—Yo tampoco, pero imagino que debe ser algo parecido... — contestó con cierto disgusto porque razonaba que envejecía y aún no conocía la nieve. La explicación era clara, la abstinencia de muchos años sin vacaciones con su familia, y todo por ahorrar para comprar su camión. Hubo un silencio extenso como si los dos vagaran con su imaginación en un lugar cubierto de nieve mientras las ramas de los pinos parecían querer tocar el piso por el peso de aquella masa fría y blanca.
De pronto ella tosió y luego giró su rostro hacia él para preguntar.
— ¿Qué edad tiene usted?
René, luego de juntar sus labios e inflar sus mejillas, dejó salir aire con fuerza como indicando una buena cantidad y respondió:
—Más de medio siglo de vida.
Contestó intentando estacionar el camión al llegar a la entrada de Villa Ugarte. Ella bajó lentamente luego de cerrar su campera y acomodar la bufanda. Al colocar los pies en el piso tosió por un largo rato como si estuviera ahogada. Él la observó preocupado tras esa convulsión y preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí, sí… El frío… Gracias por traerme — dijo tomando su portafolios para cerrar la puerta. Él se apuró para hacer su comentario.
—Calculo que nos vemos el viernes. —Se quedo a la espera de una respuesta.
—Creo… Salvo que alguien pase antes que usted y me lleve…
René estuvo a punto de decirle: “No le hagas dedo y d e jalo pasar” . Soltó una sonrisa por su ocurrencia mientras la puerta se cerraba. Se quedó observándola a medida que ella se alejaba, emprendió la marcha e insistió en observarla nuevamente por el espejo retrovisor de la puerta. Laura caminaba en dirección a su destino, pero su mirada estaba dirigida hacia el camión.
René regresaba ese jueves a su pueblo y cerca de las cinco de la tarde pasó por el cruce donde subía Laura a su camión, recordó lo de la casa y observó atentamente. Detrás de una hilera de robustos eucaliptus se alcanzaba a divisar a unos cincuenta metros de la ruta una vivienda pintada de blanco. Pensó por un momento en la tristeza que a él lo embargaría vivir en un lugar así, tan alejado de todo.
Ese jueves luego de realizar la rutina de limpiar el vehículo y cargarlo para salir al día siguiente, llegó a su domicilio cerca de las diecinueve y treinta horas. Norma había preparado el mate mientras miraba su novela favorita. Él se quitó sus zapatos en la entrada y avanzó para acomodarse en la mesa y poder degustar ese mate caliente que causaba placer interior luego de soportar tanto frío.
—¿El domingo cenás acá? —preguntó ella sin quitar la vista de la pantalla, él se sorprendió.
—¿Y dónde voy a cenar?
—Te pregunto porque hoy lo encontré a Ernesto y bromeaba con que yo no te dejaba ir más a cenar al club con ellos.
—No le hagas caso… Es un boludo… — dijo él entregando el mate luego de beberlo.
—Después que estuviste una semana tirado en la cama con depresión, no fuiste más al club. ¿Te peleaste con alguno de tus amigos?
Él pasó las manos por su cara reflejando el cansancio de la jornada y dijo:
—Norma, todo bien con los muchachos, lo que pasa es que si voy me quedo hasta tarde jugando a las cartas y al otro día es tremendo madrugar.
Ella dejó de mirar su novela y giró para alcanzarle otro mate.
—Tendrías que ir y hacer el esfuerzo de volver temprano…
— A los muchachos los veo el sábado a la tarde cuando voy al club, suficiente con eso para hablar un rato al pedo. —Se levantó de la silla luego de terminar el mate y se quitó el pulóver mientras preguntaba —: ¿Y Bruno dónde está?
—Debe estar con sus amigos… Salió bien en la prueba, ¿sabías?
—Es un capo, Brunito — dijo mientras caminaba hacia el baño con la intención de una buena ducha.
