Tras descubrir unos cuantos símbolos religiosos en la obra de Bacon, es imposible no verlos por todas partes. Volvamos al frontispicio de La Gran Restauración . La frase que hay debajo de los barcos está sacada de una profecía bíblica sobre lo que precederá al apocalipsis:
Será un tiempo de angustia cual nunca hubo desde que existen las naciones hasta entonces […]. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno. Los entendidos brillarán como el resplandor del firmamento […]. Muchos correrán de aquí para allá, y el conocimiento aumentará. (Daniel 12:1-4)
Aumentar los viajes y el conocimiento es una señal de que el fin del mundo se acerca, pero en el buen sentido.
Bacon era muy consciente de la simbolización que estaba introduciendo, y en otro punto escribe lo siguiente:
Por eso sería vergonzoso para los hombres que si el ámbito del globo material (es decir, de las tierras, mares, astros) se ha abierto e iluminado inmensamente en nuestra época, el globo intelectual permanecerá, sin embargo, clausurado dentro de los límites estrechos de los descubrimientos de los antiguos. Estas dos empresas, la apertura de la Tierra y la apertura de las nuevas ciencias, no están ligadas y engarzadas entre sí de un modo trivial. Los viajes y travesías remotos han dado a conocer muchas cosas de la naturaleza que pueden arrojar una luz nueva sobre la filosofía y la ciencia humanas y corregir, por vía de la experiencia, las opiniones y conjeturas de los antiguos. No solo la razón, sino la profecía, las conecta. ¿Qué otra cosa iba a decir el profeta, si no, cuando, al hablar de los últimos tiempos, afirma: «Muchos correrán de aquí para allá, y el conocimiento aumentará»? ¿Acaso no se refiere a que la exploración de la Tierra redonda y el aumento o multiplicación de la ciencia estaban destinados a producirse en la misma época y el mismo siglo? 38
Esta profecía respalda la conexión que establece Bacon entre viajar y la ciencia. 39
El filósofo inglés subrayó durante toda su vida la importancia de salir al mundo, y esto al final acabó matándolo. Según lo que se cuenta de sus últimos días, Bacon estaba viajando en carruaje por Highgate cuando lo sorprendió una nevada impropia de la estación. Sabía que la carne podía conservarse con sal y quería comprobar si el frío surtiría el mismo efecto. Le compró un pollo a una mujer pobre, le pidió que lo degollara y luego él mismo lo rellenó de nieve. Por llevar el pollo de vuelta al carruaje, quizá incluso por mantener el gélido animal en su regazo, pilló un resfriado que resultó fatal.
En su lecho de muerte, le escribió a un amigo:
Casi corro la misma suerte que Cayo Plinio el Viejo, que perdió la vida intentando llevar a cabo un experimento sobre el monte Vesubio, pues yo también estaba deseoso de probar un experimento o dos relativos a la conservación y endurecimiento de los cuerpos. En cuanto al experimento en sí, resultó en un éxito rotundo. 40
Bacon había descubierto el pollo congelado. Y, en un sorprendente giro de guion, se dice que el fantasma del pollo ronda por Pond Square, la plaza donde murió. El espectro a medio desemplumar lleva siglos apareciéndose; durante la Segunda Guerra Mundial hubo varios avistamientos entre quienes vigilaban por si había ataques aéreos. 41
Tras la muerte de Bacon, su filosofía de la ciencia galvanizó la investigación científica. Inició una sucesión de acontecimientos que condujeron, entre otras cosas, a la creación de los museos de historia natural como los conocemos en la actualidad. Su influencia alcanzó el culmen durante mediados del siglo XVII, cuando un grupo de filósofos naturales inspirados por Bacon fundaron la British Royal Society. Encabezados por pensadores como Robert Hook y Robert Boyle, aspiraban a convertir en realidad la visión baconiana de una historia natural completa.
Al igual que Bacon, la Royal Society estaba obsesionada por recopilar datos sobre tierras remotas. Sus miembros se reunían para comentar los libros y «curiosidades» de viajes más recientes (como el último paquete de semillas que les hubiera llegado), y publicaban sus hallazgos en su propia publicación periódica, Philosophical Transactions of the Royal Society , que suele citarse como la primera revista científica.
Aunque el trabajo de la Royal Society progresaba, a veces se estropeaba por culpa de una borrachera. En 1664 se creó en su seno un comité especial para leer literatura de viajes. Confeccionaron una lista de libros y cada miembro eligió uno para leerlo todos con detenimiento. Sin embargo, uno de ellos explicó más tarde en una carta que, en lugar de leer, se retiraban a la cava de vinos de su anfitrión. «Dejo en tus manos adivinar que nuestros intercambios y entretenimiento tenían lugar bajo tierra, en la Gruta, y cerca del pozo, que es donde se conservan decenas y decenas de botellas de vino».
Además de leer (o intentar leer) nuevos libros de viajes, la Royal Society empezó a publicar peticiones de información. Robert Boyle, el padre fundador de la química, elaboró una de estas peticiones, titulada Instrucciones generales para una historia natural de un país, grande o pequeño . Boyle pedía los siguientes tipos de información sobre países extranjeros:
la longitud y latitud del lugar;
la temperatura del aire;
qué fenómenos meteorológicos es más o menos propenso a producir el aire;
qué tipos de peces cabe encontrar en el país: su número, tamaño, calidad, temporadas, pescas, peculiaridades de cualquier tipo.42
Del mismo modo, Edward Leigh preguntaba por el clima de un país, la «riqueza o aridez de la tierra», la densidad de población, sus productos, plantas, bestias, aves, peces e insectos. 43
Esta nueva concepción de los viajes como forma de recolección de datos que tenía la Royal Society afectó al viaje europeo en muchos aspectos. En primer lugar, dio lugar a un nuevo tipo de viajero: el científico. Para ilustrar esto, veamos una taxonomía de los viajeros, creada en 1606 por un caballero inglés.
Sir Thomas Palmer, el Viajador, se centraba en el viaje «regular», «una actividad honorable u honrada de los hombres». No explicaba qué entendía por viaje «irregular», aunque escribía, con pesimismo, que «casi todos los hombres lo averiguarán con la experiencia». Palmer distinguía tres tipos de viajeros regulares. Los viajeros involuntarios no han elegido salir al extranjero, están proscritos o exiliados. Los viajeros no voluntarios están en el extranjero para desempeñar asuntos de Estado: mediadores, embajadores, «hombres de guerra» y espías. (Palmer dedicó este amable consejo a los espías: «Han de guardarse de que se los conozca como miembros de la inteligencia».) Los viajeros voluntarios han elegido ir al extranjero para cumplir sus propios intereses: mercenarios, comerciantes, estudiantes y médicos. 44El tipo de viajero que está totalmente ausente de la taxonomía de Palmer es el filósofo natural o científico. Ese concepto de viajero no existía a comienzos del siglo XVII, pero, gracias a la Royal Society, sí que existió a finales.
Entre los primeros científicos viajeros se encuentran Henry Blount, John Ray y Francis Willughby. En el siglo XIX, Charles Darwin continuó esta tradición con su expedición en el Beagle . De hecho, Darwin comienza El origen de las especies con una cita de Bacon, en la que se dice que ningún hombre puede «indagar mucho o aprender demasiado» en la teología o en la filosofía. 45
El proyecto de la Royal Society se enriqueció con las aportaciones de muchos otros tipos de viajeros: capitanes de la armada, gobernadores coloniales, embajadores, comerciantes. Su ayuda era especialmente bien recibida en la Royal Society porque a esta le salía «gratis», ya que los salarios los pagaban otros.
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