Historia del granizo, de la nieve, del hielo, de la escarcha, de la niebla, del rocío y similares.
Historia de la tierra y del mar, de su figura, disposición y configuración recíprocas, de su extensión mayor o menor, de las islas de tierra en el mar, de los golfos, de los lagos salados en la tierra, de los istmos, de los promontorios.
Historia de los movimientos (si los hay) del globo de la tierra y del mar y de los experimentos por los que dichos movimientos pueden ser establecidos.
Historia de la llama y de los cuerpos ígneos.
Historia química de los metales y de los minerales.
Historia de los peces, de sus partes y de su generación.
Historia de los flujos y reflujos del mar, de las corrientes, de las ondulaciones y restantes movimientos del mar.
Historia de los restantes accidentes del mar, de su salinidad, de sus diversos colores, de su profundidad y de las rocas, montes, valles submarinos y similares.35
Desde luego, ambición no le faltaba. Hasta reclamaba una historia natural de los prestidigitadores y saltimbanquis.
En este proyecto, los viajes eran fundamentales. Según Bacon, no podemos entender los mares y sus peces si nos quedamos sentados en el sillón. Hay que salir al mundo y buscar por ahí. El frontispicio de la versión original de La Gran Restauración (véase la ilustración siguiente), subraya la importancia de viajar. Uno de los barcos está zarpando rumbo a un océano infinito y el otro viene de regreso, con la línea de flotación muy arriba debido al peso de los tesoros que trae.
La Gran Restauración , de Bacon.
Los barcos aparecen entre las columnas de Hércules, sobre las rocas que flanquean el estrecho de Gibraltar. En las mitologías griega y romana, Hércules (Heracles, para los griegos) es el intrépido hijo de Zeus o Júpiter. En un mito, Hércules llegó hasta las columnas, que en ese momento pasaron a representar los límites del mundo conocido. En ellas estaba tallada la inscripción «nada hay más allá» ( nec plus ultra ), una advertencia a los barcos para que no siguieran avanzando. (En Guía para viajeros inocentes , Mark Twain se queja de que los antiguos escribieron libros y libros sobre las columnas, pero jamás mencionaron el continente americano: «… y, sin embargo, debían de saber que existía»).
En el frontispicio del libro de Bacon, los barcos navegan más allá de las columnas. Esto simboliza la opinión de que debemos ampliar los límites de nuestro conocimiento. Bajo los barcos, figura la frase: «Muchos correrán de aquí para allá, y el conocimiento aumentará» ( Multi pertransibunt et augebitur scientia ). Es decir, viajar acrecentará nuestro entendimiento del mundo.
Las exigencias de Bacon llegaron en un buen momento. Europa estaba viviendo su «Era de los Descubrimientos», un tramo de la historia occidental que abarca desde finales del siglo XV hasta el XVII. Las técnicas navieras y de construcción de buques habían avanzado hasta el punto de que las travesías largas eran razonablemente seguras y los barcos partían para ver qué había más allá del horizonte. Buscaban nuevas rutas comerciales y nuevas tierras que colonizar (sin preocuparse de los pueblos que ya vivieran en ellas).
Los navegantes portugueses, franceses, españoles, holandeses y británicos iban en cabeza. En la década de 1490, Cristóbal Colón partió hacia las Américas, en un intento fallido de arribar a la costa occidental de Asia. En 1500, Pedro Alvares Cabral zarpó desde la India hacia Brasil y reclamó Brasil para Portugal. Martin Frobisher exploró Canadá y trató de encontrar el esquivo paso del noroeste: una supuesta ruta comercial de Europa a Asia por el Ártico. En torno a 1520, Fernando de Magallanes circunnavegó la Tierra. En 1578, Francis Drake llegó al Pacífico y se convirtió así en el primer inglés en recorrer el recién bautizado estrecho de Magallanes. En las décadas de 1660 y 1670, James Cook cartografió y reclamó partes de Alaska, Nueva Zelanda y Australia.
