Él miró hacia adelante gritando y fuera de sí dijo:
—No, no puede ser… No… —Ella siguió hablando y su voz sonaba masculina y rara.
—Recuerdo que las luces rojas del acoplado dejaban ver una frase pintada : “Este es el producto de mi sacrificio” .
—¿Mi camión?… No… Yo… — Las pupilas de René parecían deformarse, su garganta estaba cerrada y él pugnaba para zafarse de la opresión en el pecho, un zumbido extraño parecía perforarle los oídos. Laura miraba por el vidrio de su lado aquel paisaje húmedo e iluminado por los rayos.
— ¡B a jate de m i camión !.... —ordenó gritando mientras trataba de detener el rodado.
Ella giró su rostro hacia él y su perfil del lado derecho estaba cubierto de barro y restos de sangre. Ese lado tenía el cabello pegoteado y rojo y su párpado estaba caído raramente, abrió su boca para dejar ver barro en los dientes y su voz se escuchó gruesa y alta:
—¡Me dejaste morir como un perro!
Él gritó desesperadamente y frenó el camión tan bruscamente que el acoplado se cruzó en la ruta.
—¡ F uera de m i camión!… ¡ A ndate! — El espanto se había apoderado de sus gestos y su boca tenía agua, esta mojaba sus labios desprendiendo un hilo de baba que se deslizó rápido hacia el mentón. Aquella figura tomó su portafolio y luego de abrir la puerta saltó a la banquina y de inmediato giró para mirarlo con una mirada cargada de odio.
—¡Me vas a ver en el kilómetro cuarenta y ocho el resto de tu vida , asesino!...
René mientras la observaba colocó el cambio y salió de allí con la puerta hamacándose al quedar abierta. Aquella mole inició la marcha, atinó a mirar por el espejo y allí estaba aquel espectro parado en el medio de la tormenta y sobre la banquina, mientras levantaba un brazo como pidiendo auxilio. Las nubes oscuras parecían desteñirse a través de las gotas y ya eran una masa gris plomiza mientras circulaban apuradas por el viento.
René estaba agitado y podía sentir su estómago contraerse mientras sus manos sudorosas se aferraban al volante como si este se le fuera a escapar. Bajó el vidrio y la lluvia comenzó a mojarlo. Recordó aquel domingo que había ido al club a festejar el cumpleaños de un amigo. Esa noche de fiesta comió y bebió más de lo debido. Llegó muy tarde a casa y se acostó a las tres de la mañana. Esa madrugada del lunes cinco de marzo sentía que su cabeza se partía en mil pedazos. El camión cargado tenía que estar en el puerto para descargar tal como estaba programado. A medida que avanzaba sobre la ruta el sueño lo abrazaba para darle un intenso bienestar, aquello que se conoce como el sueño blanco. Vino a su mente aquel momento en que el vehículo se sacudió y al abrir los ojos la ruta había desaparecido. El sonido de un impacto sobre la parrilla del camión y sus brazos forzando el volante para ubicarse sobre la cinta asfáltica. Suspiró profundo tratando de espabilarse mientras hundía el pedal de freno.
Al observar por el espejo retrovisor de la puerta del acompañante, con la luz tenue de la parte trasera del acoplado, distinguió un cuerpo en la banquina que movía uno de sus brazos. Alguien pedía ayuda tirado sobre la banquina. Cerró los ojos un momento y sus labios murmuraron “ DIOS M Í O” . La reacción fue irse del lugar tratando de olvidar lo que había hecho.
Avanzaba bajo la lluvia con la imagen del fantasma de Laura y su horrorosa promesa. Llovía y René gritaba intentando descargar ese miedo que lo tenía de rehén. El sol se ahogó en el horizonte y la transgresora oscuridad le robó horas de luz al día.
A las nueve de la mañana del martes, la empresa de cereales llamó a Norma. Tomó un remís de inmediato cuando le informaron que su marido había tenido un accidente al intentar subir la autopista, pero su estado no resistía gravedad. Al llegar al hospital fue guiada hasta la habitación donde René estaba internado. Al llegar a la puerta un médico detuvo su marcha para informarle cómo estaba el paciente.
