JOSÉ LUIS IGLINA
Iglina, José Luis
La triada oscura / José Luis Iglina. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-1737-1
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Rene es un camionero que viaja desde su pueblo a puerto desde hace muchos años. En esa rutina semanal conoce a una mujer haciendo dedo en la ruta. Su juventud y belleza provoca una sensación agradable en este hombre mayor. Obviamente él desconoce la INCLEMENCIAde esa atracción.
Empresarios y políticos de turno que poseen las llaves de grandes negocios, provocan la voraz oportunidad de acumular dinero por debajo de la mesa. El mecanismo funciona bien aceitado, pero el hombre en esa ambición suele perder su coherencia y a partir de allí comienza a saborear el amargo gusto de la traición en NEGOCIOS NEGROS, SALSA ROJA.
DIEZ MINUTOS DE SOLEDAD: En un hermoso pueblo del interior, varios amigos de la infancia comparten una noche a la semana una reunión de camaradería desde hace mucho tiempo. Noche de gula donde los recuerdos y anécdotas flotan sobre nubes de alcohol y mágicamente fluye la risa oportuna, Pero un incidente desafortunado altera ese encuentro arrastrándolos a la noche más extensa y oscura de su vida.
EN PSICOLOGÍA EXISTE UN CONCEPTO LLAMADO “LA TRÍADA OSCURA”. ESTE INFAME TRÍO LO CONFORMAN LOS RASGOS DE LA PERSONALIDAD QUE DEFINEN LO QUE COMÚNMENTE LLAMARÍAMOS UNA “MALA PERSONA”; NARCISISMO, MAQUIAVELISMO, PSICOPATÍA. EN ESTAS PÁGINAS VAS A COMPROBAR A TRAVÉS DE TRES RELATOS QUE EN LOS PUEBLOS DEL INTERIOR TAMBIÉN EXISTE “LA TRÍADA OSCURA”.
Ese lunes de mayo de 2018, a la seis de la mañana el frío era intenso y la oscuridad era absoluta. René lavó sus dientes y en esa rutinaria higiene repasó todo lo que debía llevar para el viaje. Peinó su abundante cabello con algunas canas en la sien. Observó en su rostro de piel trigueña una arruga que surcaba su pómulo derecho y durante el día desaparecía. De pronto recordó el agua en la pava a fuego lento, salió apurado hacia la cocina y esta humeaba delatando que estaba a punto para ingresar al termo. Acomodó el equipo de mate y buscó un paquete de masitas secas que estaban en el aparador. Recordó que en su camión faltaba la frazada que había bajado y tendido en la soga del patio para ventilarla. Rezongó porque allí la había olvidado e imaginó que sería una tabla gracias a la fuerte helada. El vehículo Mercedes Benz L 1623 de color blanco, con caja y acoplado celeste, estaba en marcha mientras él cargaba sus cosas. A las seis y cuarenta y cinco minutos emprendió la marcha. Las luces de la vía pública otorgaban un brillo amarillento a las calles escarchadas. Ya en marcha y sobre la ruta encendió la radio donde su dial estaba clavado en Radio Continental, para luego bajar el vidrio de la ventanilla y disfrutar el primer cigarrillo del día. Era noche pero al nordeste ya existía una línea fina y clara que parecía en la negrura dividir el mundo. El sonido parecía golpear en esa cabina a través de unos parlantes que brindaban la voz de Leo Matioli con su tema “ Tramposa”. La ruta permanecía desierta por el momento y así iba a ser durante los ochenta kilómetros que faltaban para retomar la autopista hacia Rosario y llegar al puerto.
En aquel oscuro paisaje y al final del halo de luz que despedían las luces del camión, distinguió que había alguien levantando su mano al costado de la banquina. La velocidad que desarrollaba dependía de su carga, así que la aguja marcaba noventa kilómetros por hora, pero fue mermando la marcha al ver que esa persona con su dedo pulgar en la posición correcta pedía que la llevaran.
Cuando estuvo a treinta metros el vehículo de gran porte había disminuido considerablemente la velocidad. Logró detener el camión más adelante, pero alcanzó a notar que era una mujer joven con un grueso saco corto que dejaba ver debajo una casaca blanca que llegaba a las rodillas. Los pulmones de los frenos a disco se hicieron escuchar como si la mole se desinflara. En unos instantes la puerta se abrió para mostrar a un joven con media cara envuelta en una bufanda color gris, ella preguntó:
—¿Me puede llevar hasta el próximo pueblo?
—Sí, suba — respondió René mientras quitaba el equipo de mate del lado del acompañante para colocarlo en el habitáculo llamado cucheta. Ella se acomodó en el asiento y se quitó la bufanda como para renovar el aire allí debajo. Esa acción dejó caer un cabello rubio y muy lacio sobre los hombros. Tenía la piel blanca y a causa de la temperatura su nariz fina y respingada estaba enrojecida. Él alcanzo a ver un lunar pequeño sobre su fosa nasal del lado izquierdo. Ella giró su rostro para agradecer y él descubrió sus ojos de un color claro. Estimó a su juicio que además de ser bonita tendría unos veinticinco años aproximadamente. René reinició la marcha mientras disimuladamente tocaba la perilla de un frasco aromático que tenía a su izquierda con la inquietud de calmar el olor a tabaco que había allí dentro. La emisora radial informaba el precio de los cereales en ese momento y el silencio hacía pensar que a alguien le interesaba escucharlos.
René solía levantar gente que hacía dedo en la ruta a pesar de que su patrón y su mujer le aconsejaban que no lo hiciera. Él siempre repetía la misma historia: “Yo era de otro pueblo y visité a mi novia gracias a los que me levantaban en la ruta, hoy estoy casado y valió la pena el sacrificio”, comentaba jocosamente y su esposa cerraba la discusión con una frase: “Era otra época , René ” .
El horizonte adquiría un tono más claro anunciando la presentación del rey brillante;
—Disculpe la ignorancia. ¿Es maestra o doctora? ——preguntó mientras bajaba el volumen de la radio, luego de descubrir debajo de la campera un blanco delantal, ella contestó:
—Soy maestra, señor.
— ¿Siempre viaja a esta hora? Nunca la había visto antes…
—Sí — —contestó ella sin dejar de mirar la ruta. A René le pareció que esta señorita no tenía mucho ánimo de conversar, pero él se creyó con derecho de preguntar considerando que accedió gentilmente a llevarla y la liberó de sufrir el frío en una ruta casi desierta.
—¿Vive cerca del lugar en que subió? —Ella volteó su cabeza y se quedó observándolo, durante unos segundos y luego respondió:
—Sí, donde estaba parada, hay una calle, mi casa está a cincuenta metros de la ruta.
—Desde la ruta no se distingue la casa, se ve un monte nada más. ¿Sus padres tienen campo?
—No, son empleados de ese lugar —dijo ella y miró hacia el costado como buscando el paisaje a su derecha—. Hace años que vivimos en ese lugar. — El vidrio de la puerta se empañó.
—Se ve que siempre encuentra quien la lleve, porque recorro esta ruta hace tiempo y nunca la vi…
—La gente es buena, alguien siempre me lleva — dijo mientras pasó un pañuelo por su pequeña nariz. René se quedó pensativo por un momento y luego insistió:
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