A los europeos les entusiasmaban estos viajes. En el Atlas Maritimus británico, de 1670, John Seller enumera con orgullo «los descubrimientos que han llevado a cabo en estos doscientos años los valiosos hombres de nuestra nación, así como extranjeros». 36Describe, por ejemplo, cómo Richard Chancellor encontró una ruta marítima hasta Rusia; cómo Henry Hudson llegó hasta la latitud de 81 grados en su intento de descubrir el Polo Norte y descubrió la bahía de Hudson; cómo Hugh Willoughby descubrió Groenlandia, a la que puso el sobrenombre de «Nueva Tierra del rey Jacobo» antes de «morir por congelación».
Bacon creía firmemente que, al igual que Colón había ido más allá de Europa, los intelectuales debían ir más allá de su herencia medieval. En algunas ilustraciones posteriores de las columnas de Hércules, la inscripción cambió de «nada hay más allá» a «id aún más lejos».
¿Fue una coincidencia el hecho de que Bacon empezara a ensalzar los viajes durante lo que se conoce como Era de los Descubrimientos? Por supuesto que no. Al igual que Seller, Bacon se vio envuelto por la marea que amplió el mundo europeo. Y eso me ayudó a responder a una pregunta que me había surgido durante el proceso de investigación. Al comienzo, me di cuenta de que este libro iba a tratar solamente de la filosofía occidental del viaje. Tendría que haber nuevos libros que trataran los viajes en la filosofía china, india o africana. (Aunque las filosofías también viajan, y la filosofía occidental hunde sus raíces en la filosofía griega clásica, que, a su vez, puede derivar de la filosofía africana: Aristóteles atribuye a los egipcios muchas ideas importantes. 37) Aparte de alguna que otra observación de Platón, los enfoques occidentales más antiguos sobre filosofía y viaje que encontré eran los de Montaigne, Bacon y Descartes. ¿A qué se debía eso? Me di cuenta de que la respuesta estaba en la Era de los Descubrimientos europea. Los viajes se estaban convirtiendo en una parte importantísima de la sociedad, y los filósofos se implicaron igual que todos los demás.
La ambición de Bacon no debe subestimarse. Mientras que los exploradores europeos trataban de crear mapamundis, Bacon intentaba, literalmente, crear un nuevo mundo. No creía, sin más, que su nueva filosofía de la ciencia llevaría a una historia natural completa: también creía que llevaría al apocalipsis.
En la actualidad, el término «apocalipsis» suele hacer referencia al fin del mundo, del peor modo posible. Surge cuando se habla de guerra nuclear o de cambios climáticos drásticos. En la Europa del siglo XVII, el término también hacía referencia al fin del mundo, pero con la posibilidad de renovación. Como la mayoría de sus contemporáneos, Bacon creía que los humanos habían caído de la gracia divina, pero que serían devueltos a ella. El libro del Génesis describe «la caída» de la humanidad. Dios creó a Adán y Eva en un paraíso, el Jardín del Edén. Una serpiente tentó a Eva para que comiera de una manzana prohibida, Eva convenció a Adán para que también comiera de ella y Dios los expulsó a los dos del Edén. Más adelante, la Biblia dice que Dios, al final, devolverá al ser humano al paraíso y hará «nuevas todas las cosas». En pasajes como los del Apocalipsis 21:1-5 se menciona la renovación de Jerusalén, de forma que la ciudad estará en el centro del nuevo paraíso. En el centro de Jerusalén está el templo de Salomón, que será reconstruido.
El título de La Gran Restauración , de Bacon, hace una referencia especial a la reconstrucción del templo de Salomón. Bacon dedicó su libro al rey Jacobo I, conocido como «el nuevo Salomón». De esta forma, está diciéndoles a los lectores que su nuevo método científico acabará restaurando el templo de Salomón y devolviendo a los humanos al paraíso.
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