Hélène Gutkowski - Querido país de mi infancia

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Este libro, que se origina en el seno del grupo denominado Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?, da cuenta, a través del recorrido de sus miembros, de las múltiples formas que cobró la persecución contra los judíos en la Francia ocupada por los nazis. Niños «fichados», niños «marcados», niños escondidos, adolescentes enrolados en la resistencia, jóvenes salvadores de niños, jóvenes deportados, tenían entre 0 y 18 años cuando empezó la guerra. Las cartas, los documentos y las fotos que conservaron preciosamente son valiosos testimonios de las separaciones, las deportaciones, la orfandad, pero también de la solidaridad. Aquí honran el coraje de sus padres y la memoria de los franceses que los salvaron. Hélène Gutkowski, ella misma niña escondida durante la Segunda Guerra Mundial, puso en acción sus talentos de escucha y escritura para evocar el cálido crisol de las reuniones del grupo, donde los recuerdos fragmentados se confrontaron y se unieron para delinear aquella Francia que no fue la «dulce Francia» de la canción de Charles Trenet. Asimismo, la autora se tomó el cuidado de narrar la historia de los judíos en Argentina en una inteligente introducción que nos permite descubrir a esa dinámica comunidad donde ella y sus amigos-testigos pudieron realizarse pese a las incurables heridas.
Dice Serge Klarsfeld en el prólogo: «La calidad literaria de este libro es tan excepcional como su interés histórico».

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Pese a la mejora de la situación económica de Argentina, favorecida en aquel momento por la economía de guerra, y pese a las numerosas intervenciones de la Soprotimis ante las autoridades migratorias, sólo 271 personas fueron autorizadas a inmigrar a Argentina en 1940, y otras 351 en 1941.

De los treinta miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?”, seis consiguieron atravesar, entre 1941 y 1943, ese muro casi infranqueable que eran las fronteras argentinas.

Intentaremos dilucidar, a partir de sus respectivos testimonios, si Mariette, André, Pierre, Claire, Catherine y Michel formaban parte de las 622 personas que lograron entrar en Argentina en plena guerra, y si su inmigración fue posible gracias a la intermediación de la Soprotimis, o porque sus parientes supieron encontrar otros contactos u otras vías…

Llegamos a Argentina en el Cabo de Buena Esperanza el 1º de octubre de 1941 —recuerda Mariette Diamant—. De Annonay,34 donde vivíamos clandestinamente desde hacía un año, mi madre había viajado a Marsella y conseguido una entrevista con el cónsul argentino, quien, después de mucho hablar, le había otorgado, y cobrado, las cuatro visas que necesitábamos.

A nuestra llegada a Buenos Aires, nos esperaba una amarga sorpresa: ¡las visas eran falsas! El “buen cónsul” no solo se había burlado de mi madre, ¡sino que le había cobrado por ello! Nos llevaron al Hotel de los Inmigrantes y nos prohibieron salir de allí.

Por suerte, mamá, previsora como siempre, traía consigo una carta de recomendación firmada por mi padrino, el marqués de Champvant de Farèmont.

Si la madre de Mariette no hubiera sido amiga del marqués de Champvant de Farèmont, las falsas visas emitidas por el cónsul argentino de Marsella habrían provocado la expulsión a Europa de los cuatro miembros de la familia. La suerte que tuvieron los Diamant no la tuvieron los 86 refugiados judíos que llegaron en ese mismo Cabo de Buena Esperanza un mes y diez días más tarde y que, al no tener los documentos necesarios, no sólo no fueron autorizados a desembarcar en Buenos Aires, sino que además fueron conducidos a Montevideo y de allí… ¡devueltos a Europa!

¡Devueltos a Europa! Justo en el momento en que los judíos ya no podían siquiera ilusionarse con emigrar, puesto que una nueva orden de Himmler venía de entrar en vigor prohibiéndoles ahora abandonar Europa…

La inmigración judía en Argentina entre 1942 y 1945

Noviembre de 1941. No sólo las fronteras de los países potencialmente receptores están cerradas, sino que un obstáculo casi insuperable va a oponerse de esa fecha en adelante a la necesidad imperiosa de huir: ¡hay que obtener una autorización para salir de los territorios ocupados por Alemania! Y esa autorización es poco menos que imposible de conseguir. Otros escollos más se acumularán para los judíos en esos primeros meses del tercer año de la guerra, pues tras el ataque de Japón a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, y a modo de apoyo a Estados Unidos, los países de América, reunidos en Río, declaran la ruptura de las relaciones diplomáticas con los países del Eje. Un solo país se niega a renunciar a su “neutralidad”: ¡Argentina! Más que neutra, ¡Argentina es proalemana!