— Señora, me informaron que su marido volcó el camión inexplicablemente, le hicimos varios estudios y tiene un golpe en el brazo y su rostro est á lastimado porque estall ó el parabrisas. Le pregunto : ¿ é l estaba bajo algún tratamiento médico?
Norma se retorcía los dedos de sus manos y miraba hacia el piso buscando respuesta.
—No, ahora no… S í lo estuvo en m arzo luego de una severa depresión… Pero se recuperó lo más bien… Dej ó de tomar los medicamentos — dijo ella confirmando la situación de aquel episodio.
—Le pregunt ó porque entr ó consciente al hospital pero en un estado de conmoción total, intentamos con un sedante suave y no le hace efecto. Suele ocurrir esto después de un accidente, pero ya lograremos estabilizarlo… —comentó el médico preparándola para el encuentro con René.
Norma lo escuchaba con atención y muy afligida.
— Nunca tuvo un accidente… Pero seguro que va a mejorar — comentó abrigando esperanzas y mirando ansiosa la puerta de aquel cuarto.
El médico asintió con la cabeza y le dio paso para que ella ingresara.
Al hacerlo encontró a René con dos fajas extendidas de un lado al otro de la cama. Una pasaba por su pecho y la otra a la altura de las rodillas. Él estaba despierto con sus ojos llenos de lágrimas y clavados en el techo. Norma no pudo evitar dejar escapar su nombre lastimosamente ante ese cuadro.
— René … René, ¿ c ó mo est á s , mi amor? —Enseguida se recostó sobre él y apoyó su cara en el pecho mientras lo abrazaba. Al sentir ese abrazo él empezó a murmurar sin dejar de mirar el techo de la sala.
—Ay u dame, ay u dame . —Su cuerpo empezó a temblar y gritó—: No, no dejen que se acerque… ¡No!
Norma temerosa se sobresaltó quitándose de encima. Repentinamente ingresó una enfermera y en un rápido movimiento extrajo de su bolsillo una jeringa mientras buscó de inmediato su brazo. René solo decía: “ No, n o” , a la vez que sacudía su cabeza. El médico había llegado detrás de la enfermera, miró al paciente y luego se acercó a Norma para invitarla a salir fuera de la habitación.
—Venga por favor , señora . — Estando fuera el médico la miró a los ojos directamente y suspiró.
—Disculpe la pregunta , . ¿Usted nunca not ó si sufría ataques de pánico?
—No s é, doctor… Creo que no . —Estaba totalmente desconcertada y temerosa ante la imagen de su esposo en ese estado, el médico expresó esperando una respuesta más certera.
—Apenas ingres ó a la sala de primeros auxilio… Perdón, pero debo decirlo porque tal vez encontremos la raíz del problema… pronunci ó varias veces el nombre de Laura… ¿Usted sabe quién es? — Norma comenzó a buscar una respuesta a la inquietud del médico pero no la halló, en su cabeza solo estaba la imagen de su hijo Bruno recibiendo esta noticia y las preguntas desconcertantes. ¿Qué le pasa a pap á ? ¿Cuándo vuelve a casa? Y ese mar de dudas que experimentaría toda clase de interrogantes. ¿Cuánto tiempo le llevaría recuperarse? ¿Qué tan grave podía resultar el estado de René?
Una enfermera apareció al final del pasillo y gritó:
—Doctor, urgente a sala de emergencia . — Este se disculpó con Norma y comenzó a correr en dirección a la persona que lo llamó. Ella miró la puerta donde estaba su esposo y la angustia era una ciénaga tragándose sus sentidos. Se dejó caer sobre una silla que había en el pasillo, apoyó las manos sobre las rodillas para luego torcer el cuerpo y apoyar su rostro en los nudillos. Dejó escapar ese llanto que la estaba ahogando desde que vio a René.
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