José Luis Iglina - La triada oscura

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Rene es un camionero que viaja desde su pueblo a puerto desde hace muchos años. En esa rutina semanal conoce a una mujer haciendo dedo en la ruta. Su juventud y belleza provoca una sensación agradable en este hombre mayor. Obviamente él desconoce la INCLEMENCIA de esa atracción.
Empresarios y políticos de turno que poseen las llaves de grandes negocios, provocan la voraz oportunidad de acumular dinero por debajo de la mesa. El mecanismo funciona bien aceitado, pero el hombre en esa ambición suele perder su coherencia y a partir de allí comienza a saborear el amargo gusto de la traición en NEGOCIOS NEGROS, SALSA ROJA.
DIEZ MINUTOS DE SOLEDAD: En un hermoso pueblo del interior, varios amigos de la infancia comparten una noche a la semana una reunión de camaradería desde hace mucho tiempo. Noche de gula donde los recuerdos y anécdotas flotan sobre nubes de alcohol y mágicamente fluye la risa oportuna, Pero un incidente desafortunado altera ese encuentro arrastrándolos a la noche más extensa y oscura de su vida.

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—Qué sacrificio para ustedes viajar así todos los días. ¿No?

Ella asintió con un leve gesto y siguió mirando hacia su costado a través de la ventanilla. René miró su muñeca para saber la hora y luego tuvo la intención de encender otro cigarrillo, pero se abstuvo pensando en que no estaba solo y daba por sentado que a ella le molestaría el humo. Sintió que fue un reflejo por costumbre, pero se asombró al escuchar la suave voz de la joven que sin dejar de mirar por su ventanilla comentó:

—Si quiere fumar hágalo, a mí no me molesta.

—Gracias… — Sonrió sorprendido —. Este maldito vicio parece que viene incrustado con este oficio y me cuesta dejarlo. — Al decir esto la observó y alcanzó a ver sus manos blancas y pequeñas con las uñas sin pintar. Las palmas permanecían juntas como aquel que reza y apoyadas sobre las rodillas.

René no encendió el cigarrillo y divisó las luces del siguiente pueblo, pensó que allí se terminaría la compañía de esta abstraída joven que aún miraba hacia otro lado y en silencio. El camión estacionó sobre la banquina y él divisó a su derecha una calle pavimentada, en su costado sobre un cantero con yuyos que intentaban ahogar un cartel que ilustraba: Bienvenido a Villa Ugarte. Observó el ingreso al pueblo y notó que había unas cuantas cuadras hasta la zona urbanizada. Ella comenzó a bajar lentamente y él pensó que debía saber.

—¿Cuál es su nombre?

—Me llamo Laura, gracias por traerme —contestó ella abriendo la puerta y parada sobre el descanso giró para agradecer con una mueca amable. La primera luz del alba dio de lleno en su cara y René descubrió que sus ojos eran color miel.

Siguió su camino y a medida que levantaba velocidad encendió un cigarrillo observando la línea ancha del horizonte de esa fría mañana, mientras pensaba irónicamente que no pretendía que ella le cebara mates, pero al menos podría haber sido un tanto más cordial.

El martes a la tarde arribó con el camión a su pueblo para realizar la tarea de cargar combustible y revisar que estuviera todo en orden. A las 18 horas la empresa contratista vaciaba desde un chimango de gran dimensión el cereal que sería pesado y luego cubierto con una lona azul con la inscripción de “Transporte René”. El vehículo estacionó horas más tardes frente a su domicilio. Allí quedaría hasta la mañana siguiente.

René luego de darse una ducha llegó al comedor disfrutando el aroma de milanesas fritas que estaba preparado su esposa. Su hijo Bruno, de quince años, ya había cenado y estaba en su cuarto estudiando. Norma tiene la misma edad que su marido, su cabello es muy oscuro y su piel morena, tiene facciones delicadas y se mueve ágil por su delgadez. Colocó el pan sobre la mesa a la vez que preguntaba:

—Mañana tengo que ir al banco, ¿tenés algún impuesto para pagar?

Él miraba la pantalla del televisor e hizo un gesto negativo a la vez que masticaba un pedazo de pan. Ella volvió a la mesa con la fuente de milanesas y una bandeja con puré.

¿Alguna novedad? —preguntó a medida que dejaba caer el jugo de un limón sobre la comida.

