Hemos hecho lo querido y hemos querido lo hecho
Horacio Salinas ~ Patricio Manns
© SCD / Editorial Hueders
© Horacio Salinas
© Patricio Manns
Primera edición: octubre de 2017
Registro de propiedad intelectual N° 283.787
ISBN edición impresa 978-956-365-065-5
ISBN edición digital 978-956-365-208-6
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida
sin la autorización de los editores.
Diseño de portada: Inés Picchetti
Diseño de interior: Valentina Mena
Fotografía de portada: Patricio Manns en París , septiembre 1979,
por Guillermo Haschke
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Editorial Hueders | www.hueders.cl
SANTIAGO DE CHILE
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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Dijo un día Nicanor Parra, cuando le preguntaron qué pensaba de la canción “Arriba en la cordillera”: “¡Ah! Esas se hacen una vez a las quinientas”, dicho con asombro en su rostro. Me quedó dando vueltas la simpatía de su respuesta, quizás por la espontaneidad típicamente chilena de su comentario, así, de un suácate, como decimos, o tal vez por el aprecio que le daba una especial categoría viniendo de uno que de chilenidad entiende.
En otra ocasión escuché a Gustavo Becerra, músico académico, premio nacional de arte, decir que una de las de Manns, “Valdivia en la niebla”, era la mejor canción escrita por algún chileno. Fue por allá por los años 1970 o 71 y la canción de 1967.
No es mi intención mostrar certificados que avalen la obra y la inventiva de Patricio, solamente ampliar el impacto que sus canciones tienen más allá de la justa popularidad que han alcanzado. Porque, sin dudar, el trabajo de Patricio ha dejado una huella profunda y se empina en la cúspide de lo mejor del cancionero chileno. Tampoco me dejaré llevar por el regocijo inmenso de contemplar aquellas canciones que hemos compuesto juntos y que son cerca de 40. Eso ha sido una especie de sastrería encantada para mí, de juego de intensas emociones, una especie de cielo septembrino lleno de volantines. No es el caso de este libro pues se trata de conocer a Manns, sus canciones y ojalá su mundo interno.
Empezó muchacho cuando en medio de un amor seguramente alborotado escribió: “Ya no canto tu nombre” (1965): “Mucho me paso sin decir nada / Morená que me dejaste / tanta palabra...” La música en esta oportunidad fue de su amigo guitarrista Edmundo Vásquez. Pero la memoria nos trae inmediatamente el eco del impacto de otra de sus primeras canciones famosas: “Bandido”, aunque esta es del año 1956: “La noche me abre su manto / su manto de estrellas blancas”. Y, finalmente, su consagración con “Arriba en la cordillera” (1965), hace 52 años.
Para quienes fuimos auditores en aquel primer lustro de los años sesenta, estas tres canciones eran de repetirse continuamente en la radiofonía chilena, compitiendo de igual a igual con el nutrido repertorio anglosajón y su correspondiente nacional, la Nueva Ola. Estas tres que he mencionado, forman parte de su primer disco Entre mar y cordillera (1966), bellísimo trabajo que nos da inmediatamente la dimensión de la apuesta poética de Patricio, que lo hará célebre en el cancionero nacional. Estos primeros años de los sesenta veían un panorama musical y radial de inusual pluralidad en los estilos difundidos. De una parte, la Nueva Ola con su versión chilena del rock and roll, el twist y algo de la canción italiana y argentina y el movimiento llamado neofolclore que capitaneaban los Cuatro Cuartos con su talentoso director, el Chino Urquidi. Precisamente será Urquidi quien acompañe a Patricio con las exitosas versiones de “Arriba en la cordillera” y “Bandido” utilizando recursos corales del todo novedosos en la canción chilena de raíz.
De este portentoso inicio son varias de sus canciones que han quedado en la memoria musical por la pulcritud poética y la original elaboración de sus melodías, donde se entretejen aspectos de la raíz folclórica y también estilos abiertos a lo que conocíamos entonces como “canción balada”. Ha confesado Patricio que “Arriba en la cordillera” es, en verdad, un ritmo de huapango mexicano. También ha dicho que no es folclorista, que es “baladista”. Lo cierto es que cumple, quizás sin habérselo propuesto, con una de las curiosidades que también caracterizaron a la Nueva Canción Chilena (NCCH.): la búsqueda generosa de variados ritmos y estilos para decir algo nunca antes cantado. Siempre del disco Entre mar y cordillera sorprenden “El andariego”, “Los mares vacíos”, “En Lota la noche es brava”. Cantos que nos muestran la dura vida ignorada de los trabajadores y el amor desgarrado puesto en versos dolidos con poesía profunda.
Al igual que Violeta y su disco Toda Violeta Parra del año 1961, Manns con este primer trabajo instala un modo cuidadoso y señero en la composición de canciones que dará un sello de calidad y una referencia obligada para distinguir a la Nueva Canción que se alzaba entonces con originales exponentes.
Algo más desconocido es el trabajo siguiente de Manns, donde en forma también sorprendente incorpora ritmos latinoamericanos y plantea una unidad temática que no conocía el mundo de la canción hasta entonces; El sueño americano se llamó este disco del año 1967, grabado junto al grupo Voces Andinas con destacados solistas de timbres únicos y potentes. Este disco que explora ritmos como la chacarera, el bailecito, la vidala y la zamba argentina, aires del Caribe como el calipso en “Canto esclavo” y también un guiño a la música llanera venezolana –mundo sonoro y rítmico que se instalará más adelante como casi parte del arsenal de los músicos chilenos–, nos sume en la historia de la conquista del continente y sus atrocidades, así como en la nueva colonización, esta vez por mano norteamericana, que se dejaba sentir prepotentemente en aquella década.
De El sueño americano aún resuenan “América novia mía”, el “Canto esclavo”, “Ya no somos nosotros”, aunque todas sus canciones cumplen con el sello del rigor en la escritura y la envolvente cadencia latinoamericana en sus ritmos. Escuchando nuevamente este disco, me asombra la clarinada que podemos sentir en el tratamiento vocal, tan típico de aquellos años donde el neofolclore convivió con la Nueva Canción Chilena y resultó ser un movimiento también a considerar en el tratamiento de la armonía de voces por quienes nos iniciábamos.
Su tercer trabajo fue aquel disco llamado El folclore no ha muerto, mi (1968). Creo recordar un momento de perplejidad y discusión en esos años, relacionado con la pertinencia del folclore como fuente y cantera de la inspiración. De ahí la exclamación algo enojada de Patricio en el título. Fue grabado junto a su mujer de entonces, la folclorista Silvia Urbina. Una de las canciones que con el tiempo supimos valorar en forma unánime los chilenos es “El Cautivo de Til-Til”, que aparece por primera vez en este disco en una versión cantada a modo solista con Silvia.
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