De igual modo, pensemos en qué se representa y qué no se representa en los mapas. Tomemos mi mapa de carreteras de los Países Bajos. En él se destacan castillos e iglesias, mientras que las casas pasan desapercibidas. Aparecen dibujados los límites entre grandes fincas, pero no los límites entre granjas. Esto se consigue ampliando unos símbolos y reduciendo otros, poniendo unos topónimos en negrita y otros en cursiva. Algunas líneas son de puntos, mientras que otras son gruesas y de colores vivos. Harley sostenía que los mapas incorporan normas de «orden social». En la sociedad de un cartógrafo, se «da por sentado» que un castillo es más importante que la casa de un campesino. La finca de un caballero tiene más peso que la de un granjero. Esto significa que los cartógrafos no se limitan a registrar la forma del paisaje físico y humano: también están registrando los contornos del feudalismo o la clase social. 19
Podemos ilustrar el argumento de Harley mediante mapamundis. 20En 1569, el cartógrafo flamenco Gerardus Mercator creó el mapamundi «de Mercator» (véase la ilustración siguiente), en cuyo centro se sitúa, de manera bien clara, Europa Occidental. A pesar de que se usa en las escuelas, el mapa de Mercator contiene diversas imprecisiones. África y Australia aparecen más pequeñas de lo que son y la Antártida domina el conjunto.
Un mapa elaborado utilizando la proyección de Mercator.
Al escribir «mapamundi americano» en Google Imágenes, salen muchísimos mapamundis que sitúan Estados Unidos en el centro. Del mismo modo, los mapamundis chinos están centrados en China. En 2006, el ministro noruego de Asuntos Exteriores financió un nuevo juego de mapas centrado en el «Alto Norte»: Noruega y las regiones polares circundantes. Explicó en un discurso que había que dejar de ver el Alto Norte como «una tierra salvaje fría e inhóspita». Es un lugar importante de Europa, una «provincia energética» emergente. 21El ministro noruego aspiraba a situar Noruega en el centro del mapa en más de un sentido.
Lo que el mapa representa tiene importancia. Pensemos en las fronteras. Algunos colocan el Tíbet dentro de China. Algunos trazan la frontera entre Palestina e Israel muy lejos de Jerusalén. Otros meten Cachemira dentro de Pakistán. Un equipo de investigadores ha analizado dónde coloca Google Maps las fronteras entre territorios en disputa y su estudio demuestra que su situación varía según la ubicación de cada servidor web. Por ejemplo, en los servidores rusos, Google Maps enseña el territorio en disputa de Crimea como si fuera ruso, en lugar de ucraniano. 22Reino Unido, con consecuencias menos drásticas, está redibujando las fronteras de las circunscripciones electorales, pero, aunque en teoría es una respuesta a los cambios demográficos de la población, ciertos críticos han planteado que el Gobierno intenta obtener ventaja política sobre la oposición. 23
Tras demostrar que los mapas pretenden influir en las personas, Harley pasa a su segunda línea de argumentación. Los mapas representan el poder. Monarcas, Gobiernos e iglesias han financiado la cartografía para sus propios fines. El servicio nacional de cartografía de Reino Unido se llama Ordnance Survey. Es un nombre curioso, ya que ordnance suele hacer referencia a suministros militares. La explicación reside en los orígenes de la propia institución, que se remonta a la década de 1740. Un duque inglés, Cumberland el Carnicero, decidió que para vencer a los rebeldes escoceses era fundamental cartografiar las Tierras Altas, en Escocia.
Los mapas contienen conocimiento y, por lo tanto, al igual que la inteligencia del enemigo, solían estar protegidos. Harley señala un artículo de 1988 del New York Times , «Soviet Aide Admits Maps Were Faked for 50 Years», 24en el que se describe que los mapas rusos estaban falsificados de forma deliberada. Había ríos y calles mal situados, fronteras distorsionadas, accidentes geográficos omitidos. (El Ejército estadounidense detectó esos errores y elaboró una lista de ciudades que «peregrinaban»; es decir, que cambiaban de sitio de manera desconcertante.) En 2016, la CIA publicó una cantidad enorme de mapas recién desclasificados en los que aparecían Moscú, la Berlín dividida, Bagdad y Cuba. Los mapas representan el conocimiento y el poder.
Harley nos ha proporcionado una metafísica de los mapas alternativa. En su descripción «opaca» de estos, no son representaciones de la realidad, sino paquetes de información creados por unos seres humanos para comunicarse con otros seres humanos. Esas comunicaciones van encaminadas a persuadir a sus lectores. Esta parte del mundo es un centro militar o intelectual, un país tiene «estas» fronteras, los yacimientos de petróleo están aquí . En lugar de representar la realidad, los mapas pueden pretender crearla.
Y eso no es lo único raro de los mapas. Más recientemente, hay quienes han cuestionado la idea de que estos existan fuera de nuestras mentes. Mientras investigamos la metafísica de una cosa, podríamos preguntarnos: ¿Su existencia depende de la mente? Si somos realistas respecto a algo, creemos que ese algo existe con independencia de aquella. Yo soy realista respecto a los árboles, las montañas y las estrellas. Si un virus erradicara de la faz de la Tierra toda forma de vida consciente, creo que esas cosas seguirían existiendo.
En cambio, si somos idealistas respecto a algo, creemos que su existencia depende de la mente. Podemos ser idealistas respecto a todo tipo de cosas. Algunos filósofos son idealistas respecto a las emociones. Creen que, si no existiera la mente, no podría haber tristeza ni felicidad. Algunos filósofos de la percepción son idealistas respecto al color. Creen que el color es una peculiaridad mental de los seres conscientes y que, en realidad, el mundo solo contiene rayos de luz y partículas. Los azules, verdes y amarillos no existen más que en nuestra cabeza.
Si todos los mapas de este mundo se destruyeran y desaparecieran por obra de una mano malvada, los hombres estarían ciegos de nuevo, las ciudades se ignorarían entre sí y cada mojón sería una señal sin sentido apuntando a la nada.
Con todo, al mirarlo, al sentirlo, al pasar un dedo sobre sus marcas, resulta algo frío; los mapas son sosos y anodinos, hijos de un calibrador en la mesa del dibujante. Esa línea costera, el trazo abrupto de tinta encarnada, no indica ni arena ni el mar ni las rocas; no revela a un marinero con las velas desplegadas en un mar, preparando, sobre una piel de cordero o una tableta de madera, un preciado garabato para la posteridad. Ese borrón pardo que señala una montaña no tiene, para el observador ocasional, mayor sentido, por más que veinte hombres o diez o uno solo puedan haber malogrado su vida para escalarla.
Beryl Markham, Al oeste con la noche (1942).
¿Deberíamos ser realistas o idealistas respecto a los mapas? Podría pensarse que, evidentemente, deberíamos ser realistas. Son objetos sólidos que podemos sostener en la mano, no pensamientos ni percepciones. Sin embargo, Rob Kitchin y Martin Dodge han defendido hace poco que los mapas solo se convierten en tales cuando se leen. Un mapa sin leer no es más que un «conjunto de puntos, líneas de colores […] tinta sobre una página». Afirman que esa página solo se convierte en mapa cuando se lee o interpreta, cuando «se pone a funcionar en el mundo». 25Solo entonces se descodifica, se sitúa en un contexto humano y se dota de sentido a sus puntos y líneas. Podría pensarse que eso mismo ocurre con los libros. Sin nadie que lo lea, un ejemplar de Orgullo y prejuicio no es más que tinta impresa sobre finísimas láminas de pulpa de celulosa.
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