—No… Todo tranquilo… — La miró y recordó —. Ah… Ayer a la mañana llevé a una docente hasta Ugarte —dijo haciendo rodajas de pan con su cuchillo.

—¿Alguna chica de acá?

—No, vive en el campo, pasando el kilómetro cuarenta y ocho de esta ruta.

—¿Viaja todos los días ida y vuelta a dedo? ¿Qué vida, no?

—Sí, pero al menos tiene trabajo — dijo y sirvió jugo de naranja en ambos vasos —. Para mí es recién recibida porque aparenta ser muy joven… — Se queda pensativo un instante y luego de tragar su bocado dijo —: Laura se llama…

Norma lo miró por un momento y enseguida dejó escapar con cierta picardía un comentario.

—Ya sabés el nombre y todo… ¡Mirá vos!

Él percibió enseguida un rasgo de celos en ese comentario.

—¡Norma!... Te lo estoy contando… —Ríe—. ¿Te parece que podés pensar mal?Con lo difícil que es la vida del camionero — dijo hamacando la cabeza con disconformidad.

Ella soltó una carcajada con la intención de matizar el sentido de la frase.

—Te digo en broma, René , además quién se va a fijar en un cincuentón feo como vos.

René estaba acostumbrado a los celos de su esposa, y ante algún comentario irónico de esa índole él se manifestaba con enojo y ella terminaba siempre con la misma frase.

Ese miércoles a la madrugada luego de realizar la rutina de siempre emprendió la marcha. Disfrutaba y cantaba sobre la voz de Víctor Heredia el tema “Sobreviviendo”. Luego de recorrer algunos kilómetros divisó sobre el costado de la ruta la figura de una persona y supuso que era la joven docente. Comenzó a mermar la marcha hasta lograr frenar. Ella caminó hasta el camión e ingresó en su cabina con un buen día en sus labios.

—Buen día… ¿Laura, no?… Me acordé.

Ella se ubicó en la butaca y sonrió a la vez que acomodaba su portafolio en el piso apoyándolo sobre sus pies. René enseguida subió el vidrio de su lado y movió la perilla de control de la calefacción para lograr más calidez en el habitáculo —. ¿Tremenda helada, no? —comentó él tratando de iniciar la conversación.

Sí, es un invierno muy duro —respondió sin quitar la vista del parabrisas por unos segundos, luego lo miró para preguntarle.

—¿Cuál es su nombre?

—René, René Argüello —dijo mostrando una amable sonrisa.

—¿El camión es suyo?— preguntó juntando las palmas de las manos.

—Desde los dieciocho que manejo, a los cuarenta y cinco pude comprarme este equipo con gran sacrificio… Cuando sos empleado pensás que ser patrón es tocar el cielo con las manos. Pero cuando sos patrón mirás hacia arriba y mayormente está nublado. — Volteó su cara para mirarla —. Así decía mi padre, y estaba en lo cierto… Hoy no es fácil sobrevivir. — Ella asintió con la cabeza y luego miró al frente nuevamente. Él miró sus manos pequeñas y le llamó la atención cómo las movía suavemente y en un movimiento continuo y preciso sobre sus rodillas. Le daba la impresión de que más que una docente parecía una monja en un proceso de oración—. ¿Cuánto hace que sos maestra?

—Me recibí en diciembre y este año fui designada a esta escuela —dijo sin mirarlo.

Él giró su cabeza al notar que en un movimiento ella se quitó su gorro de lana y lo colocó en un bolsillo de su campera, dejando caer ese rubio cabello que adquiría un brillo insolente con el débil halo de luz de un amanecer que intentaba filtrarse en la cabina.

—Bueno, quizás nos veamos seguido — comentó René mientras atento a la ruta superaba un tractor que circulaba en su camino.

—¿Usted pasa todos los días?

—Hace mucho que viajo al puerto día por medio, lunes, miércoles y viernes… Trabajo efectivo hace años en una empresa de mi pueblo.

Ella se quedó en silencio por un momento y luego volteó su cabeza para mirar por la ventanilla de la puerta. René recordó que la vez anterior hizo lo mismo y se quedó en silencio y eso le preocupó por un instante. Sobre aquel lado se distinguía un paisaje que de a poco la oscuridad iba abandonando para mostrar la sábana blanca que lo cubría. René la observó y dijo:

—Parece que hubiera nevado. ¿No?

No conozco la nieve —contestó Laura sin dejar de mirar la tierra blanca y brillante.

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