan cita en el contexto evangélico de nuestro continente, creemos posible advertir dos tendencias preponderantes que, aunque sean disímiles en su origen y muchas veces excluyentes entre sí, convergen no pocas veces en el curso de su desarrollo en similares comportamientos polarizantes. Ambas tendencias giran, a nuestro juicio, también en torno a la dimensión de la identidad y la relevancia del mensaje cristiano, pero la mayoría de las veces exacerban, no obstante, una sola de estas inalienables funciones. Llamaremos a este movimiento unidireccional: verdad (identidad) en postergación de la contextualidad (relevancia), y contextualidad que condiciona ella misma a priori el criterio de verdad. Ciertamente, qué duda puede haber de que en el cuidado por no encallar en ninguna de estas aporías reside en parte aquello que le permitirá al quehacer teológico y eclesiástico evangélico de nuestro continente desarrollar una sana relación dialéctica entre ambas fundamentales dimensiones de la fe cristiana –la identidad y la relevancia– que, junto con la continuidad y fidelidad hacia su acervo histórico (teología in oratione obliqua ), posibilite a su vez la iluminación creativa y desafiante del presente (teología in oratione recta ) 4.
Читать дальше