Y sin embargo, a pesar de todas esas trabas, 4.400 judíos obtendrán el derecho a residir en Argentina entre 1940 y 1944. Entre ellos, los miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?” que ya hemos mencionado: Michel Neuberger, Claire Stein, Pierre Kalb, André Gattegno, Catherine Stad y Mariette Diamant, cuyos padres, a pesar de los múltiples peligros que los esperaban, se animaron a intentar el cruce de los Pirineos con sus hijos y, desde España o Portugal, esperar alguno de los buques que todavía hacían la travesía del Atlántico.

Finalmente, y así como lo informan los registros migratorios, la actitud hostil de las autoridades argentinas para con la inmigración israelita no pudo impedir que, entre 1939 y 1945, 26.500 personas vinieran a sumarse a la población judía; judíos alemanes y austriacos principalmente, la mitad de los cuales se estableció en Avigdor. Otros diez mil judíos, ingresados en el país durante la guerra con visas de turista o de tránsito para Paraguay y Bolivia, también hallaron el modo de hacer caso omiso de las prohibiciones y quedarse en Argentina.35

La inmigración judía en Argentina entre 1945 y 1950

Las familias habían sido destruidas; los hogares, devastados. Ninguna de las comunidades judías de Europa había permanecido intacta, y la mayoría de los judíos que habían tenido la suerte de escapar al aniquilamiento decretado por el nazismo sólo deseaba una cosa: abandonar esas tierras impregnadas de sangre judía.

¿Hacia dónde ir?

Los años comprendidos entre 1945 y 1950 son cruciales para asentar el futuro de la judeidad. En esos cinco años de la inmediata posguerra emigró la mayoría de los sobrevivientes judíos de Europa, entre ellos, veintitrés de los treinta miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?”.

A pesar de los múltiples obstáculos que Argentina había puesto en el camino de los aspirantes a inmigrantes desde los años treinta, el potencial de este país como receptor de sobrevivientes seguía siendo enorme. Lamentablemente, la comunidad judía no había preparado ningún plan para hacer frente a la situación que generaría el fin de la guerra ni había pensado en la ayuda que iban a necesitar quienes volverían del infierno nazi. Algo tanto más inconcebible cuanto que la industrialización del país todavía estaba en curso y las grandes masas rurales que habían sido empujadas hacia Buenos Aires para cubrir el importante déficit de mano de obra no llegaban a satisfacer toda la demanda.

Había que paliar ese déficit y, para ello, las autoridades argentinas no iban a tener otro recurso que estimular de nuevo la inmigración. ¿Tendrían en cuenta, ahora sí, a la inmigración judía? ¡Pues no! ¡Todo lo contrario!

Avni subraya aquí el espíritu claramente discriminador de la ley argentina en esos años de posguerra, ya que mientras el gobierno autoriza la entrada de cientos de miles de extranjeros, entre ellos fascistas italianos, alemanes y colaboracionistas, pertenecientes a los pueblos deseables, los sobrevivientes de la Shoá, por primera vez en la historia de la inmigración del país, serán objeto de una discriminación abierta y extrema.

A partir de finales de 1945, sin embargo, y sabiendo que las probabilidades de recibir la autorización necesaria son muy limitadas, numerosos sobrevivientes que ya antes de la guerra habían oído hablar de Argentina, o que tenían parientes o amigos radicados aquí, intentan postularse como inmigrantes.

En 1946, el general Perón es electo presidente. Nadie ignora que durante la guerra mantuvo nexos poco disimulados con las potencias del Eje y se sabe asimismo que su director general de inmigración, Santiago Peralta, se muestra abiertamente antisemita. Las primeras decisiones de Perón en materia de inmigración no dejarán lugar a duda. Apenas unos meses después de su llegada al poder, en efecto, acepta recibir a veinte mil soldados del ejército polaco en el exilio, lo cual abrirá un nuevo debate sobre la inmigración, mientras que Peralta responde a quien le pregunta si también se concederán permisos de inmigración a los sobrevivientes judíos: “¡Pero no podemos transformar la República en un inmenso hospital para enfermedades nerviosas!”.

La cantidad de solicitudes de entrada al país denegadas, presentadas por sobrevivientes de la Shoá entre 1941 y 1945, no deja dudas en cuanto a las intenciones de las autoridades migratorias y del mismo Perón en relación con no alentar la inmigración judía. Si aparentemente Perón no fomentaba ninguna discriminación oficial entre inmigrantes deseables e indeseables, sí les daba preferencia a aquellos que él estimaba deseables…

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