A la mañana siguiente el camión en marcha en la puerta de la casa de René borró media cuadra de pavimento cubriéndolo con el humo del caño de escape. Luego de acomodar las cartas de porte en un sobre e introducirlas en la guantera, emprendió la marcha hacia su destino habitual. Viajaba escuchando la radio pero estaba atento al kilómetro cuarenta y ocho porque recordó esa grata compañía de veinte minutos. Pasó el mojón y al llegar al cruce descubrió la banquina desierta. Laura no estaba en el lugar de siempre. Subió la velocidad para colocar un cambio más alto a la vez que su rostro dibujaba una expresión de disgusto. Miró su reloj y vio que era la hora de siempre al pasar por el lugar. Pero aparentemente alguien pasó antes y solucionó el viaje de aquella maestra.
Encendió un cigarrillo, luego de la tercera bocanada de humo analizó que se sentía molesto por no encontrar a esa joven en el lugar de siempre. De pronto comenzó a reír a carcajadas por aquel sentimiento inadecuado y egoísta, a la vez que entre dientes y en voz alta dejó deslizar un “¡ No pod é s ser tan estúpido , hombre de Dios!”.
Una nube de pájaros iba en dirección al parabrisas del camión, de pronto en un movimiento armónico aquellas cotorras lo esquivaron pasando muy cerca.
El sábado a la noche, René llevó a su esposa y a Bruno a cenar a una hamburguesería que había inaugurado hacía muy poco en el pueblo. Si bien este flamante negocio no tenía la cajita feliz, todos hablaban de lo bien que se comía en el lugar. Luego de saludar a todas las familias que estaban en el sitio René notó que quedaban dos mesas libres y se ubicaron en una al fondo del local. Los baños estaban a tres metros de su mesa. Apenas habían pasado tres minutos salió del sanitario su amigo Ernesto, que al verlos hizo un ademán exagerado abriendo los brazos y se acercó hasta ellos con una sonrisa grande que dejaba ver los dientes desparejos. Alto y cargando el complejo de serlo logró que su figura se encorvara. Su rostro de piel rojiza era llamativo como su voz gruesa y pastosa.
—¿Cómo anda la gente?
— Bien, Ernesto. ¿Y vos? —respondió René mientras Norma asintió con la cabeza y Bruno lo miraba inocentemente como si tuviera a ET parado frente a él.
— Y acá lo ves, saqué a la bruja a ventilar un poco. —René sonrió y bajó la cabeza—. Perdón, Norma, le digo así hace años. — Mostró sus dientes.
— ¿Y ella lo sabe? — Sonó punzante la pregunta de Norma.
Ernesto se enderezó y acomodó el pantalón sobre la cadera mientras miraba hacia su mesa, volteó la cabeza hacia Norma y contestó:
—No. Yo lo digo cariñosamente, pero el día que se entere se termina el cariño — subrayó la frase con una carcajada. René sonrió por la respuesta y Norma lo hizo por cortesía.
—Loco, en el grupo te extrañamos —dijo el amigo palmeando el brazo de René—. El otro día estábamos sacando la cuenta de cuánto hace que no vas a cenar. ¿Qué pasa?...
Luego del comentario el flaco se quedó en silencio mirándolo fijamente.
—Es que si voy me pongo a jugar las cartas, vos sab é s cómo me gusta jugar al truco… Me entusiasmo y termino acostándome tarde — respondió René mirando hacia el mostrador y sin ganas de dar más explicaciones.
—Sí , vos madrug á s los lunes, te entiendo… Uno de los muchachos se acordó el otro día que el último domingo que fuiste fue el cuatro de marzo . —Norma instintivamente no pudo evitar mirarlo cuando dijo la fecha.
La empleada del lugar se acercó con la carta y el Flaco le dio lugar para después despedirse.
—Los dejo , familia… Bon ap pé tit como dicen los tanos .
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